Por Mónica Delgado
The Two Sights de Joshua Bonnetta fue una de las experiencias sonoras más estimulantes de la sección Forum de la edición 70° de la Berlinale. Es decir, si bien es un film que tiene un tratamiento visual de mucho valor, hay un trabajo para escuchar que cubre el espíritu del metraje. Voces que recuperan relatos de tiempos perdidos, y sonidos de la naturaleza que se articulan a un espacio detenido en el tiempo, listo para la abstracción.
Rodada en 16 mm en las islas Hébridas Exteriores, en Escocia, recoge narraciones en inglés y en gaélico, sobre memorias y tiempos pasados, en relación a universos familiares y sobrenaturales. No son necesarios los rostros o recursos convencionales para dar cuenta de un poblado que parece sobrevivir como eco fantasmagórico. Bonnetta no se queda solo en la intención de hacer un film sobre una comunidad desde la relación generacional expuesta en estas narraciones, y desde el territorio de acantilados y playas desiertas que explora a través de planos de calidez bucólica, sino que hay una necesidad de que esa visualidad esté acompañada de una naturaleza plena de sonidos y voces que permiten imaginar más allás de las imágenes.
Por el modo en que se construye la idea del mito, es que The Two Sights podría tener alguna correspondencia con Lúa Vermella de Lois Patiño, presentada también en Forum, en la medida que proponen vías para construir un imaginario desde lo fantástico o desde el limbo de la vida y muerte, de sueño y vigilia. Aunque en el film de Bonnetta, lo extraño o fuera de este mundo aparece allí, en los intersticios de la naturaleza, en una realidad que tiene un lado oculto, atravesado por sonidos abstraídos o por paisajes en la imposibilidad del silencio.
En Forum también pudimos ver Medium, nuevo largometraje documental del argentino Edgardo Cozarinsky, un retrato de la pianista y performer Margarita Fernández, de 93 años, y que mantiene el estilo del cineasta de los últimos años, de tono íntimo, poético, y sobre cuestiones desde la nostalgia y lo familiar.
Ante todo, Medium es un homenaje a una amiga que se conoce bien, pero también un tributo a un personaje que, al parecer, no ha recibido el reconocimiento que se merece, en un país de olvidos. Margarita Fernández, una de las impulsoras del género del teatro instrumental, creado por Mauricio Kagel, es registrada de manera contemplativa, como en uno de los planos inciales, donde sus manos ejecutan una pieza en un piano, con el único fin de percibir, en ese tiempo dilatado, cómo la música inunda la pantalla en todo sentido. Conocemos a la protagonista desde su relación particular con la música, en la ejecución de una pieza desde la memoria y la fidelidad a una partitura que no se lee.
Brahms es otro de los personajes del film, e incluso el mismo Cozarinsky, que aparece algunas veces o fuera de campo, como sostén de muchas reverberaciones y agradecimientos. La música cumple la función de describir la sentimentalidad del personaje, pero también su racionalidad, como si aquello de que la música es pura intuición no cuajara del todo. Y para ello, Cozarinsky apela al registro diverso, y quizás la parte más emocionante sea ver a la pianista en su diversidad, como en la inclusión del material de archivo, en escenas del film La pieza de Franz (1973), del cineasta experimental Alberto Fischerman. Sobre todo, porque rompe la distancia entre la música clásica y el accionar político, un momento que saca a la pianista de sus reflexiones sobre su campo y la ubica en un panorama político convulso.
Medium: Conversaciones de Fernández con jóvenes, como estableciendo correspondencias generacionales, pero también como espejos sobre fascinaciones y sueños. Un tono epistolar, para ratificar el ámbito de la amistad de dos personas unidas por la música. Y un mapa geosentimental entre Buenos Aires y Baden-Baden, que va más allá del amor a Brahms.
Otro film en Forum de interés fue The viewing booth, de Ra’anan Alexandrowicz, el registro de un experimento sobre la naturaleza de la observación del espectador. El cineasta convoca a un grupo de estudiantes para sentarlos en una cabina ante videos virales de Youtube sobre el conflicto en Hebrón entre Israel y Palestina. En el trámite, elige solo a una, a Maia Levy, quien logra empatar con el director una visión cuestionadora sobre las imágenes mostradas.
The viewing booth propone una ruta para desmantelar imágenes desde el concepto de verosimilitud, sobre si lo que se ve es real o no. ¿Esas personas están actuando o están mintiendo? Más aún, cuando la estudiante logra confrontar algunas posiciones políticas del cineasta de filiación israelí. Y lo llamativo de la propuesta es que nosotros como espectadores contemplamos las reacciones, como esos videos de las redes sociales donde un grupo de personas está sentada frente al televisor y nosotros nos regodeamos en sus risas o miedos ante los finales de las temporadas de las series más vistas. Así, Alexandrowicz propone dos vías en su experimento: él a la caza de los comentarios de su espectadora, y nosotros imaginando algunos videos, que no se muestran, y asistiendo también como espectadores pasivos ante estas respuestas.
Alexandrowicz materializa estos modos de ver, incluso cuando vuelve a invitar a Maia a ver los videos de sus propias reacciones, generando una distancia, por momentos, de aquello que se vio hace algunos meses, o provocando confrontaciones ante opiniones que ahora se valoran distintas.
The viewing booth como ejercicio sobre la observación en tiempos de hipervisualidad y guerra, y por otro, sobre la capacidad de verosimilitud de los simulacros, donde nada parece real, solo listo para consumirse, en un tráfico de conmociones de fines políticos y propagandísticos.