Por Jaime Grijalba
Buscar la experiencia sensorial por sobre la narrativa es una característica que puede aplicarse a Vértigo (1958), la cinta sobre la cual la directora chilena Elisa Eliash se inspira para desarrollar una versión en comedia de aquel misterio cinematografiado, donde la sensación de confusión es constante. Eliash nos pone en manos de un investigador poco adecuado, que lleva de la mano al espectador por un páramo confuso donde cada cierto tiempo aparece un personaje nuevo, que suele ser el reflejo de otro que ya vimos anteriormente, para entregar información sobre un enigma que no importa y que tampoco nunca resultó interesante.
Aunque la directora ha querido, con el tiempo, disminuir la importancia de la cinta de Hitchcock en relación con su segundo largometraje, y pese a existir una infinidad de películas que se han basado e inspirado en ese jeroglífico fílmico, no hay forma de escapar la sensación de que se quiere entender (y leer) como un doble, impreciso, un reflejo oscurecido por la suciedad del espejo mismo. Como si el clásico filme hubiera dado una vuelta por esas estereotípicas ferias carnavalescas que pueblan el imaginario del cine negro, y hubiera entrado en esas mismas míticas casas de espejos, y se hubiera visto enfrentado a un espejo que deforma. El reflejo deforme es Aquí estoy, aquí no ( Chile, 2012).
Hay que entender ese reflejo como enteramente aparencial, ya que vemos la imagen de James Stewart ensanchado y embadurnado de un aspecto menos agraciado en su reflejo chileno, pero queda presente ese resabio de amargura medio dulzona que el personaje impregna en cada cuadro y cada secuencia, con su depresión endógena, su porte y su actitud. Podríamos entender este reflejo como una imagen negativa, mientras que los seguimientos e investigaciones en ‘Vértigo’ son de día, en su contraparte, nuestro memorable personaje se mueve en una geografía nocturna que se vuelve sicodélica no por el contexto sicotrópico del mismo, sino por la cámara y el montaje de Eliash.
Creo que la relación, finalmente, entre ambas películas viene a anunciar o al menos evidenciar los temas de la cinta en sí. Aclarando que la película chilena tiene una relación parasitaria con el clásico de los años 50, no sacamos mucho en claro, ya que sólo tomamos su relación como puramente referencial. Proponemos una relación simbiótica, donde la existencia de la otra le da un carácter de profundidad a la existencia de un doble en la trama de la película en sí: la mujer misteriosa que cambia de identidad, que es dos, una y ninguna a la vez, vacía, una cáscara que se llena por la mirada del hombre que la desea, pero que a la vez está llena, independiente de las posibilidades mismas de su complejidad.
Una ex-leyenda del rock chileno, un parque de diversiones, un periodista fracasado, accidentes de auto por doquier, una novela inconclusa, una investigación que no lleva a ningún lado, elementos que podrían formar parte de una mala novela de detectives con escasos recursos, de carácter facilista, de cine B, casi de baratija sin mucho valor… y eso es exactamente lo que es: una excelente adaptación de un folletín seudo literario fotocopiado mil veces y vendido en conciertos de bandas de rock latinas de los 90’s, inexistente. Pero es una excelente película basada en una historia con esas cualidades, tal como ‘Vertigo’ es una de las mejores películas de la historia basada en uno de los libros más nimios de la existencia: no se trata de adaptar las grandes historias, se trata de que la imagen supere toda posibilidad de ridiculez que la palabra escrita potencial tiene, pese a su origen.
Es una cinta de culto que nunca tendrá culto, una película cuyo lugar de proyección no es una sala de cine arte, comercial, ni de ningún otro lugar, sino como un ruido de fondo en un bar de mala muerte mientras toca una banda desaparecida y desconocida que nunca logró ningún éxito, pero que tiene cinco de esos fans que se conocen todas las letras de las canciones de los dos discos elepé que lograron sacar.