Por Mónica Delgado
El Festival Internacional de Cine de Valdivia, en su edición 24°, culminó hace algunos días, y en Desistfilm realizamos un primer balance enfocado en la zona oriental, es decir en el trabajo más reciente del invitado estelar, Sion Sono, la muestra Wuxia y en las proyecciones en 16 mm de cortos de Takahiko Iimura, Kohei Ando, Takashi Ito y Akihiko Morishita.
Masacre en Texas de Tobe Hooper está considerada como la película que contiene más gritos despavoridos de una mujer por largos minutos. Marilyn Burns, la denominada “reina del grito“, al huir del ruido de la motosierra en diversas secuencias, marcó un estilo de terror marcado por la histeria y su exacerbación. En la serie que Sion Sono hizo para Amazon de Japón, Tokyo Vampire Hotel, que se estrenó en la región en el reciente Festival de Cine de Valdivia, pareciera que se quiere repetir la proeza, al menos en su primera parte, su protagonista, una joven que es testigo de una masacre, corre y lanza gritos por diversas calles de Tokio, gobernada por un impulso de escape, de querer romper, a punta de gritos, esa suerte de pesadilla que acaba de aflorar.
En la conferencia que dio Sion Sono, como invitado estelar del festival, mencionó brevemente sobre el diseño de los personajes femeninos en sus películas, muchos de ellos adolescentes dentro de un contexto pop del Japón actual. El cineasta japonés, con el carisma que lo caracteriza, señaló que un método para obtener algo de “realismo” en sus films, o indagar en esta mentalidad de las mujeres, consiste en colocar alguna grabadora de audio en los baños, ya que las conversaciones allí desnudaban determinadas sensibilidades y formas de pensamiento difíciles de obtener por otras vías. Confesión tomada con gracia o como anécdota, ya que su cine no suele revelar mecanismos de la psique femenina con urgencia realista, sino más bien apela al retrato desde la alteración de los clichés y algunos rótulos del cine de género. Más bien esta revelación afirma la peculiaridad con la que Sion Sono se acerca a sus personajes, seres oscuros que lucen empoderados, muchachas seguras de sí mismas, y siempre estoicas en submundos de buenos y malos.
Hay una escena brutal en Tokyo Vampire Hotel, un film que aborda desde varios géneros el elemento vampírico, y que hace evidente la libertad con la que Sion Sono sigue filmando (confesándose casi apátrida o un outsider dentro del cine japonés actual): una asesina “acuchilla” con un tenedor a una comensal, dándole una y otra vez en la yugular durante un tiempo prolongado. ¿Quién a estas alturas de la historia del cine o la televisión realiza tamaña escena de exceso y puro gore sobre un ataque interminable? El cine de Sion Sono, como en el buen giallo, está plagado de golpes estéticos y abstracciones al trastocar diversos códigos de género (como en El Club del Suicidio o Love & Peace, exhibidos en Valdivia). No importa aquí el modo narrativo en que se filma o graba un crimen sino su estética, al lograr incluso más allá de lo coreográfico, una planificación y geometría de la forma, y con este trabajo para la televisión (una serie de casi cuatro horas), Sono lo afirma con creces.
En su primera visita a Chile y a Latinoamérica, Sino Sono dejó claro que es un autor en todo sentido, que se reconoce así mismo como artesano, más dado en sus inicios a la escritura y a la música que al cine, y que en la construcción de sus imaginario prima el deseo abrupto o natural de filmar, sin mucha planificación, al dejar que broten los momentos, los estallidos de creatividad en pleno rodaje.
La reivindicación del Wuxia
Desde hace algunos años que el Wuxia viene apareciendo en diversos festivales, sobre todo desde los “lanzamientos” en Cannes Classics, y para destacar los films de la etapa taiwanesa o hongkonesa de los años sesenta, a partir de copias restauradas o remasterizadas. En Valdivia se pudo ver seis trabajos de la industria de Taiwán, entre los cuales me detendré en dos: Dragon Inn de King Hu y Iron Mistress de Tsun-Shou Sung.
Ambos films en sus particularidades significaron una estilización o un punto de quiebre en el género de artes marciales y espadachines, sobre todo porque eran films a la vez muy populares, insertándose en las exigencias de un cine más industrial. Lo interesante de ambas propuestas es que permiten rastrear precisamente estos giros dentro del género, que se sostienen más alla de las típicas historias de lealtad y de venganzas.
Dragon Inn (1967) resulta una hazaña porque escapa a algunos tópicos necesarios del género. Si bien pareciera ser el típico film donde la sed de venganza es un gran motor, su valor está en que la historia que se narra reune a un grupo de desconocidos, la mayoría parias, que poco a poco se van uniendo por una causa, movidos más por la solidaridad entre extraños que por alguna motivación de clase o de revancha familiar. En la historia que King Hu va construyendo existen las sospechas, el poder estatal que hay que defenestrar, y un singular enfrentamiento entre hombres y eunucos de caracter antológico. Como en A Touch of Zen, la maestría de King Hu no solo está en su compenetración y respeto a los códigos del Wuxia (sobre todo la rama denominada Wuxia Pian, que se centra en héroes plebeyos) sino en el escape o cuasi abandono del emblemático “zoom in” para las escenas de acción o toques de suspenso, y en liberar apenas algunos toques sobrenaturales en los movimientos. Lo que más importa en estas épicas del honor es la defensa de determinados ideales, que van más allá de lazos de sangre o de territorios de nobles, para dar cabida a la construcción de una comunidad, de extraños que se vuelven hermanos.
