Por Aldo Padilla
En ajedrez existe un concepto que dice que la amenaza es más fuerte que la ejecución. La amenaza condiciona todo el juego del oponente, genera inseguridad porque se sabe que hay algo más, un plan que no se puede entender. La trasposición al cine de esta idea es que aquello que se sugiere a veces es más importante de lo que se muestra. Si el espectador puede construir su propia película diferente a lo que filma y encuadra el director, entonces el film no se queda solo en las dos horas de contemplación sino que va removiendo la sensibilidad del espectador. No solo se trata del fuera de campo sino del interior de los personajes, el tormento interno y las sensaciones donde los gestos suelen ser la puerta que permite ingresar a ese mundo.
La sutileza es algo que ha acompañado al cine LGBT, ya que por lo general los personajes de films con esta temática viven de cierta forma reprimidos tanto internamente como por la sociedad. Esto hace que siempre haya algo en los protagonistas que parece estar oculto. No solo aquellos que no han manifestado su orientación sino incluso aquellos que sí lo han hecho, pero que siempre encuentran algo que no pueden decir. Esa represión ronda fuertemente a Chela, protagonista de Las herederas, quien parece vivir en una múltiple descomposición. Por un lado, una casa que de a poco se va quedando vacía por la venta de todo lo que hay en ella, momentos en los cuales la protagonista se siente fuertemente ofendida por la condescendencia de los compradores, tomando en cuenta que ella fue en su momento parte de la clase acomodada paraguaya y que ahora todo parece un constante devenir. Y por otro lado, Chiqui, una pareja dominante que debido a una deuda con el banco deberá pasar un tiempo en la cárcel y una constante tensión interna por una pasión que la corroe hacia una mujer más joven que ella y que la va consumiendo de a poco. El gran trabajo de Martinessi y de la actriz está basado en lo poco explícito de toda esta descomposición.
El film está delimitado en pequeños actos, donde el primero es el que tiene menos fuerza, ya que la pareja no parece estar construida por una química muy fuerte y no refleja la supuesta decena de años que llevan juntas. Una vez encarcelada la pareja y con todo el peso sobre Chela, el film se levanta por lo alto para mostrar la intimidad de la protagonista que debe convertirse en una taxista improvisada para un grupo de ancianas acomodadas y que sostienen una ideología rancia, muy característica de las clases sociales altas latinoamericanas. En este inesperado trabajo es donde conoce a Angy, otra excelente representante de una clase social alta, pero en este caso muy liberal, que genera que el pequeño pero conflictivo mundo de la protagonista se convierta en una constante duda. Este cambio de tono lleva al film a un conjunto de escenas donde cada gesto importa para entender la espiral de desesperación de deseo en el cual se ve fundida Chela, la explosión interna y el olvido de todo aquello que parece haber construido por años, la convierten en una adolescente ávida de cualquier mínima señal de correspondencia.
Las herederas maneja fuertemente el universo femenino donde los hombres son solo complementos y parecen asomar apenas como billeteras andantes. La herencia de las actrices está definida por una sociedad que ha vivido 40 años de dictadura, además del legado explícito de la protagonista que poco a poco se va perdiendo a raíz de los problemas económicos que no parecen terminar y que se acumulan para dejarla simplemente con emociones que no pueden ser manifestadas. Poco queda más allá de una autoherencia de aquello que la protagonista se deja a sí misma para un futuro, la conquista interior como único patrimonio.
Director: Marcelo Martinessi
Cast: Ana Brun, Margarita Irún, Ana Ivanova, Nilda Gonzalez, María Martins, Alicia Guerra, Yverá Zayas
Productores: Sebastián Peña Escobar, Marcelo Martinessi
Escrito por:Marcelo Martinessi
Director de Fotografía: Luis Armando Arteaga
Edición: Fernando Epstein