Por Mónica Delgado
¿Por qué es necesaria la narración en primera persona y el estilo fresco de la puesta en escena centrada en lo subjetivo para una película que habla sobre una relación fraterna y la irrupción de lo político como un asunto de dislocación? En Asier y yo de Amaia Merino y Aitor Merino la clara urgencia de los recursos del diario fílmico se vuelven en la única vía para explicar la admiración y dudas en torno a un personaje que solo podía ser descrito con la complicidad de lo familiar y desde la cercanía de la amistad. Tal y como lo señala el título, Aitor Merino se adueña del tono del filme, y asume su testimonio a lo largo de algunos años sobre el lado que le cuesta comprender de su mejor amigo, un etarra, pero lo hace a través de un sentido del humor que hace que cada escena escape de la solemnidad.
Contar la historia del mejor amigo etarra, que termina preso y distanciado, resulta un asunto delicado, sobre todo por la carga del contexto que implica rozar una estructura de sentimiento de la España actual sobre la situación política, nacionalista y separatista, en todo caso, (o de esas Españas diversas, divididas y únicas), pero donde Merino insufla una energía singular, llena de preguntas, de juegos ante la cámara, de un ludismo cuasi infantil pleno de comicidad y franqueza.
El director Aitor Merino, también conocido actor español (lo recordamos por su papel en Historias del Kronen de Montxo Armendáriz), nos presenta desde el inicio a Asier, militante del ETA, que luce algo reservado pero que está presto a las situaciones que lo llevan al recuerdo: visita a la escuela de secundaria en el pueblo natal, nostalgias en el patio de recreo, o un simple paseo por el bosque que sirven para idealizar la calidad de la amistad entre ambos personajes. y mostrar su dimensión íntima. Pero Aitor y Amaia Merino no se quedan solamente en el círculo de esta relación de amigos, sino que prodigan al documental de un lado abarcador de inevitables referencias sociales, la misma situación del ETA y su pedido de paz o adiós a las armas, o el mundial de fútbol que propicia la discusión sobre esa España que se ama o repele.
Asier y yo es la pregunta sobre el lado moral o ético de una amistad. Es decir el director se pregunta una y otra vez cómo es que ese amigo a quien creía conocer bastante, de pronto era un miembro de una organización de esa naturaleza. La respuesta la tiene el mismo Asier, pero no se explica, sino que Aitor deja que las imágenes lo describan: su permanencia en la cárcel, una cena con la madre del preso, una carta, o la descripción del momento de su captura. Hay una secuencia extraordinaria, el regreso de Asier a su casa y el recibimiento de la comunidad etarra, como un acto de gozo y celebración, que se fusiona con una fiesta popular llena de calor nacionalista, que propone a este hombre ya libre como figura de ese compromiso y mística, que a pesar de sus errores e ideología, y que el director no evita juzgar, luce renacido y más amigo que nunca.