Por Aldo Padilla
Un mismo actor se repite en uno, dos y hasta tres cortos de la competencia. Se alcanza a ver en alguno a un ayudante de dirección como un actor improvisado. La limitación de recursos que convive con la explotación de ideas originales, predominan en una competencia con cortos que en casi todos los casos dejan de lado la narrativa convencional para centrarse en ideas simples que muestren la destreza del director de forma sintética. La competencia en este reciente Bafici resultó equilibrada en su multiplicidad de ideas y que tan solo se vio empañada por algunas películas que explotan el egocentrismo, en un caso, y el homenaje cinéfilo fallido, en otro.
Los tres films ganadores plantean una interesante conjunción entre trayectoria, experimentos sonoros y guiones experimentales. La prima sueca de Inés Barrionuevo y Agustina San Martín venía precedida por todo el peso que le había dado ser parte de la Berlinale 2017 y que ratificó en su debut argentino con un coming of age que explota la emocionalidad adolescente. El caso de El liberado de Martin Farina es, tal vez, el más atípico. Un film que basa su tratamiento sonoro en muchas voces interrumpiéndose a la vez, que discuten sobre un pasaje libre para el viaje del curso de último año. La constante superposición de personas hablando a la vez hace que constantemente sea difícil entender los argumentos, pero que refleja la energía desbordante e incontrolable de la adolescencia.
Finalmente, Las flores de Renzo Cozza es el film que más recurre a la excentricidad, con un guion que aborda una especie de intercambio de roles de una mujer que ha decidido dejar de hablar y que delega a su mejor amiga la tarea de comunicar algo que ella no puede, mediante un clima casi surrealista. Cozza logra plasmar la idea de una posesión y exorcismo en clave romántica.
Aparte de los ganadores es bueno resaltar películas que llevaron ideas de no ficción a distintos niveles y que fueron las más arriesgadas. Yo, pasto de los leones de Milton Secchi logra una obra donde el documental que pretende ser grabado se transforma en un objeto difícil de identificar, ya que termina siendo un documento para recordar la inundación santafesina del 2003 y que a la vez retrata a la actriz Sofía Brito quien se encarga de recopilar testimonios en medio de una melancolía cuyos motivos apenas se explicitan y que rodean al film de un halo de misterio acompañado por música catártica.
Por otro lado, el film de Giselle Chan: Lapso, una espera juega con la experimentación visual en forma de oscuridad, filmando a un grupo de astrónomos amateur cuyos descubrimientos estelares son masas amorfas que se debaten entre lo intemporal y lo irreal, y ante todo crea una atmosfera insana de noche continua donde los sueños o pesadillas parecen materializarse en forma de colores aleatorios.
Finalmente, en un tono más distendido Tres valijas de Lara Franzetti, que colabora con Maria Villar en un film con un guion plagado de confusiones entre tres personas cuyas maletas en un aeropuerto han sido intercambiadas y que lleva a un problema que en cierto momento parece irresoluble, pero que recurre a una solución tan sencilla que aunque se aleje de lo cinematográfico abre un camino hacia lo minimal y la falta de estridencia.
En un grado intermedio de interés, el ensayo Lo que sus ojos no ven de Julieta Pestarino muestra la relación compleja que existe entre el investigador y la persona objeto de estudio, su inabarcabilidad que lo transforma en un ser que se acerca más a lo sobrenatural que a una realidad finita. Más terrenal es el retrato de Luciana López sobre la inmigración y sus contrastes en Hermanas Hoshino & Familia De Jesús, documental que contrasta dos peluquerías que en sus distintas concepciones de vida se complementan de forma de entender como la inmigración se convierte en parte de la sociedad. Aunque en algún momento hay cierta tendencia de la directora de remarcar de manera exagerada la diferencia entre japoneses y colombianos, esto se olvida cuando puede notarse la complicidad que hay con los protagonistas. Una tarea un tanto más difícil es definir ¡ESPÍAS!, de Tomás Guiñazú, cuyo tono no acompaña a algo que es en esencia una comedia involuntaria, aunque en varios momentos parece tomar en serio su rol de thriller, pero que en la mayor parte del tiempo avanza en el metraje mediante gags físicos, lo cual hace dudar de las intenciones del film.
A pesar de las alabanzas anteriores, es necesario recalcar algunos cortometrajes de dudoso valor, ya sean los extremadamente convencionales, como fueron Acapulco, Los rotos y Entre dos aguas. Las dos primeras cuyas historias amorosas están basadas en personajes con muy poca consistencia y cuando buscan el homenaje se transforman en parodias, mientras que la tercera nombrada recurre al enésimo retrato de la fascinación del hombre por los caballos, sin aportar alguna idea nueva. Un poco más complejo es analizar las dudas sobre Mariela, film semiautobiográfico, en el cual la directora (Victoria Romero) busca homenajear a su niñera, pero que termina cayendo en la condescendencia y en un ejercicio de ego, y no logra recordar de una manera amable a su protagonista.
Top 10
Si bien este texto está concentrado en los cortometrajes del Bafici, no quiero dejar pasar la oportunidad para destacar las películas más destacadas del festival vistas por primera vez, lo que explica la gran presencia argentina.
- La cuarta dimensión, de Francisco Bouzas (Argentina – Bolivia)
- Algo quema, de Mauricio Alfredo Ovando (Bolivia)
- When She Runs, de Machoian y Ojeda-Beck (EE.UU.)
- Casa propia, de Rosendo Ruiz (Argentina)
- Yo, pasto de los leones, de Milton Secchi (Argentina)
- Fail to Appear, de Antoine Bourges (Canadá)
- El ruido son las casas, de L. Foglio y L. Montes (Argentina)
- Ella & Nell, de Aline Chuckwuedo (Alemania)
- Takara, la nuit où j’ai nagé, de Damien Manivel y Kohei Igarashi (Francia – Japón)
- Esto no es un golpe, de Sergio Wolf (Argentina)