Por Pablo Gamba
El Amparo es una película venezolana sobre una masacre que ocurrió en 1988 en la localidad de la que toma el título, en Venezuela. Pero no es un film que relate el asesinato de 14 pescadores a manos de policías y militares que los acusaron falsamente de ser guerrilleros, ni de cómo dos de ellos se salvaron. Tampoco intenta precisar la responsabilidad que tuvieron para el entonces jefe de operaciones de la extinta Disip (policía política), Henry López Sisco, o el actual gobernador socialista del estado Guárico, Ramón Rodríguez Chacín. Los dos formaban parte del Comando Específico José Antonio Páez, autor de crimen.
La ópera prima de Rober Calzadilla no se ocupa de denuncias como esas, sino de algo misterioso que las trasciende: cómo logró articularse la voz de la justicia en el testimonio de dos personas humildes y sin atributos particulares, José Augusto Arias (Chomba en el film) y Wolmer Pinilla, a pesar de las presiones de militares y políticos para que aceptaran la versión oficial, y transaran por su libertad. Es algo que hubiera sido dado por presupuesto en una película que apenas hubiese pretendido ser vehículo para la transmisión de la verdad sobre lo ocurrido.
El Amparo comienza con un estilo documentalista y una disolución de los personajes individuales en el grupo que sale a pescar. No hay ningún rasgo que haga sospechar que alguno tiene madera de héroe. Por el contrario, asumen el trabajo con una despreocupada actitud parrandera. La faena se confunde con una cantadera y bebedera de ron, y un planeado sancocho, también celebratorio.
Lo que ocurre en el pueblo, justo después de que la canoa se pierde de vista en el río, no es tampoco ni remotamente épico. Los familiares afrontan que no se sepa nada de los pescadores con dejadez, aunque haya noticias de que algo malo sucedió en los alrededores. Lo mismo pasa con el jefe de la policía local, quien desestima la preocupación de la gente cuando comienza a manifestarse.
Luego el estilo de El Amparo cambia, y marca distancia del modelo de cine político con tratamiento espectacular que parecía seguir. Se aproxima a la fuente dramatúrgica, una pieza de Karin Valecillos, quien la adaptó al cine. En escenas de diálogo –tras algunas de las cuales aún se percibe demasiado la obra de teatro– vuelven a perfilarse entonces las individualidades, con sus diversas respuestas a la presión que ejercen los poderosos sobre cada uno de ellos. Allí comienzan a manifestarse los gestos con los que resistió insospechadamente la verdad y se transformó en clamor popular de justicia, comunicándose de los caracteres fuertes a los débiles, superando flaquezas hasta entre los mismos sobrevivientes.
Hay un momento culminante por lo que respecta a la identificación de la victoria con el pueblo. No podía faltar en un film como éste. Pero ocurre en un contexto en el que predominan la sobriedad y el rechazo del golpe bajo a la sensibilidad. Una escena ilustrativa es el llanto de los familiares en la comisaría, cuya oscuridad no permite ver los rostros sufrientes, aunque los lamentos se escuchen. Incluso el triunfo de la resistencia tiene una ironía en la película, por apego a los hechos. Chomba y Pinilla logran convertirse en la voz de la justicia, pero no son escuchados solo por eso. Otros intereses deben coincidir para que suceda.
Competencia de derechos humanos
Dirección: Rober Calzadilla
Guion: Karin Valecillos
Fotografía: Michell Rivas
Edición: Mariana Rodríguez, Gustavo Rondón Córdova
Sonido: Francisco Toro
Reparto: Vicente Quintero, Giovanni García, Vicente Peña, Samantha Castillo, Rossana Hernández
Venezuela-Colombia, 2016