BAFICI 2022: PEQUEÑA FLOR DE SANTIAGO MITRE Y AHORA YA SÉ DÓNDE ENCONTRARTE DE DIEGO BERAKHA

BAFICI 2022: PEQUEÑA FLOR DE SANTIAGO MITRE Y AHORA YA SÉ DÓNDE ENCONTRARTE DE DIEGO BERAKHA

Por Pablo Gamba

Después de los intentos fallidos que fueron Las Vegas (2018), de Juan Villegas, y Claudia (2019), de Sebastián de Caro, el BAFICI encontró, por fin, una significativa comedia de coproducción nacional para su inauguración en Pequeña flor (Petite fleur), de Santiago Mitre. También es para este director un reencuentro, en Francia, con sus comienzos en este género en su país natal con El amor, primera parte (2005), que codirigió con Alejandro Fadel y Martín Mauregui. Mitre venía de la megaproducción La cordillera (2017), con un elenco de todos estrellas encabezado por Ricardo Darín, con Alfredo Castro, Daniel Giménez Cacho, Christian Slater, Dolores Fonzi y Paulina García, entre otros. La política universitaria de El estudiante (2011) se disparó allí hacia las alturas de una cumbre presidencial. Antes Mitre había hecho una remake “de calidad” del clásico argentino de Daniel Tinayre, La patota (1960 y 2015), sobre una abogada que es violada en un barrio de gente pobre y del interior al que va a hacer trabajo social -con Fonzi en el papel principal. Nuevamente trabajó Mitre con Mariano Llinás en el guion de Pequeña flor, como en El estudiante, La patota y La cordillera, pero aquí se impone la veta de fabulación fantástica del cineasta de Historias extraordinarias (2008) y La flor (2018). Los desbordamientos de Llinás se hallan concentrados en una pieza que fluctúa entre las comedias de hombres que deben hacerse cargo de bebés y las que van hacia lo negro, incluso el terror y el gore, con una duración convencional, no las más de 13 horas de La flor.

En Pequeña Flor, si hay un punto en el que la historia del padre desempleado, que se aburre porque lo han puesto a cuidar a su hija, se desestabiliza y se abre a otras posibilidades que desafían la verosimilitud inicial, hay que recordar también que el salirse de los carriles de los estilos clásicos ha sido siempre una licencia válida en la comedia. El juego de tensiones de opuestos es lo dominante en este film, y hace de ella una película destacable. El punto más significativo es aquel que tiene como correlato los motivos del jazz y el espejo, y que se da entre lo que cambia constantemente, como si se improvisara, y lo que se repite una y otra vez. Es algo que de una manera se replica también como tema: lo que muere y lo que persiste en vivir, que es aquí el eje tanto de lo fantástico como de una redención convencional. Despegándose así de los grandes problemas sociales, políticos y morales tratados explícitamente en El estudiante, La patota y La cordillera, Mitre y Llinás se remontan aquí hacia otras alturas, las de la abstracción perseguida por el héroe de un sector del cine –y la cinefilia– argentinos: Hugo Santiago, el director de Invasión (1969), en cuya escritura participaron Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Podría decirse que la tensión máxima de Pequeña flor es la que se da entre lo abstracto y lo concreto, y
que se desencadena –o, mejor dicho, estalla– en la destrucción grotesca del cuerpo.

Por otra parte, podría pensarse que esta coproducción en la que trabajan Melvil Poupaud y Sergi López, dos figuras conocidas del circuito del “cine de arte”, y el jazz es, como se dijo, un motivo clave –el título viene de un tema de Sidney Bechet compuesto en Francia y con letra en francés–, puede ser para los argentinos Mitre y Llinás una catapulta hacia una trascendencia europea análoga a la de los mexicanos Alejandro González Iñárritu, Alfonso Cuarón y Guillermo del Toro en Hollywood. Pero es un error.

Otra tensión clave es la que se da entre el personaje del uruguayo Daniel Hendler, que interpreta a un argentino emigrado, y su entorno. Aunque la voz narradora en off establece un punto de vista europeo engañoso en la película, la perspectiva que domina es la del extranjero que ni siquiera habla bien francés. El enrarecimiento del realismo que abre la historia hacia lo fantástico puede ser identificado, por tanto, como una mirada latinoamericana al “viejo mundo”, una respuesta en la actualidad a las invenciones de la Conquista, una “contraconquista” incluso. También América Latina es en parte una repetición de Europa y una creación diferente, propia, a la vez, y las tensiones entre ambos aspectos de su realidad y su ficción son definitorios. Por todo esto, las relaciones de poder internacionales dramatizadas en La cordillera tienen aquí una dimensión más profunda y desafiante.

La programación del BAFICI agregó otro detalle significativo al acompañar Pequeña flor –que también plantea preguntas acerca de cómo cambia el concepto de “cine independiente” de acuerdo con el contexto de producción– de Ahora ya sé dónde encontrarte. Es un corto unipersonal de Diego Berakha sobre su abuela, en el que trabaja con imágenes de Google Earth, el archivo familiar y animación. Lo que le da cierta singularidad entre la proliferante filmografía “del yo” es el trabajo con los desplazamientos virtuales que la tecnología permite para explorar las nuevas relaciones que crea, no solo con el espacio sino también con el tiempo. Confrontada con la de Santiago Mitre, esta pequeña película subraya, sobre todo, la importancia que tiene en la actualidad la cuestión de la ubicación personal en el mapa global.

Función de apertura
Pequeña flor
Dirección: Santiago Mitre
Guion: Santiago Mitre, Mariano Llinás
Producción: Didar Domehri, Agustina Llambi Campbell
Dirección de arte: Pierre-François Limbosch
Fotografía: Javier Julia
Montaje: Alejo Moguillansky, Andrés P. Estrada, Mónica Coleman
Sonido: Olivier Le Vacon, Santiago Fumagalli, Nils Fauth
Música original: Gabriel Chwojnik
Interpretación: Daniel Hendler, Vimala Pons, Melvil Poupaud, Sergi López
Francia-Argentina-España-Bélgica, 2022, 98 min.

Ahora ya sé dónde encontrarte
Realización: Diego Berakha
Argentina, 2022, 6 min.