Por Mauro L. Rivera Muñoz
En su ensayo “¿Por qué mirar a los animales?”, el crítico de arte John Berger describe cómo la relación de la humanidad con los animales -que los reduce mayoritariamente al rol de mascotas o de materia prima para el consumo-, ha generado casi una desaparición del reino animal en la vida pública. Es por esto, afirma él, que empieza a hacerse manifiesta una necesidad por presentarlos en espacios como el zoológico o el circo, o representarlos a través de juguetes e imágenes.
Desde luego, en este afán por traer lo que cada vez es más remoto, el cine se ha constituido en un vehículo ideal para acercar o revelar la imagen ausente. Esto se hace evidente a través de la historia del cine, donde los animales han sido presentados en principio como piezas museísticas, tal como en los primeros cortometrajes de los hermanos Lumière, quienes filmaron animales en zoológicos. Y una vez iniciado el siglo XX se convirtieron en una de las principales fuentes de entretenimiento cinematográfico, al reclutarse chimpancés, perros, gatos, gorilas o incluso los famosos leones, que continúan siendo la mascota del logo de la MGM.
La ciencia también adoptó al cine como herramienta para entender los comportamientos del reino animal y también para llegar a una fauna oculta en el fondo del mar o a nivel microscópico. No obstante, gran parte de estas representaciones se han basado en categorías estrictamente humanas, que al final terminan perpetuando esa brecha creada por las estructuras dominantes de desigualdad entre humanos y animales.
Explorando estas distancias, e intentando subvertir, a través de la representación, la forma en que coexistimos con los animales, la guionista y directora griega Janis Rafa, luego de una importante y premiada trayectoria como artista visual, presenta su primer largometraje: Kala Azar (2020), película ambientada en la ruralidad griega, y que se pudo ver en estos días gracias al Festival de Cine de Cali.
La historia da cuenta de una joven pareja, interpretada por Pinelopi Tsilika y Dimitris Lalos, quienes trabajan para una compañía funeraria recogiendo cadáveres de mascotas para cremarlos, y posteriormente, regresar sus cenizas a los propietarios. En las noches, la pareja aprovechará clandestinamente el incinerador para darle una dignidad post-mortem a los cuerpos de animales atropellados o abandonados que encuentran en sus recorridos. En paralelo, la película abrirá espacios para contar otras historias como la de una mujer mayor que convive con varios perros con un trato más que diligente –se baña con ellos por ejemplo- o la de la cotidianidad del dueño de un galpón de pollos y un inmigrante que trabaja para él.
(Re)descubriendo las cercanías
Kala Azar es como se le conoce en hindi a la Leishmaniosis visceral, una enfermedad infecciosa que se encuentra presente en los perros, pero que también afecta a los humanos, al atacar principalmente el bazo y el hígado. Con una altísima tasa de mortalidad, esta enfermedad -transmisible a través de insectos-, demuestra la intensa cercanía que aún mantenemos con el reino animal, a pesar de la marginación a que se le ha sometido desde hace más de dos siglos. De la misma forma, los personajes del filme serán “afectados” por otro tipo de infecciones que configurarán su comportamiento y su relacionamiento con los demás. Ejemplo de ello es la relación central de la película entre los dos jóvenes, ya que posee cierto carácter de animalidad, pues más que dialogar se expresan a través de ruidos, impulsos y de su corporeidad. Esta idea se verá fortalecida por las cualidades audiovisuales de la película, ya que de un lado, la cámara adoptará la mirada de los animales no solo a través de la altura desde donde se graba, sino también en la calidad táctil que adquiere al fijarse en las manos, el aseo de los espacios y sujetos, la forma en que tratan sus heridas y el contacto con los fluidos naturales imágenes que al final subvertirán la antropomorfización que siempre se le endosa a los animales. De otro lado, la dimensión sonora profundizará la cercanía a la Animalia, gracias a una inmersión en una selva de ladridos, zumbidos y cloqueos; recursos que soportarán el inevitable deseo de los personajes por renunciar a las distancias impuestas entre hombre y animal.
Tal como usa esta sensualidad como herramienta narrativa, la directora Janis Rafa lo hará con la cualidad confusa del tiempo, que intenta imitar el instintivo comportamiento animal por saciar necesidades e impulsos de inmediato sin reflexiones de un pasado o un futuro. Al salirse de estas lógicas, Rafa le impedirá al espectador crear interpretaciones que la podrían alejar de su prometedor objetivo.
Así, Kala Azar se presenta como un interesante ejercicio que plantea posibilidades para materializar una relación menos jerarquizada en la representación de lo animal en el cine. Sin embargo, estas intenciones se verán algo opacadas por la poca libertad con que se reflejan los animales en pantalla, es decir, no hay momentos – aparte del magnífico plano final en el galpón-, que permitan a los animales ser, sino que aún se mantendrán como servidores para un propósito, en este caso, acercarse a la experiencia silvestre. Por otra parte, la exploración visual también se queda corta al no permitirle a la cámara un comportamiento animal, que si bien está ubicada más cerca del suelo en algunos casos, no se deja guiar por un “instinto”. ¿Se podría pensar en una cámara más animal? Quizá las películas Space Dogs (Elsa Kremser, Levin Peter, 2019) o Los Reyes (Iván Osnovikoff, Bettina Perut, 2018) puedan dar la respuesta.
Ahora bien, una película que en años recientes no solo dejó permear lo salvaje, sino que por la forma en que lo presentó alcanzó una dimensión casi sobrenatural es Zama (Lucrecia Martel, 2017), cuya inolvidable escena de la llama profundizó el sentimiento de frustración y desmoronamiento emocional y mental del protagonista, ya que con esta irrupción logró materializar algo tan esquivo como la indiferencia del universo ante las preocupaciones humanas. Esta magnífica secuencia, desde luego, no se da solamente por el azar de cómo actúa la llama frente a la cámara, sino por la forma en que la directora y su equipo, a través del montaje, el diseño sonoro y la puesta en escena, logran esta inefable sensación.