Por Mónica Delgado
Sueño de Gotokuji por un Primero de Mayo sin luna (Rêve de Gotokuji par un premier mai sans lune, 2020), de la realizadora francesa de Natacha Thiéry, es un encuentro con el espíritu de Chris Marker. ¿Es una exhumación? ¿Qué tanto aparece el influjo de Sans Soleil aquí? Mucho, sobre todo porque hay varios puntos de encuentro: una voz reflexiva como tamiz de los sucesos, el registro directo a la caza de algún hecho cotidianamente sorpresivo, la posición política en torno a una concepto de urbe moderna, el nexo con Japón y las formas del ensayo fílmico. Sin embargo, el relato íntimo y la marca de Thiéry adquieren fuerza bajo el yugo pandémico.
Natacha Thiéry emplea su propia voz (o la de algún personaje) para dirigirse en tono epistolar, desde París, a un amigo japonés en Tokio. El relato de la rutina está marcada por el contexto de aislamiento y distanciamiento social forzado por la emergencia sanitaria de la COVID-19. Este contexto es abordado por Thiéry desde el desencanto, no tanto por los aspectos sanitarios o emocionales, sino desde la confirmación de un sistema económico que colapsa. Por ello, elige como marco simbólico la conmemoración del 1 de mayo francés, fecha emblemática que no podrá ser celebrada debido al confinamiento.
Bajo los ojos de Thiéry, quien va con cámara en mano por diversas calles de París, por distintas zonas obreras, aparecen diversos gestos de resistencia como los del cine La Clef, en el Barrio Latino, donde escenas de Un hombre sin rumbo (1955), wéstern de King Vidor con Kirk Douglas, aparecen proyectadas en una pared exterior a modo de reivindicación del valor del cine clásico e independiente en estos tiempos difíciles incluso para este sector audiovisual. Paseos por parques, por calles, el registro de grafitis como marca de una ciudad que se deja escuchar, los gritos desde las letras de colectivos feministas y de trabajadores, donde los homeless parecen descartar la idea de que París está detenida o en cuarentena. La vida de los nadie sigue su curso, allí mientras un grupo de personas duerme en algún rincón o busca alimentos en algún centro de caridad. Estas imágenes del París de la pobreza y el desencanto neoliberal, que pide “desconfinar la mente”, es confrontada por escenas de una manifestación del 1 de mayo en Tokio, registrada en 2018. Preparativos y curso de una manifestación festiva, marcada también por la identidad del japonés por el trabajo en una sociedad justa (aunque la política laboral japonesa tenga otra ascendencia y lógica ante el mercado). Un anciano ebrio cantando una versión de la Internacional quizás resume lo que la pandemia han desterrado.
Escenas del Templo Gotokuji, en Setagaya, Tokio, con sus maneki neko o gatos de la suerte (como en el film de Marker) van a evocar el deseo de recuperación de un tiempo perdido, de búsqueda de las fuerzas hacia la utopía socialista, de la oportunidad de nuevas victorias sociales. Y es en alguno de esos paseos, que Thiéry se topa con estos espacios espontáneos y que confirman que el cambio es aún posible: registros de personas en sus terrazas en edificios multifamiliares, quienes con banderas y palmas, van conmemorando un 1 de mayo particular. “El pueblo unido jamás será vencido”, la famosa canción combativa compuesta por el músico chileno Sergio Ortega irrumpe a todo volumen para simbolizar la continuidad de las luchas y la dispersión de fronteras.
Arica Doc: selección de corto y mediometrajes
Dirección, cámara, edición, sonido, producción: Natacha Thiéry
Francia, 2020, 46 min.