BAFICI 2016: EL VIENTO SABE QUE VUELVO A CASA DE JOSÉ LUIS TORRES LEIVA

BAFICI 2016: EL VIENTO SABE QUE VUELVO A CASA DE JOSÉ LUIS TORRES LEIVA

Por Pablo Gamba

El viento sabe que vuelvo a casa (Chile, 2016) de José Luis Torres Leiva es un documental que tiene como protagonista a una de las figuras más importantes del género en el cine chileno: Ignacio Agüero. No es la primera vez que el realizador figura en una película de Torres Leiva. Qué historia es esta y cuál es su final (2013) estuvo dedicada al director de Cien niños esperando un tren (1988) y Aquí se construye (o Ya no existe el lugar donde nací) (2000). Esta vez Agüero se interpreta a sí mismo, como realizador de un filme de ficción, y aporta también su habilidad para hacer entrevistas. Pero su presencia en la historia es principalmente un recurso para indagar, a través de la puesta en abismo, en algunos problemas de la representación de lo real.

El cineasta del filme visita Meulín, en el archipiélago de Chiloé, con el fin de investigar para una película sobre la historia de dos enamorados que desaparecieron. A partir de las entrevistas que hace, y de otras conversaciones que mantiene, se perfila una representación de la sociedad local como dividida en dos partes enfrentadas: los descendientes de colonos y los indígenas. De vez en cuando alguien logra cruzar la “frontera”, como la llama un personaje, y se producen matrimonios mixtos que son motivo de conflictos. Por tanto, eso es lo que pudo haber ocurrido con los enamorados desaparecidos. El filme de ficción que se propone hacer Agüero vendría a ser así un Romeo y Julieta en el sur de Chile, y eso plantea una interrogante que concierne al documentalismo: ¿acaso no hay un punto en el que la manera de entender lo real, a partir de los testimonios, puede confundirse con una obra de William Shakespeare?

En la forma como los personajes relatan lo que cuentan se entrevén, además, posibles intentos de asimilar cosas que sucedieron durante la dictadura militar (1973-1990), de las que nadie parece poder hablar abiertamente. Eso podría llevar a añadir otro elemento a la historia de ficción del filme de Agüero: Romeo y Julieta ambientado en la isla Meulín, en la época del régimen de Pinochet. Pero nunca nada queda del todo claro en relación con eso, y surge la pregunta de si la conclusión a la que todo parece conducir se establece sobre la base de lo escuchado, o de una idea preconcebida de las dictaduras y las “desapariciones”.

En El viento sabe que vuelvo a casa, además, se utilizan varios modos de acercamiento a los personajes. Por una parte están los diálogos que entabla el cineasta de la historia, de una manera aparentemente espontánea, con gente a la que se encuentra. La cuestión es allí la semejanza que puede tener el documental con la ficción, cuando se filma de una manera que invisibiliza la intervención de los realizadores. En este caso ocurre porque Agüero no figura como documentalista sino como personaje de un documental de un director invisible.

Por otra parte están las entrevistas explícitas, en las que un entrevistado incluso se dirige a los integrantes del equipo que lo graba, que están fuera de campo, y finalmente los registros hechos para el casting de la película que se propone hacer el cineasta de la historia, que incluyen interpretaciones a través de las cuales los participantes también revelan aspectos de su manera de ser.

En cada caso hay una forma distinta de poner a la gente delante de la cámara, con las correspondientes variaciones en la actitud frente a ella. Así se muestra en esta película cómo cada una de estas técnicas produce un tipo de “verdad”, pero por eso mismo se manifiestan como insuficientes para hallar la verdad.

El viento sabe que vuelvo a casa llama la atención, por esa vía negativa, en la necesidad de restituir una capacidad de dialogar con lo real que puede haberse perdido en tiempos en los que “sobran los radios portátiles y […] tenemos televisión”, como dice el poema de Jorge Teillier citado en el título.

Sección Panorama/Cinefilias

Dirección, guion: José Luis Torres Leiva.
Asistente de dirección: Tiziana Panizza.
Producción: Catalina Vergara, Carolina Quezada.
Fotografía: Cristian Soto.
Sonido: Claudio Vargas, Fernando Marín.
Edición: José Luis Torres Leiva, Andrea Chignoli.
Elenco: Ignacio Agüero.
Duración: 103 minutos.
País: Chile, 2016.