Por Juan Carlos Lemus
¿Cómo se puede acomodar un no nativo en ese nuevo sitio en el que no comparte ni tradiciones ni creencias? Más que copiando modos de vida, esto se daría desde el trabajo; al menos esto es lo que plantea Drii Winter, pero si se opta por el aspecto laboral, toca ser fiable. Así, el cineasta Michael Koch plantea una mirada básica desde su metáfora entre humanos y vacas, pero algo de compasión humana deja después la pesada experiencia al que somete su film.
El otro y los determinismos. Con Drii Winter, el director suizo Michael Koch —quien dirigiera el largometraje Marija en 2016— llegó a la competición oficial de la Berlinale ’72. Una mezcla de drama alpino suizo y la tragedia clásica que la vemos marcada por los cantos del coro del pueblo. Koch cuenta acá con actores naturales para hablar de determinismos y costumbres, del otro y el amor. En una escena que resume su pretensión, aparece en pantalla una producción india con sus cantos y vestidos en este paraje del Uri, uno de los tres primeros cantones suizos conocido por su conservadurismo. Y es que una cosa es llegar a este lugar desde Bollywood a mostrar el melodrama y hablar de amor, y otra muy diferente es cómo se vive el amor en este escenario. El exotismo de ese lugar lo ven los extranjeros, estos que a ojos de locales lo son propiamente. Las nieves suizas son el marco de referencia geográfico que distancia y atrae.
Allá, en el Uri, se ve a Marco (Simon Wisler). Él toma te frío mientras los demás cerveza en la tienda de montaña que atiende Anna (Michèle Brand), su prometida. Del chico nuevo del barrio sus compañeros de jornada dudan un poco, le vigilan, le juzgan. Al fin y al cabo Marco es de las tierras bajas, un poco extranjero. Él es un tipo diferente y callado al que le gusta pasear en moto con Anna, jugar con Julia, la hija que ya tiene Anna. Ellos se casan y aflora una modesta felicidad en su amor.
Lo útil. Marco siente con los animales una conexión que Koch resalta como metáfora en la relación con lo útil. Después del salto de un toro a la vaca se le increpa a Marco por su relación con Anna. Igual cuando aparecen sus dolores de cabeza y la edición muestra una vaca sufrir. Según Drii Winter, en el Uri la vida es tan dura que si una vaca no queda preñada luego de algunos intentos, al matadero va. Y Marco es el encargado de hacerlo. Él es taciturno y ahora está compungido y asoma el diálogo humano con Anna ante su miedo a la muerte. Ante mis ojos de latino, Anna es seca, inconmovible. El Chropf —aquel de las tierras bajas, nombrado así por los locales en la película— se empieza a desmoronar. Una caída en su moto es la primera alerta acompañada luego de comportamientos cada vez más erráticos. En una escena Anna le ve catatónico y apenas le pregunta por su horario de trabajo, aunque sabemos que le ama y de la escasez de palabras y acciones para expresarlo: así funcionan, no es particular. Parece que Koch dijera que más que amor lo que necesario en estas montañas es la confianza en que el otro funciona. Diagnóstico: tumor cerebral. Solución: operación. Y por un momento breve, Anna y Marco cantan juntos. Un suspiro de recuperación física y de la estabilidad emocional. Porque inmediatamente el director pasa a concentrarse morbosamente tanto en la decadencia física de Marco como en la de su capacidad psicosocial. La caída en vertical llega hondo.
Lo contradictorio. Lo visualmente es impresionante, pero esa belleza de lo mostrado se entiende contradictoria con lo que le pasa Marco. Por un lado, se tiene el paisaje, su inexorabilidad que empequeñece la vida y felicidad humana tan frágiles. De otro lado, esos mismos parajes que de varias formas modelaron las respuestas antes situaciones vitales. La calidez de unos ante ciertas contingencias, puede ser la frialdad de otros. Así, del fuerte físicamente y empático socialmente, pasamos a un incapaz imperdonable en ambos sentidos. La dura vida de los granjeros suizos no permite concesiones, y Marco lo sufre. Es en el regodeo de la salida cruel que le marca a sus protagonistas donde siente burda Drii Winter. Si ya no sirve, se desecha, como la vaca al matadero. Y el matadero para Marco es el confín, allá lejos de los de acá.
Lo problemático en esta película lo veo en que la nueva situación de Marco se siente más como un llamado de atención de estas épocas cristianas ante el pecado de estar por fuera de la religión —ni él ni Anna van a misa ni siquiera ante el pedido del cura— que una tragedia antigua, aunque esté el coro con sus réquiems, en la que el héroe lleno de sí y vanidoso desafía a los dioses y estos se le quedan mirando actuar solo ante su destino.
La ternura. En este lugar todo es cuesta arriba, claro, hasta manifestarse en sentimientos y solo en el tercio final del film la compasión y la ternura aparecen en este lugar deshabitado. Quizá se demora mucho Koch en llegar a este punto y quizá tampoco me queda muy claro el porqué del cambio de tono, pero conmueve que el destino implacable relatado lúgubremente en las historias de montaña se pinten un poco de colores y sentimientos de calidez y humanidad, como los bailes bollywondenses en fondos nevados alpinos.
Competencia oficial
Guion y dirección: Michael Koch
Fotografía: Armin Dierolf
Edición: Florian Riegel
Música: Tobias Koch, Jannik Giger
Diseño sonoro: Tobias Koch
Mezcla de sonido: Matthias Lempert
Sonido:Jean-Pierre Gerth
Suiza, Alemania, 136 min.