Por Pablo Gamba
Los Niños es una película de una cineasta que aún cree en la capacidad del documental que puede dar la impresión de que muestra realidades, prescindiendo del narrador y ocultando a aquellos que producen las imágenes y sonidos. Es una paradoja, puesto que la capacidad de crear esa verosimilitud se hace semejante, entonces, a la que tiene el cine de ficción. Pero es también un desafío al virtuosismo, y eso es algo que nunca falta en las películas de la cineasta chilena, premiada por La Once (2014) en el Festival de Cartagena. Su talento para disolverse entre aquellos que filma, hasta alcanzar la invisibilidad, resulta siempre asombroso, al igual que la fluidez con que construye las historias en el montaje.
No deja de plantear también así una pregunta acerca de la tendencia “subjetiva” actual, a hablar en primera persona y a que los documentalistas sean personajes de la historia. Ese tipo de cine tiene dos polos: la honestidad y el reality show.
Los Niños trata de personas con síndrome de Down. Es una realidad que Alberdi conoce de cerca porque tiene una tía de esas características, que participa en el film. Pero el vínculo personal no se hace explícito en un documental de este tipo. El título es una ironía sobre la crueldad, disfrazada de ternura, con que se trata a la gente de esa condición en Chile y otros países: aunque su esperanza de vida ha aumentado con respecto a los tiempos en los que no superaba los 25 años, y actualmente no es raro que lleguen a ser personas maduras del doble o más de esa edad, se les trata como si siempre fueran niños. Los personajes adultos, en consecuencia, tienen una vida que gira en torno a una “escuela”, en la que pueden permanecer indefinidamente mientras tengan dinero para pagar.
Hay un correlato del tema en el estilo de Los Niños: desde el comienzo se recurre a tópicos evidentes del cine “infantil”, como la luz y la música. De esa manera se trata de conquistar la simpatía del espectador por los personajes, que también le pueden resultar familiares por su parecido con un tipo de cine de ficción que le resulta reconocible. Luego es la base para entender también los problemas que afrontan los que tienen síndrome de Down por no ser tratados como adultos.
El marco institucional es un elemento central del problema, y eso establece un vínculo entre esta película y el cine directo de Frederick Wiseman. La ley chilena permitía, por ejemplo, que a personas como las que tienen esa condición se les pagara un salario “simbólico” por el trabajo que hacían, lo que no es otra cosa que explotación. Los Niños presenta la situación sin incurrir en los tópicos de la denuncia, a través del pago que reciben los “alumnos” por su labor como pasteleros. Pero no fue ineficaz: la ley fue reformada para que eso no ocurra más.
Mayor interés tiene la lucha que los profesionales dan en la escuela con el fin de preparar a los adultos con síndrome de Down para que tengan la mayor igualdad posible con los demás ciudadanos. Eso incluye el disfrute de la libertad para establecer relaciones de pareja. La posibilidad del matrimonio es planteada en una escena, en la que un sacerdote le explica a un personaje la posición de la Iglesia Católica y su diferencia con la del Estado. Pero no necesariamente las familias son tan progresistas, como también se ve en la película. La continuidad de las relaciones depende, además, de un factor ajeno a la voluntad de los que se aman: la posibilidad de continuar en la escuela, pagando lo que ella cuesta.
Más importante que la observación de esas dinámicas es, sin embargo, la dimensión performativa del film. Los Niños es menos un documental sobre una problemática institucional que una película sobre la manera de ser de un cierto tipo de personas. No se trata solo de mostrar casos y situaciones ilustrativas, sino de hacer cine sobre seres humanos. Eso incluye el intento de transmitir la experiencia de vivir en un mundo que no solo está al margen, sino que es sentido como propio por quienes viven en él –lo cual es subrayado en unos planos por el fuera de foco en el que quedan los “otros”–. También de mostrar la complejidad del desenvolvimiento de estas personas en las relaciones de trabajo, de amistad e íntimas, las expresiones de su imaginación, y cómo también pueden recurrir a la manipulación y a la viveza para intentar obtener lo que quieren, por ejemplo.
Todo eso puede resultar controversial, en la medida en que parezca asimismo un intento de construir una representación que mantenga la simpatía del espectador, con el fin de lograr su apoyo para los que luchan por la igualdad de estas personas. Pero esa es la apuesta de un film de derechos humanos como este, el cual se inscribe también en una manera de hacer documentalismo que se preocupa por seducir a un público para el cual películas son solo las de ficción.
Competencia de Derechos Humanos
Dirección, guión y producción: Maite Alberdi
Fotografía: Pablo Valdés
Edición: Juan Eduardo Murillo, Menno Boerama
Sonido: Ranko Paukovic
Chile-Holanda-Francia-Colombia
2016