Por Mónica Delgado
Si en Close-Up, Abbas Kiarostami propuso una lectura de la incapacidad de la farsa o de la libertad de creación desde la marginalidad en un entorno gobernado por la élite cultural, en El sabor de las cerezas asoma una visión similar de lo social pero en torno a la reflexión de la muerte o el suicidio.
En El sabor de las cerezas (1997) hay una progresión “filosófica” y social sobre la dimensión de la muerte. Para el protagonista, un tipo de clase media que necesita un tipo de ayuda especial para suicidarse, esta voluntad requiere de un tipo de acompañamiento, como si se tratara de un ritual que hace menos ominoso el acto de quitarse la vida. Pero esta ayuda puede provenir de cualquiera, lo que se vuelve una apelación al azar: encontrar en los barrios y descampados más pobres de Teherán a gente dispuesta a hacerlo a cambio de dinero.
Para Baadi (Homayoun Ershadi) su necesidad de suicidio pasa por compartir con alguien su elección, y de hacerlo partícipe. Así, no hay nadie de su entorno social que lo pueda ayudar, para ello toma su auto y va en busca de ese personaje, en las afueras de Teherán, que lo ayude en su viaje hacia la muerte, que lo sepulte a la mañana siguiente, tras comprobar su deceso, en un foso que ha cavado en una zona desértica de la periferia, para lo cual recibirá a cambio una gran suma de dinero.
Esta planificación, y su respectiva transacción, que comparte con tres posibles colaboradores a lo largo de la película, refleja un estado social que Abbas Kiarostami, que como en Close-Up, por ejemplo, va describiendo a partir de algunos códigos o características concretas: la migración (los tres personajes que encuentra Baadi han migrado a Irán por la guerra o por trabajo), y lo militar y religioso frente a la racionalidad de la ciencia o lo reflexivo (un soldado joven, un seminarista frente a un anciano taxidermista), y la pobreza.
Baadi necesita a alguien que ejecute una acción, que reciba el dinero y cumpla la promesa. Encuentra esa posibilidad de la acción maquinal en un soldado, aquel que recibe órdenes, por eso en la escena donde se recuerda cierta mecánica de ejercicio militar, Baadi encuentra en el joven una posibilidad de ver cumplir su plan. Pero para el soldado no hay un cuestionamiento de tipo moral, es más bien la ambigüedad –sexual o mental- de Baadi lo que lo espanta. Lo mismo pasa con el personaje del seminarista, que encuentra en la propuesta una afrenta a sus creencias, en el temor a la autoridad divina ante el suicidio, que lo ve como pecado. Mientras que el personaje de Bagheri, el taxidermista, que a todas luces tiene otra experiencia de vida, con sus historias y reflexiones, va introduciendo en Baadi la posibilidad de renunciar a su deseo de morir, porque precisamente es un personaje inesperado.
Baadi fue en busca de alguien que cediera a su voluntad a cambio de dinero, como si se tratara de un simple negocio. El perfil que buscaba era alguien dispuesto a hacer cualquier cosa por dinero. En algún momento menciona el personaje de Bagheri que para echar tierra a alguien que ha muerto no se requiere ningún tipo de especialización: habla de la mano de obra pura, mecánica, que no piensa. Sin embargo, lo que Baadi encontró al final de cuentas fue un pensamiento, una reflexión, un acto de entendimiento que no se puede volver mercancía.
Lo inesperado, aquello que irrumpe ante el deseo de la muerte, o sea el retorno a la vitalidad, a imaginar el sabor de una cereza o mora descrita como el objeto-metáfora de lo que aparece de golpe para mostrar toda su belleza, es lo que parece transformar al protagonista. No la respuesta del soldado, ni las reflexiones de escuela del seminarista sino la historia de vida del taxidermista, en su verosimilitud y capacidad de narrar. Lo que transforma a Baadi es el poder de la narración, que va siguiendo el pulso del viaje tortuoso por una carretera de desierto. Y sobre todo, porque Bagheri es un tipo que trabaja en un museo, es profesor y porque quizás todo lo que dijo es parte de un saber que se cree confiable. La confianza en las palabras del sabio y guía, personaje con el que Baadi se puede reconocer, al final de cuentas.