En cambio, Iron Mistress (1969) se propone como una versión local de Robin Hood, pero donde el personaje femenino del título es mostrado desde un punto tangencial, donde poco a poco va tomando el eje o protagonismo de la historia. Si en otros Wuxia, las mujeres son expertas en el arte de la lucha y las espadas, y acompañan a los hombres en la definición de sus hazañas, en este film de Tsun-Shou Sung vemos precisamente el proceso de cómo las heroínas van tomando un lugar importante dentro de una historia en apariencia coral, sobre enfrentamientos de ricos versus pobres en un entorno rural, fuera de dinastías y élites. Esta dama de hierro es más bien un personaje decidido pero no hostil ni frío, que luce también vulnerable, en medio de una trama donde el cineasta busca afianzar el lado sabio y la experiencia que suelen aparecer en este tipo de roles pero en perfiles masculinos.
Que el festival de Valdivia haya decidido colocar una sección de Wuxia en su programación permite apreciar, a través de estos seis films, la maestría alcanzada dentro de un género popular cuyo propósito es el entretenimiento, y valorar a la distancia su influencia sobre todo dentro del cine estadounidense contemporáneo.
La nueva ola japonesa
Uno de los grandes logros de esta edición 24° del festival de Valdivia fue la proyección en 16mm de diversos trabajos experimentales entre los años 70 y 80 de cineastas y artistas japoneses, al margen o inspirados por la irrupción de algunos maestros del Art Theathe Guild, y que permitió establecer nexos con otros trabajos de similar aire y búsqueda fuera de Japón.
La sección “La gran ola de Tokio: cuatro miradas al cine experimental japonés” se propuso ser una lectura generacional sobre algunos tópicos estilísticos y del tratamiento del soporte fílmico de aquellos años, desde la intervención de los frames dentro del cine no filmado, el uso del time-lapse, la fotografía secuencial, hasta el flicker. Ver en progresión algunos trabajos de Takashi Ito permite reconocer claramente su paso del experimento sobre las formas y el soporte, hacia un cine más centrado en las irrupciones narrativas, que lo sigue afirmando como uno de los cineastas experimentales japoneses más notables de toda su historia. La oportunidad de ver Spacy (1981), esa gran obra maestra de la fotografía secuencial (700 fotografías fijas puestas en movimiento de acuerdo a una coreografía que rompe las reglas de la física, o que en todo caso crea una sensación de su ruptura), fue simplemente una de las cumbres del festival.
Al ver Timed 1, 2, 3 (1972) de Takahiko Iimura, otro de los maestros del experimental nipón, es inevitable establecer el nexo con Arnulf Rainer (1960) de Peter Kubelka, debido al acercamiento conceptual sobre la fantasmagoría y el uso de la luz desde la intermitencia: película en blanco, película negro y el sonido productor de la cinta magnetofónica rasgada. Pero como pasa en el trabajo de Ito o Iimura, hay un ligero toque de humor que le quita solemnidad a estas indagaciones conceptuales, y convierten a la experimentación en un asunto lúdico, como pasa con la exploración del frame (planos tripartitos o cuatripartitos) en Xénogénèse de Morishita. Quizás este sea uno de los motivos más importantes que marcan la personalidad del experimental japonés de estos años: un sentido del humor que también podemos rastrear en trabajos capitales de Obayashi, Terayama o Matsumoto, referencias que afloran en algunos de los trabajos vistos en esta muestra, a todas luces memorable dentro de la programación del festival.
A continuación, una lista de los films/momentos que más aprecié durante aquellos días, muchos de ellos rescates, programados bajo la consigna de acercar obras emblemáticas en mejores condiciones de proyección. La oportunidad de convertirse en las “primeras veces” en la historia de los cinéfilos locales:
1. On generation and corruption de Takashi Makino
2. Spacy de Takashi Ito y todos los demás cortos de Ito en 16mm
3. Wavelenght de Michael Snow en 16mm
4. Todo el programa de Maya Deren en 16mm
5. Grandeur et decadence d’un petit commerce de cinéma de Godard
6. 9 doigts de F.J. Ossang
7. Zama de Lucrecia Martel
8. Did you wonder who fired the gun? de Travis Wilkerson
9. Armageddon 2 de Corey Hughes
10. Braguino de Clément Cogitore
11. Baronesa de Juliana Antunes
12. Plus Ultra de Samuel M. Delgado y Helena Girón
13. In order not to be here de Deborah Stratman
14. Dragon Inn de King Hu