Por Mónica Delgado
La joven cineasta argentina Clarisa Navas nos ubica en el terreno formal del coming-on-age para adentrarnos en las incertidumbres de una adolescente y su descubrimiento amoroso y sexual lésbico, en un suburbio marginal en alguna parte de la provincia de Corrientes.
Podríamos decir que el film tiene una línea argumental simple, que es el de Iris (Sofía Cabrera) conociendo a Renata (Ana Carolina García), aunque los códigos de las comedias o films románticos de “chica conoce a chica”, aquí están sazonados por las sensibilidades en torno a las diversidades de hoy. Los problemas del barrio y de estas jóvenes tienen que ver con el miedo al VIH, el acoso sexual, las masculinidades violentas y una suerte de control desde la salud, que se ve como privilegio de algunos. Por estos elementos, es que Las mil y una se propone como un relato sobre las dificultades de una iniciación sexual, sobre la tensión sexual y los caminos del deseo, cuyo máximo valor está en su frescura, en el marco de un realismo social muy logrado.
Un complejo de edificios multifamiliares laberíntico y en abandono (llamado Las Mil) se vuelve la marca del diseño barroco de los espacios interiores, de los departamentos y sus habitaciones. Todo lugar habitado por los personajes luce hacinado o devoto del horror vacui, como si se tratara de un elemento esencial para relacionar personajes y espacios desde la incomodidad y la asfixia (para nosotros como espectadores, ya que los personajes lucen cómodos o acostumbrados a moverse en esos espacios muy reducidos), pero lo que, al fin y al cabo, logra la cineasta es mostrar la capacidad de adaptación en un entorno atosigante. En ese contexto de marginalidad y riesgo, asoma el personaje de Iris, una joven basketbolista, que se siente atraída por Renata, la chica del barrio dura y sexualmente activa, de la cual todo el mundo habla mal. Y la cineasta describe este acercamiento desde miradas, seguimientos o breves conversaciones, a modos de flirteos y declaraciones fortuitas.
Las mil y una se concentra en su protagonista y desde el inicio del film plantea el dispositivo con el cual se hará esta “pesquisa”: cámara en mano, travellings hacia adelante siguiendo a los personajes, los planos fijos en estas pequeñas habitaciones hiperpobladas de objetos, y diálogos con mucho color local. Y es en las conversaciones entre Iris y sus primos (un maravilloso Mauricio Vila como Darío), que este segundo largo de Navas modela sus mayores logros, ya que son de una frescura y ternura sumamente disfrutables. Algo de eso también hay en su primer trabajo, Hay partido a las 3, que logra captar con vivacidad a una adolescencia que le hacebla lucha a una sociedad heteronormativa.
Quizás el desenlace del film resulta demasiado elíptico para el ritmo que venía manejando la cineasta a lo largo del metraje, sin embargo, no reduce la experiencia de estar ante un film particular en tiempos de feminismos y de construcción de nuevas masculinidades.
Presentada como función de apertura de la sección Panorama de esta edición 70° de la Berlinale, Las mil y una (que titularon al inglés como One in a thousand), es un film muy entrañable, no solo por el proceso de la relación entre ambas amigas, sino porque podemos reconocer a una cineasta joven que no entra en conflicto con sus personajes sino que los abraza, y esa mirada es que hace que podamos seguir pendientes de la carrera de Navas.
Panorama
Guion y dirección: Clarisa Navas
Fotografía: Armin Marchesini Weihmuller
Edición: Florencia Gomez Garcia
Música: Claudio Juarez, Desdel Barro
Diseño de sonido y sonido: Mercedes Gaviria Jaramillo
Diseño de producción: Lucas Koziarski
Vestuario: Clarisa Leiva
Maquillaje: Anouk Clemenceau
Asistente de dirección: Lucas Olivares
Casting: Ana Carolina García, Lucas Olivares, Clarisa Navas
Productores: Diego Dubcovsky, Lucia Chavarri
Argentina, Alemania, 2020, 120 min