Por Juan Carlos Lemus
Matteo Garrone llevaba trabajando en este proyecto desde hace varios años atrás. Y confieso que me emocioné al leer que esta película estaría en la Berlinale 2020, la primera con Carlo Chatrian como director artístico. Una emoción no exenta de cierto recelo, pues, Garrone no llegaba para la competencia oficial, como se acostumbraba con ese nombre en tierras francesas, sino para la sección Especial del festival berlinés, que tiene sus asuntos pendientes. Además, Roberto Benigni estaba presente como Geppetto. Sin embargo, el llamado director del neo neorrealismo italiano ha venido profundizando en sus trabajos un tono oscuro, oscurísimo, que me atrae tanto en contenido como continente. ¿Qué tenía el romano que decir de nuevo de una historia tan manoseada?
Como obra cinematográfica Pinocchio se hace fuerte en la fotografía impactante y sobrecogedora de Nicolai Brüel, el mismo de Dogman (2017), que se empareja e imbrica con la música de Dario Marianelli. Ademas, Benigni es mucho mejor actor que director y Garrone le tiene la rienda corta para no dejarle ir dentro de su habitual comicidad. Acompañado por la gran factura actoral de Rocco Papaleo, Gatto, y Massimo Ceccherini, Volpe; y no tanto así el mismo Pinocho o su Hada madrina, un poco acartonados en sus roles.
En conjunto Pinocchio cumple, es fiel a la manera en que muchos se la piden al cine con los libros originales. Aunque lo original en Pinocho se diluye para los contemporáneos —ya que ha sido traducida a todos los idiomas, ha habido series de TV, películas, Disney entre ellas, obras de teatro—, y en la primera versión de Collodi, Pinocho termina colgado por sus reiterativas faltas, y en versiones posteriores, el muñeco se hace niño. Y tiene su truco; porque aunque la afamada marioneta sigue siendo díscola y desobediente, acá esas actitudes no se presentan como algo terrible, y sí como medidas a tomar para poder explorar el gran mundo. Es más bien, la falta de astucia, la candidez y la confianza en los demás lo que le llevan a meterse en problemas. Y sí, le crece una vez la nariz por mentir, pero esto no es lo fundamental que enfatiza el director. Por el contrario, hay un encuentro con un juez y Pinocho es condenado a cárcel al decir la verdad, siendo que el juez le castiga por su falta de malicia; por ello, debe mentir para poder salir de ella. Ahí encuentro el aporte de Garrone, el acento que pone cuando la marioneta sale mal librada por su ingenuidad en el mundo o por no usar la verdad o la mentira en los momentos adecuados.
Las expectativas se cumplieron en parte. Pinocchio tiene una coloración oscura, y hay pasajes donde estos colores van con la historia y los énfasis que el director quiere poner, como también esta estética funciona como referencia al romanticismo, en el cual Carlo Collodi lo escribió. Pero en principio fue una decepción, en la medida que Garrone hizo una película para asustar niños. No obstante lo anterior, alejándome de lo que quería yo de la película, una adaptación para adultos, y tomándola por lo que es, el acercamiento del director a su fascinación por los cuentos infantiles tradicionales italianos, como Il racconto dei racconti (2015), es este trabajo una buena mezcla de sus dos mundos.
Sesión especial
Dirección: Matteo Garrone
Guion: Matteo Garrone (Novela: Carlo Collodi)
Música: Dario Marianelli
Fotografía: Nicolai Brüel
Reparto: Roberto Benigni, Gigi Proietti, Rocco Papaleo, Massimo Ceccherini, Marine Vacth, Federico Ielapi, Paolo Graziosi, Marcello Fonte, Teco Celio, Davide Marotta, Gianfranco Gallo, Massimiliano Gallo, Alida Baldari Calabria, Maurizio Lombardi, Alessio Di Domenicantonio, Nino Scardina, Maria Pia Timo, Enzo Vetrano
Coproducción: Archimede, Recorded Picture Company (RPC), Le Pacte, RAI Cinema, Leone Film Group
Italia, Reino Unido, Francia, 2019, 125 min