
Por José Sarmiento Hinojosa
Hay varias formas de experimentar un festival de cine como el BAFICI, con cientos de títulos y decenas de secciones que ofrecen desde películas para niños hasta la vanguardia experimental más arriesgada. Vale decir: hay un solo BAFICI, pero hay muchos BAFICIs dentro del mismo. Y bajo esta lógica, el BAFICI que yo viví en estos 10 días bajo los cielos de Buenos Aires, fue principalmente el festival que vacila entre las dimensiones del tiempo y del espacio, de las re-estrenos, retrospectivas y del cine foráneo. Así, entre autores ya consagrados y nuevas promesas de distintas latitudes, pasé las más de cuarenta horas sentado en una butaca de cine.
Vanguardia y Género trajo más decepciones que promesas: Frente al descubrimiento de uno de los autores más interesantes de la sección, el taiwanés Su Hui-Yu (que participó en este festival con su instalación trasladada a pantalla de cine Super Taboo), se presentaron decepciones mayúsculas como The Intestine de Lev Lewis, película que acompañó la proyección de la anterior, y cuya puesta en escena recuerda más a un proyecto universitario de fin de ciclo que colapsa bajo sus propias pretensiones. Si Su Hui-Yu presenta un panorama completo sobre el eros, la represión y la cultura post-pop del Taiwán post-guerra en sus 19 minutos de duración, Lev Lewis desperdicia 71 minutos en un rodaje sin cúspides ni valles, un relato plano con un final innecesariamente sobrenatural que no deja mayor recuerdo.
La vietnamita KFC podría haber sido un buen ejercicio en género splatterfest y gore si no hubiese incidido tanto en el asco como herramienta de trabajo. Al parecer, al vietnamita Lê Bình Giang le ha parecido más importante el hecho de transgredir que divertirse y dejar que su filme pueda hablar por si mismo. Hay visos de un retrato de la cultura consumista de la nueva Vietnam, pero todo se pierde en el discurso violentista, sangriento y desagradable de un filme que no puede despegar. Igual suerte corre Lilith’s Awakening, de Mónica Demes, de la cual tampoco hay demasiado que decir: Al parecer el género fantástico ha corrido con poca fortuna en el BAFICI.
Algo mejor está Porto, de Gabe Klinger, que tiene ciertos visos de un Rohmer cansino, o un Linklater desdibujado. El tratamiento visual de Klinger es su mejor apuesta en un filme cuyo guión tambalea por algunos lados. El fallecido Anton Yelchin , en su último rol, cumple correctamente en los momentos claves de narración de la historia, y el clima nostálgico de la ciudad parece favorecer los mejores momentos de un filme que se puede entender mejor como una promesa que como un logro. Punto aparte para From the Diary of a Wedding Photographer de Navad Lapid, una película casi cínica pero terriblemente efectiva en el desarrollo de su visión del matrimonio en Israel. Lapid es implacable y desarrolla una violencia dramática no vista en The Kindergarten Teacher, pero que encaja perfectamente en su cosmovisión universal. De nuevo, solo 40 minutos le bastan al israelí para completar su fábula de desencanto.
Lo mejor del headquarters experimental estuvo en Dawson City: Frozen Time de Bill Morrison y Ulysses in the Subway, de Marc Downie, Paul Kaiser, Flo Jacobs y Ken Jacobs. Ambos retratos de tiempos olvidados, y testimonios de cineastas que se resisten a que el deterioro de las imágenes acabe con el cine, reinventándose a sí mismo en relatos sumamente complejos, como el de Morrison, o nuevas formas de ver, como en el filme de los Jacobs, Kaiser y Downie. Personalmente, uno de los mejores momentos de Ulysses (un filme desorientador donde podemos ver una especie de “espectrograma” en tres dimensiones del audio del subterráneo de NYC) es cuando un verso de “El Cantante” de Héctor Lavoe se cuela por los parlantes del cine: el testimonio de la multiculturalidad aterrizado en pantalla y un screenshot de la realidad pluriracial de un país como Estados Unidos, frente a las políticas xenófobas del actual régimen.
