Por Aldo Padilla
A pesar de no haber contado con una película en la selección oficial, la nutrida presencia de Argentina en diferentes secciones merece un texto aparte por haber abarcado casi todas las secciones del festival, por el eclecticismo de las diferentes propuestas y también por la fuerte presencia femenina. Aunque cabe destacar que Argentina a diferencia de las cinematografías de Brasil o Chile cuyos mejores representantes han tenido una tendencia hacia un cine documental, ha apostado de manera fuerte hacia la ficción con excepción de Teatro de Guerra de Lola Arias, que a la vez se cruza con el campo del arte del performance o el documental de Pino Solanas Viaje a los pueblos fumigados, que no está presente en este texto.
La Cama de Mónica Lairana presentada en Forum es una propuesta que forma parte de una línea de la Berlinale que explora el cuerpo y su diálogo con la sociedad, con uno mismo y, en este caso, con la relación de pareja (en esta línea pueden considerarse Bixa travesty y el Oso de Oro Touch me not). Además con el aliciente que esos cuerpos pertenecen a personas mayores, cuerpos que el cine no siempre retrata de forma natural y que suele tender más a la decadencia que a la naturalización.
En el film de Lairana esos cuerpos se hacen naturales y espontáneos, donde el sexo está en todas sus dimensiones no solo basado en el cariño, sino también en el deseo, las energías que parecen no encontrarse y la despedida como tal, ya que el film retrata el fin de un matrimonio de varios años a partir de tres dimensiones, la casa que se va desalojando, reordenando y descubriendo recuerdos frente a la resignación del fin, la pareja que va sacando sus últimas emociones como ente unitario, derramando las ultimas penas y congojas frente a todo aquello que no se alcanzó a decir y, finalmente, la dimensión física, mediante los cuerpos que buscan el diálogo luego de conocerse toda una vida y donde el sexo se vislumbra como ese consuelo que no logran los sentimientos encontrados.
Si hay algo que caracteriza al film es el cruce de estas tres dimensiones y la imposibilidad de dejar de pensar en una relación como un ente vivo cuyo cuerpo está en las cosas físicas, orgánicas y sentimentales, la construcción de ese ser que a la vez va construyendo sus propios espacios y que parece independizarse de la pareja, un ser que tiene vida propia y que al adquirir conciencia de sí mismo crea su espacio-tiempo para establecerse. Lairana logra retratar a la pareja y a la relación con gran sensibilidad y naturalidad a pesar de algunos momentos de redundancia, aunque es posible que ese resaltado sea el que nos ayude a entender el fin de esa relación aunque no conozcamos los motivos de forma explícita.
Sin duda, el nombre que más se ha identificado con la Berlinale ha sido Dario Mascambroni que por segundo año consecutivo se presenta en la sección Generation, en este caso con el film Mochila de Plomo. Manteniendo el foco en las relaciones paterno filiales pero saltando un poco en el espectro de edad y acercándose hacia los inicios de la adolescencia, Mochila de Plomo es el relato de un muchacho que en un corto lapso de tiempo va moviéndose por un barrio conflictivo en busca de información de su fallecido padre. El aliciente es el hecho de que el hombre condenado por el asesinato de su padre está a punto de salir precisamente ese día, aunque es conveniente aclarar que toda esta información es bastante vaga y ambigua al igual que la figura de su padre. Precisamente esa sutilidad permite que tanto el personaje como el espectador dude de toda la información que va recolectando.
La relación con su madre es el espectro más flojo de la película, ya que es un caso típico en el cual la progenitora se encuentra en un espiral de alcohol y descuido por su hijo, lo cual parece impulsar la actitud agresiva y descontrolada del niño. A pesar de una relación de cariño que se percibe en el film, el tópico de madre descuidada y sus consecuencias no llevan a alguna parte. Más allá de este detalle, el nuevo film de Mascambroni muestra el gran manejo que tiene el director en la deconstrucción de la etapa infantil y adolescente, tomando en cuenta como logra ser sutil retratando una etapa donde más cambios se realizan en el humano en crecimiento.
También en la sección Generation se presentó el film de Alessia Chiesa que trata la infancia desde un punto de vista cercano al terror. El día que resistía es un ejercicio cercano a un cuento de hadas donde tres niños de entre 5 a 9 años se pasan los días jugando en una enorme casa, con la eterna promesa de la hermana mayor sobre el regreso de unos padres ausentes. Si bien buena parte del tiempo los juegos parecen llevar bastante más al cine infantil, pequeñas alertas dan a entender que estamos frente a una película donde todo es apariencia y largos planos contemplativos descolocan frente a la sencilla premisa. La naturaleza que rodea la casa es otra protagonista ya que el grandísimo trabajo sonoro denota que hay un detalle minucioso de un entorno natural caracterizado por aves, vientos y hojas árboles que se mueven armónicamente.
