Por Mónica Delgado
Reinos describe en su argumento la relación de atracción sexual ambivalente entre dos universitarios, vínculo que se basa en la violencia y la dominación, aunque de un modo sutil más que perverso. Pelayo Lira describe a partir de planos cerrados el entorno de los dos jóvenes amantes, amorío que surge en los ratos libres de sus clases en alguna facultad de letras en Santiago de Chile y que va reflejando las dudas propias en el tránsito a la madurez.
Este primer largometraje de ficción de Pelayo propone una visión del mundo universitario de la capital chilena, de fiestas en tardes posclases, en los patios y parques de la ciudad universitaria, donde el relajo y la cerveza se van imponiendo ante cualquier predicción de éxito tras los cinco años de estudios. Esta atmósfera de intranquilidad, ocio y libre de pesares laborales o familiares se convierte en la vía de escape y de encuentro para estos jóvenes “slackers”. Mientras en el espacio social estos protagonistas viven pensando en cambiar o no de carrera, en la intimidad dejan a flote relaciones de poder que los une o distancia.
Lo más logrado de Reinos es precisamente este ambiente de disconformidad en el entorno universitario, donde se lucen graffitis sobre la gratuidad de la enseñanza o demandas sociales de todo calibre, mientras los estudiantes lucen en festejo permanente. Sin embargo, para los momentos de más intimidad, Pelayo apuesta por la cámara en mano y por planos fuera de foco, que parecerían responder más a un descuido que a una opción estética. Igual queda la duda ante la materialidad de estos encuentros sexuales, casi furtivos, donde el cineasta busca imponer con mucha cercanía y donde los roles femeninos no escapan a algunos tópicos vigentes sobre la naturaleza de la imposición y el castigo.
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