Por Juan Carlos Lemus
Amaneció bonito Berlín y después del desayuno corrí a War on Everyone, del inglés John Michael McDonagh (Calvario, El irlandés) con Michael Peña y Alexander Skarsgård. Una película suave para empezar la mañana. No mucho que pensar en este film a la que parte del público le reclamó la ausencia de lo bueno que notaron en sus dos trabajos previos. La película puede molestar al estar contada en clave de comedia y por su falta de contenido literal. Sin embargo, cuánto agradecí que me hayan hecho reír en la mañana después de este café terrible que uno se toma en Berlín. Si mezclas la verborrea de Tarantino, el vestuario de Ritchie con una banda sonora de Dolan y le montas una historia violenta sin pies ni cabeza… Genau!: War on Everyone es la respuesta. Acá están servidos como en porno food todos los clichés y lugares comunes. En ello se apoya el director para poder hablarnos de uno de los temas políticos que toca esta Berlinale 2016: las relaciones y la integración entre las diferencias. Los negros, los gays, las personas con discapacidades, los blancos, los latinos, las mujeres… todos están invitados a reírse y verse reflejados en este filme de McDonagh. Una película prescindible que si la tomas en clave cómica te hará pasar una buena tarde de domingo.
Ir a solicitar las boletas para algunas películas y contestar emails para entrevistas y correr a Midnight Special. El sitio que tocó en suerte para ver esta película me dejó ver el desfile del jurado. El largo de Jeff Nichols con Michael Shannon, Joel Edgerton, Kirsten Dunst, Jaeden Lieberher y Adam Driver. Las expectativas que tenía a priori me fueron compensadas. Este drama familiar sci-fi, porque estamos ante un niño con súper poderes, y como diría la señora católica, un niño que habla en lenguas. El asunto metafísico se ve aterrizado por tal vez lo más terrenal, nuestro único oficio como especie, la supervivencia de la nueva generación. La pareja que forman Shannon y Dunst tiene la misión de transmitir las sensaciones de responsabilidad por el bienestar del vástago que no llegan sino acompañadas de angustia y ansiedad en muchos momentos. Tanta cercanía, estar tan jugados, logra que ese sentimiento, para bien o mal, deje una huella imborrable en las partes involucradas. Aunque el director puede pecar de apresurado cuando se revela, y a algunos le parece que se queda sin juego. Yo digo que le sale bien y no compromete la verosimilitud de la película en ningún caso.
Dos de la tarde y yo voy feliz. El día va muy bien.
Unos minutos antes de las 16 horas y está por empezar Boris sans Béatrice del canadiense Denis Côté. Cuando conocemos a Boris, James Hyndman, en la escena inicial nos damos cuenta que él es una especie de semidios griego, un tipo que lo tiene todo. Pero como los dioses son juguetones ellos han tocado a su mujer Béatrice, ?Simone-Élise Girard. ¿Se oye bien? Sí, se oye bien, pero el canadiense no la logró sacar adelante. El negocio se le cayó a la mitad y nos dejó empeñados. No sé si me lo tomé a mal y Côté está mucho más a tono que yo con el asunto de la “felicidad” y el chiste para mí fue malísimo. La ofensa está en el que la recibe. Y a mí me tocó mal… Salí con una rabia contenida que se fue incrementado más a medida que pasaba el tiempo. Salvo su banda sonora y algunos juegos con la cámara, la cinta del canadiense no hizo más que tratar de aleccionarme moralmente dentro de un machismo muy mal presentado. No sé como hizo para colarse en la siempre políticamente correcta e incluyente Berlinale. Tal vez aceptarla es un reflejo de la pesada condescendencia alemana.
Y seguimos con Creepy, la película japonesa de Kiyoshi Kurosawa. No había leído nada de ella pero antes de entrar me dicen que es de terror. Me fui preparando para ver a los japoneses en uno de los géneros que más les admiro. Hidetoshi Nishijima es Takakura, un policía con excesos de confianza y su esposa Yasuko, Yuko Takeuchi, que se mudan a la casa de al lado de Nishino, Teruyuki Kagawa. Todo parece ir bien en la película hasta la primera media hora. Luego como libro fotocopiado se descuaderna de manera consistente. Otra vez, debo ser yo que no entiendo el humor japonés o qué diablos será… no sé. Lo único que quería en la película fue dormirme y no pude. Ponele pues el nivel de frustración.
Frío, como la noche berlinesa, y aburrido salí corriendo a The Man Who Felt The Earth y me cerraron la puerta en la nariz. En una de las ciudades de Bowie no le podré rendir el tributo que se merece… ¡qué mierda! ¿Dónde es la fiesta?