Por Tara Judah
Patricio Guzmán ha ido desenterrando literalmente las atrocidades más ocultas desde hace décadas en la historia de Chile. Sus películas dan voz a algunos de los crímenes más terribles y silenciados del mundo. La primera vez que vi La Batalla de Chile (Parte 1, 1975, Parte 2, 1976, Parte 3, 1979), El caso Pinochet (2001) y Salvador Allende (2004) quedé horrorizada por el alcance de los crímenes y anonadada por lo poco que sabía de ellos.
Después vi Nostalgia de la luz (2010), y nuevamente Guzmán abrió mis ojos. Para un trabajo que se centra en lo social y lo político, Guzmán no siempre se adhiere a la estética de la guerrilla del llamado Tercer Cine. Al igual que Nostalgia de la luz – una visión hipnótica del mundo y el universo – El Botón de Nácar dibuja un gran ángulo y habla de algunos de los actos más humanos (e inhumanos) que han tenido lugar en nuestra historia. En ese mismo aliento es que examina la creación de la Tierra. Todo es hermoso, impresionante, desgarrador, y una brillante vía para una polémica ejecución cinematográfica.
Patricio Guzmán comienza mostrando una pieza de cuarzo: con 3000 años de antigüedad y con una gota de agua conservada, o atrapada, en su interior. Argumentará que el agua consiste en mucho más que H20. En sí, el agua es la frontera con Chile. También es un océano de almas perdidas: un cementerio de masas sin lápidas. La pena, para los que se quedan, es tan interminable como el mismo océano. Guzmán nos dice: «El muerto debe terminar muriendo para que la vida puede seguir viviendo.»
Se estima que el número de cuerpos que fueron arrojados al mar fue de 1200 a 1400. Las cifras exactas no se conocen. Guzmán ayuda a un periodista en la reconstrucción de cómo esos cuerpos habrían sido «empaquetados» y arrojados al mar. La metodología es escalofriante, sobre todo porque pone en evidencia esta deshumanización. Aunque las esperanzas del gobierno confiaban en que «el mar mantendría el secreto de la delincuencia», en cierta medida se ha demostrado lo contrario – que ‘fundieron’ los cuerpos en la vasta extensión del océano – siempre hay alguna manera de rastrear los acontecimientos históricos, a dar voz a las verdades más bien ocultas.
El agua y las criaturas que viven allí «grabaron sus mensajes», diciéndonos que las oxidadas estructuras ferroviarias, incrustadas en el fondo del océano, estaban destinadas a ser anclas para ahogar la verdad para siempre. Sin embargo, por cada riel de metal hay un botón de nácar. Junto con otro botón de nácar- como aquel que usó el científico Inglés y naval «explorador» Robert FitzRoy para comprar un hombre del pueblo fueguinos indígenas (conocido como Jemmy Button) – Guzmán posee dos historias paralelas para contar el turbulento pasado de Chile.
Al igual que con Nostalgia de la luz, el cineasta mira la gran extensión del universo, las galaxias dentro de ella, y los elementos que componen la materia, además de lo que llama naturaleza humana. Los paisajes que Guzmán nos muestra son increíbles: un país hermoso y abundante. Y también nos muestra a la gente, dejando cuidadosamente a la cámara persistir un tiempo suficiente en los rostros para que el amor, el dolor y la tristeza se impregnen en ellos. La experiencia resulta descomunal.
La película está llena de poesía, pero a la vez está empapada de melancolía. La banda sonora es un hermoso arreglo de cuerdas, pero cada vez que Guzmán muestra el pasado, la música logra elevarse fuera de la pantalla y del auditorio, desnudando a los corazones ya sangrantes. Su pregunta final es: si el agua tiene memoria , ¿qué más se encuentra atrapado en el interior del nácar? Al igual que el paisaje chileno, y el universo, el nácar tiene una hipnótica, desconcertante belleza – casi aterradora. Dentro de él hay verdades sublimes. El camino para extraerlo no es imposible, pero sí imprescindible.
Competencia oficial
Director: Patricio Guzmán
País: Francia / Chile / España 2015, 82 min