The Other Side of Hope (Kaurismaki), Certain Women (Reichardt) y Zoology (Tverdovsky) son películas que han recorrido triunfalmente ya otros festivales pero cuyo visionado se hacía mandatorio en el BAFICI. Kaurismaki y Reichardt están al tope de su juego, el primero con una historia que encaja perfectamente en este cosmos actual de migrantes y fronteras cerradas, la segunda con un retrato de mujeres en encrucijadas emocionales que parecen no superar del todo. Ambos cineastas lidian con la contemporaneidad de sus temas de maneras distintas, pero un espíritu del dilema actual los une, y es ello lo que hace que sus filmes sean tan relevantes. Pero fuera de ello, el manejo fílmico de los mismos es notable y responde por si mismo. Zoology es otro retrato de una sociedad alienante frente a la individualidad del sujeto. Tverdovsky maneja su filme con inteligencia y humor: la historia de una mujer con cola. Otro consagrado, Faith Akin, parece alejarse del cine personal para maniobrar sobre aguas poco profundas en su buddy comedy Goodbye Berlin, película que probablemente olvide en unos pocos días.
En mi “experiencia latinoamérica”, lo mejor estuvo de la mano de Perrone y la inmensa Cínicos, que inmediatamente se coloca como uno de sus mejores filmes. El Perro de Ituzangó no deja de reinventarse en cada aventura fílmica que vive. Habiendo ya experimentado ampliamente con el lenguaje audiovisual (desde visos de expresionismo y película de skaters en P3ND3J05 hasta retratos impresionistas trasladados a filme en Hierba), Perrone regresa con una nueva obra maestra que se sumerge en un universo de alienación donde el poeta es condenado a muerte, donde la multitud nace de los escombros y regresa a los escombros, una obra post-apocalíptica que se puede interpretar de muchas formas, pero que prefiero leer como una fábula de la renuncia a la humanidad, a aquello que nos hace raza.
Medea de Alexandra Latishev merece mención aparte en su tratamiento de una estudiante que busca el inducir el aborto, y Las Cinéphilas de María Álvarez como testimonio de un cine DIY que saluda a la experiencia de la cinefilia como reemplazo a la experiencia de la vida, o complemento. Menos afortunada es Cícero Impune, donde parece que Campusano empieza a quedarse sin recursos frente a sus recurrentes dilemas de narración fílmica.
En las retrospectivas: Alex Ross Perry estuvo entre los mejores momentos del BAFICI: The Color Wheel y Golden Exits están tremendas como películas de tratamiento indie donde Ross Perry escapa violentamente a las convenciones del género. Películas atípicas del cine independiente norteamericano que lidian con temas como el incesto como respuesta al aislamiento emocional y el desapego de las nuevas generaciones.
Marc Hurtado fue otro momento cúspide: poder ver filmes como Royaume o Bleu en pantalla grande y poder visitar sus últimos trabajos con el genio que fue Alan Vega es testimonio de un gesto universal que desarrolla el tema de la conexión entre el hombre y el cosmos, en una visión de la naturaleza frente al eros y las pulsiones primarias de la vida. Ya sea Jajouka o Saturn Drive, el trabajo de Hurtado está intrínsecamente ligado a la tierra, a esta función fundamental de la vida que empieza con el sonido insistente de una repetición como el latido de la tierra, y que se manifiesta en los instrumentos de los músicos de Jajouka o en las primeras notas de Ghost Rider de Suicide. Uno de los grandes cineastas de nuestros tiempos.
Y todo termina en el pasado. Suspiria, de Argento en su reedición 4k, Il Grande Silenzio de Corbucci en su versión remasterizada y The Most Important Thing: Love, una revisita al primer Zulawski francés. Obras consagradas de autores inmensos, que regresan de nuevo a invadir nuestros sueños. Me quedo con Romy Schneider, desaforada, gritando “¡el amor no significa nada!” irónicamente, en un filme, que tal como en el cine, donde el amor es lo que más importa.