Por Pablo Gamba
En El ornitólogo Joao Pedro Rodrigues vuelve a su tema emblemático: la transformación. Aquí está relacionada irónicamente con la transfiguración cristiana, a través de la evocación de la figura de san Antonio de Padua, conocido también como San Antonio de Lisboa. Pero sobre todo hay que considerar la transformación, en todo el cine del realizador portugués, con referencia a la concepción posmoderna del yo, fragmentado y fluctuante.
No solo se pasa del realismo a lo fantástico en esta película, y cambia el rol del protagonista, Fernando, de científico observador de las aves a San Antonio contemporáneo. Incluso el actor que lo interpreta –el francés Paul Hamy, con la voz en portugués del director– es reemplazado por Joao Pedro Rodrigues.
La reiterada presencia visual y auditiva del agua transmite una sensación correlativa de permanente fluir. Siguiendo la deriva del protagonista, desde que su kayak se vuelca en los rápidos, al olvidarse de sí en la contemplación de los pájaros, van fluctuando también la historia, y las referencias literarias y cinematográficas. Incluyen un bosque de cuento de hadas, la vida del santo, tópicos del documental científico, del survival, de los filmes de terror italianos y del western, y hasta una evocación del cine de Pier Paolo Pasolini.
La historia está ambientada en una zona de mapas imprecisos, donde España puede convertirse en Portugal, fuera de cobertura del celular y donde el GPS no funciona. Las lentas disolvencias producen una metamorfosis de las imágenes, que, por ejemplo, convierte a dos cristianas chinas –que vienen a ser las brujas del bosque– en ejemplares de la flor fetiche del realizador: el anturio.
La ironía está en la tensión que se establece entre esa deriva e indefinición, y la senda que conduce a Dios –pérdida del camino de Santiago que se proponían seguir, en el caso de las jóvenes–. Un plano de un avión, que al pasar deja una estela recta en el cielo, pareciera ser una señal para que el yo fluctuante extraviado se encauce. También la paloma blanca que sigue al protagonista.
Pero el hecho de que Fernando, aunque también esté perdido, no haga señas para que lo rescate a un helicóptero, plantea un problema en torno a la aspiración a esa salvación que puede venir de arriba. Algo parecido ocurre con los pájaros: el que ve desde lo alto podría ser Dios, como lo sugiere el símbolo cristiano, pero reiterados contraplanos indican que solo son aves de este mundo las que observan al ornitólogo, como él a ellas –una mirada que no es identificada, pero se sobreentiende por la angulación, cuando se trata de las dos muchachas.
Hay muertes y resurrecciones en esta película. Pero la redención cristiana se confunde en ellas con el tema medular de Rodrigues: el cambio solo cesa cuando se deja de existir. Es una toma de posición filosófica y política: la reivindicación de la naturaleza indefinida y fluctuante del ser humano, y de las cosas en general, lo cual implica también un cuestionamiento de inmutabilidad de lo establecido.
La religión de El ornitólogo viene a ser, por tanto, un “cristianismo” en el que lo que salva es la ambigüedad, porque es lo que mantiene el fluir, el cambio constante. De allí la cita de culto a la iconografía de san Sebastián. En esa escena puede verse, bajo la ropa interior de Fernando, que tiene una descomunal erección cuando las brujas lo someten al bondage, luego de hacerle beber una pócima. Evoca la religión y es a la vez expresión de un homoerotismo en el que se confunden los opuestos –placer y dolor–; un ícono cristiano y queer.
BAFICI 2017: Vanguardia y género
Dirección y guion: Joao Pedro Rodrigues.
Fotografía: Rui Poças.
Edición: Raphaël Lefèvre.
Dirección de arte: Joao Rui Guerra da Mata.
Sonido: Nuno Carvalho.
Reparto: Paul Hamy, Xelo Cagiao, Joao Pedro Rodrigues, Han Wen, Chan Suan.
Duración: 117 minutos.
País: Portugal, Francia y Brasil.
2016