La constante amenaza del no regreso, los terroríficos cuentos infantiles que se van leyendo y las constantes búsquedas mutuas denotan el ambiente apocalíptico y absurdo del film, lo cual se acentúa más en las frágiles imágenes de los niños, improvisando almuerzos o aburriéndose en algún lugar del enorme espacio que parece no tener una sola alma alrededor. Más allá de que la idea de un cine de ritmos lentos en algún momento se vuelve redundante, sirve para acentuar el tedio de la espera y la idea fantasmal que recorre el film donde todo gira alrededor de una hermana mayor que es la única que parece tener alguna idea de lo que está pasando.
En el caso de la ecléctica sección Panorama, se realizó la presentación de Malambo, el hombre bueno de Santiago Loza, ficción con una tendencia documental sobre un danzante que se encuentra saliendo de un retiro marcado por una derrota que se manifiesta constantemente en forma de sueños o mejor dicho pesadillas. El regreso se ve marcado por una lesión física en la espalda que a la vez parece luchar con su lesión espiritual que no le permite lograr plenitud durante el entrenamiento.
El film se basa en la dignidad del personaje y el baile que ejecuta. Loza filma el malambo con una gran pasión, mostrando como cada pequeño detalle hace que la interpretación pase de ser un participante a un ganador. Desde el movimiento de las manos cuando el cuerpo va girando o la mirada que se clava en el espectador al terminar el baile, Loza logra en un película sencilla contar la complejidad de una pasión y de todo lo que uno entrega a cambio de aquello. Aunque la sencillez de la película radica en su protagonista cuya forma de ver la vida se simplifica en torno al malambo, la entereza con la que enfrenta los distintos problemas ajenos comprueba del como su pasión puede ayudar a tomar todo como un mini reto del cual siempre es posible salir victorioso. Lo más fascinante resulta que uno de los pocos problemas internos que tiene el protagonista esté delimitado por la duda sobre una especie de envidia que siente hacia la persona con quien perdió su última competición de malambo. ¿Soy un hombre bueno?, se pregunta el protagonista y aunque sencillez no es sinónimo de bondad, sin duda ayuda mucho en el camino de la plenitud.
La idea de la repetición como forma de aclaración no siempre es acertada. No necesariamente que algo se vea muchas veces permite entender su clave y el hecho que lo dejemos pasar por alto tantas veces implica que en realidad nunca lo veremos. La omisión de Sebastián Schjaer es precisamente ese visionado continuo y enigmático que nos oculta constantemente algo o más bien que el espectador deja pasar y no solo el espectador sino también los mismos protagonistas que parecen demasiado ensimismados como para entender que hay algo extraño que desequilibra totalmente su diario vivir. Todo gira en torno a la protagonista que se mueve de trabajo en trabajo en el sur argentino con una hija y una pareja que están en segundo plano. La hija, cuyo cuidado está a cargo mayoritariamente de una amiga que le ayuda, y una pareja que a la vez es padre de la niña que se encuentra en una ciudad cercana, ambos buscando juntar el suficiente dinero como parte de un plan (ambiguo) migratorio hacia Canadá.
Lo esquivo y enigmático del film está en las actitudes de la protagonista, su aventura con un compañero de trabajo un tanto psicópata, su relación con el entorno definido por el magnífico trabajo sonoro y que retrata a la perfección la nieve siendo destruida y regenerada al mismo tiempo. Las pequeñas contradicciones de una protagonista que no tiene claro su camino definen un film que a pesar de tener una cierta rutina tiene alguna pista que nos avisa que algo va cambiando, a pesar del aparente inmovilismo de la protagonista en su mundo, cuidando a su hija o buscando que le paguen un último sueldo de su anterior trabajo. La omisión es el film que dejamos pasar por alto y que el director nos recuerda que no vimos.
Frente al consenso generalizado de un gran año argentino es justo hacer un pequeño acápite en Marylin de Martín Rodríguez, la coproducción chileno-argentina que se enfrentó al reto de adaptar una historia real sobre el complejo mundo LGTB en el mundo rural argentino. A pesar de dejar muy claro el retrógrado panorama que hay en estas zonas alejadas, muestra un tratamiento que no tiene compasión con su sufrido protagonista, un muchacho tímido que cabe decir que es lo mejor del film y que interpreta de forma magnífica el comportamiento de alguien perdido en un territorio totalmente hostil, tanto en su entorno y más aún en su familia. Si bien puede entenderse que el film esté basado en una historia real cuesta, ver que el director busque algún tipo de redención para un protagonista que golpe tras golpe va cayendo en una espiral de dolor que podría aliviarse de cierta forma desde el cine, aunque el film no parece buscar eso.