Por Mónica Delgado
Si hay una película que describe el espíritu elevado de los amantes del Super-8 esa es Amateur (2011) del argentino Néstor Frenkel. Más allá de ir revelando la sensibilidad de una generación, a través de un footage que va componiendo episodios ligados por temas, motivos o acciones, como suma de un proceso de búsqueda de decenas de films familiares – y donde prima el deseo de filmar como los grandes y sentirse filmado-, Amateur opta por el retrato de un personaje singular. Porque ante todo, el Super-8 implicó la posibilidad de masificar el modo de hacer cine en casa, pero también permitió el surgimiento de figuras que lo vieron como una vía creativa que cumpliese este afán de ser directores de sus propios films a contracorriente.
Frenkel va más allá de la descripción misma del afán superochista, y se detiene en el temperamento de Jorge Mario, un odontólogo cinéfilo empedernido y excéntrico, obsesionado con una película de Jacques Tourneur hecha an Argentina, representante de un amor al cine que luce ya algo anacrónico, y asociado intrínsecamente a la misma naturaleza del artefacto que adora, el Super-8, en su caducidad y culto.
En Amateur aparece una mirada que sublima a este personaje, ya a punto de desaparecer de la faz misma de la cinefilia actual, pero obstinado en cumplir su sueño de realizar un remake de Winchester Martin, un western casero que realizó con ayuda y actuaciones de amigos y vecinos en pleno apogeo del Super-8 a finales de los setenta. Y es allí, en esta reconstrucción de los hechos, es que el Super-8 no aparece ya dentro de la vida de Mario como un soporte del recuerdo familiar, sino como parte de su propia cinefilia materializada, tanto en este film barato como en sus archivos sobre películas y cineastas en una vieja computadora.
Así Frenkel realiza el homenaje más contundente al soporte, al lograr trascender su popularidad doméstica, y hacer que se desprenda de él una historia alucinada de un creyente en la libertad creativa, viva y que se resiste a morir.