Por Pablo Gamba
El cine argentino obtuvo un triunfo significativo en el 18° Bafici. Nunca había sido celebrado como lo fue este año en la competencia internacional, con los premios a la mejor película y al mejor actor –Diego Velázquez– obtenidos por La larga noche de Francisco Sanctis (2016), de Andrea Testa y Francisco Márquez, y el Gran Premio del Jurado de La noche (2016), de Edgardo Castro. Fue un pertinente llamado de atención sobre el valor del cine independiente que sigue haciéndose en ese país, en tiempos en los que Relatos salvajes (2014) de Damián Szifrón estableció un récord de espectadores para una película nacional y El clan (2015) de Pablo Trapero vendió más de 2 millones de entradas. Son dos ejemplos de la importancia que actualmente tiene el cine comercial de calidad de Argentina. Otro podría ser La patota (2015) de Santiago Mitre.
Esa es la diversidad más importante que puso de relieve el Bafici, por encima de la que existe entre esas dos películas galardonadas. También con respecto a la ganadora de la competencia argentina, Primero enero (2016) de Dario Mascambroni, un ejemplo característico del cine frugal hecho en ese país y que fue realizada en la provincia de Córdoba, como varios destacados filmes recientes. Significa, además, retomar una razón de ser de sus comienzos, cuando el festival contribuyó a poner de relieve el nuevo cine independiente argentino, con el premio como mejor director a Pablo Trapero por Mundo grúa en 1999 y el galardón principal obtenido por Parapalos de Ana Poliak en 2004.
Hay que celebrar también que La noche y La larga noche de Francisco Sanctis sean películas de riesgo en el contexto argentino y del festival. Es obvio en el caso de la primera, por su manera de acercarse a la sexualidad, pero incluso fue osado programar la segunda en el Bafici, como lo demostró la escena que hizo el crítico y exdirector artístico del festival Quintín, por considerar que los realizadores aprovecharon la oportunidad que se les dio de hablar para plantear “batallas políticas” –“Váyanse a la puta madre que los parió”, les gritó.
No menos llamativa, en el mismo sentido, fue la inclusión de varias películas para niños y adolescentes en las diversas secciones del Bafici, de las que llegó al palmarés John From (2015) de Joao Nicolau, de Portugal, con una mención en la sección internacional. Las plantas (2015), de Ricardo Doveris, de Chile, que estuvo fuera de competencia en la selección latinoamericana, y Le nouveau (2015) de Rudi Rosenberg, de Francia, incluida en la competencia internacional, fueron otros dos títulos de la misma temática que se destacaron entre los vistos. Sobre todo es importante que no se haya creado una sección especial en el festival para este tipo de filmes, con argumentos como la importancia de atraer y formar a los futuros espectadores del cine de calidad. Ese es otro aspecto relevante de la diversidad de criterios que hace pertinente al Bafici, al igual que su acogida a un cine de género al que no se abren otros festivales.
Por lo que a la diversidad respecta, también fue significativo que todos los premios de la competencia internacional correspondieran este año a películas de América Latina y África, con una sola mención para un filme europeo. La lista incluyó a In Last Days of the City (2015) de Egipto, por la que Tamer el Said fue galardonado como mejor director, y Rosa Chumbe (2015) de Jonatan Relayze, de Perú, que obtuvo el premio a la mejor actriz –Liliana Trujillo– y una mención especial. La apuesta por la diversidad geográfica en la selección, que por sí misma parece ser un criterio ajeno a lo propiamente cinematográfico, podría comenzar a perfilar una llamativa tendencia en el Bafici, más allá de su inclinación histórica a premiar filmes latinoamericanos, si se considera lo ocurrido el año pasado, cuando fue galardonada Court (2014) de Chaitanya Tamhane, de la India. Eso es importante, sobre todo, porque en este caso no está cargado de las connotaciones que aún puede tener la palabra “tercermundismo”, por ejemplo, en La Habana, ni del paternalismo de la “ayuda” en Europa.
Lamentablemente, en cambio, la competencia latinoamericana no fue tan prometedora como lo que pudo haber sido: una alternativa de similar peso a lo programado y galardonado en los principales certámenes de cine de la región, como La Habana, Guadalajara y Cartagena, o incluso Mar del Plata. Lo que más se lució en la nueva sección del Bafici fue la abundancia de documentales, y la calidad del galardonado como mejor película, Inmortal (2016) de Homer Etminiani, de Colombia y España, así como la de otro filme del mismo género que fue ignorado en los premios: Territorio (2016), de Alexandra Cuesta, de Ecuador. También resaltó una película de ficción que combinó inteligentemente recursos del documentalismo y el cine experimental con un resultado accesible: Romántico italiano (2016) de Adriano Salgado. Pero el nivel de otros títulos no fue el que cabía esperar en un festival como este, en un momento en el que el cine latinoamericano se destaca por su calidad y su espíritu innovador.
Este desnivel fue un problema que volvió a afectar al Bafici este año. Da la impresión de que hubiera sido un festival más sólido si se hubiesen hecho recortes en el número de títulos en cada competencia, y se redujera en general la cantidad de películas, que no pareciera tener otra justificación que superar la cifra de 400. Lo premiado en 2016 también sugiere que quizás haya que revisar la sección Vanguardia y Género, que antes llegó a llamarse Cine del Futuro y que ha sido el corazón del Bafici por lo que respecta a las propuestas innovadoras y experimentales, lo cual hay que celebrar particularmente en este blog. El palmarés, dividido entre el Gran Premio a Stand By For Tape Back-up (2015) de Ross Sutherland, del Reino Unido, y el premio al mejor cortometraje para Vintage Print (2015) de Siegfried A. Fruhauf, de Austria, que son filmes experimentales, y el western de terror Bone Tomahawk (2015) de Craig Zahler, con Kurt Russell, que fue el mejor largometraje, indica que quizás no sea una buena idea juntar cosas tan diferentes en la misma competencia. Aunque se valore la diversidad, hay un límite que debe marcar la coherencia.