Por Mónica Delgado
El film abre con un mapa de tiempos pasados. El mar será el personaje y elemento que ordena y reordena el mundo, donde un hombre entrará a sus aguas, solo para devolverle a la tierra una serie de cuerpos perdidos. Lúa vermella es un film donde el mar también es un ente fantasmal, que atemoriza y que alimenta, que cobija y repele, pero sobre todo, una entidad cuya materia podría encarnar en su furia o profundidades, algunos pasajes de los personajes de un pueblo en su lucha contra lo irremediable.
En Lúa vermella, de Lois Patiño, estrenada en la sección Forum de la Berlinale, podemos encontrar varios elementos que ya son marca del estilo de su filmografìa, y por qué no, del cine gallego. No solo aparecen ecos de trabajos previos de Patiño, sino incluso a algunas reminicencias de estilo, guardando las distancias, con Arraianos o Longa Noite, de Eloy Enciso. Planos fijos, de composición perfecta, que son amparados en las reflexiones de sus personajes, casi entelequias que se vuelven materia de memoria y presente, de tradición y modernidad, de vida en relación estable con la muerte.
Por la indumentaria de algunos personajes podría pensarse que es evidente el guiño a Finisterrae del catalán Sergio Caballero, pero a diferencia del film de 2010, en este nuevo trabajo del cineasta de Vigo, no hay espacio para la burla, la sátira o el pastiche. Es más, lo que Patiño propone es una revitalización de un mito celta en tierras gallegas, el de la Santa Compaña, seres del más allá que van descalzos y con sábanas que los cubren, sin algún propósito en específico, en silencio, por los caminos y bosques de Galicia. Este recurso se vuelve metáfora de tránsito en todo sentido, de la resistencia a la total desaparición, donde hombres y mujeres van pasando a un estadio distinto mientras historias de naugrafios y héroes anónimos van oyéndose desde voces lánguidas.
Patiño se detiene nuevamente en los territorios de las Costa da Morte, como si esas posibilidades de las narraciones medievales aún tuvieran espacio en su fantasmagoría e ilusión en pleno siglo XXI, en la posibilidad aún de que lo palpable sea abordado e inundado por los mitos, como organizadores de existencia o justificaciones de índole metafísica. Mitos para aquello que no se puede explicar. Pero más allá de esto, el espacio o territorio, bajo esta luz rojiza, también va a cubrirse de alguna manera por este manto imaginario, que lo ubica en un limbo, en una suerte de Comala estilizada e impávida.
En Lúa vermella se percibe un toque deja vu en relación a otros trabajos del cineasta, desde Costa da morte, hasta las nocturnidades de Montaña en sombra, por ejemplo, pero hay algo distinto aquí, y que tiene que ver con algún tipo de sofisticación en el tratamiento de la imagen, ya que Patiño ya no requiere de la observación de paisajes o de la duración del tiempo en las escenas para mostrar este tránsito, sino que apela a otro tipo de forma visual para dar con lo inasible de este paso de la vida a la muerte. Hay una escena en que Patiño grafica esto de manera perfecta: el rostro de una mujer en primer plano, mientras es cubierta de modo repentino, algo violento, con esta sábana blanca que nos indica que ya no está de este lado. La muerte como impacto.
Berlinale Forum
Dirección, guión y dirección de fotografía: Lois Patiño
Edición: Pablo Gil Rituerto, Óscar de Gispert, Lois Patiño
Diseño de sonido: Juan Carlos Blancas
Dirección de producción: Nati Juncal
Ayudante de dirección: Adrián Orr
Auxiliar de dirección: Cora Patiño
Dirección de arte: Jaione Camborda
Sonido: Aníbal Menchaca
Vestuario: Judith Adataberna
Productor ejecutivo: Zeitun Films – Felipe Lage
Coproductor: Amanita Films – Iván Patiño
España, 2020, 84 min