BERLINALE 2024: NANACATEPEC DE ELENA PARDO Y AZUCENA LOSANA

BERLINALE 2024: NANACATEPEC DE ELENA PARDO Y AZUCENA LOSANA

Por Mónica Delgado

Como indica el cineasta francés, estudioso de la film performance, Erik Bullot, estamos ante un acontecimiento único, imposible de ser repetido, donde asoman elementos extracinematográficos, fuera de la misma materia del celuloide: insertos visuales, sonoros, electrónicos, vegetales, físicos, corporales, y quizás un largo etcétera. También es una obra “que se actualiza con la mirada y percepción de cada espectador”, de su posición ante el écran, de su ubicación dentro del espacio de la sala, y desde la posible o no interacción de los cineastas y artistas detrás del proyector. Y también, la film performance tiene a ser un espacio que se vuelve un laboratorio visible ante los ojos de los espectadores, donde podemos asistir a ensayos o procesos de la inmediatez, la improvisación o el azar.

Como suele suceder cada año, y esperamos no se pierda (ante la clara reducción de proyecciones de films más experimentales dentro de la programación del Forum Expanded de este año), la film performance también suele ser un espacio de oportunidad para artistas y cineastas que desarrollan cine expandido. Y la inclusión de Nanacatepec, obra surgida del Cráter Lab, espacio de creación de Barcelona, a cargo de las cineastas mexicanas Azucena Losana y Elena Pardo, fue un necesario punto de fuga ante una programación de pocos momentos de experimentación radical.

En Nanacatepec, las cineastas lograron fusionar sus universos en celuloide, conciliando concepciones y formas, para lograr un lenguaje simbólico en torno a los poderes de la tierra, como ente orgánico, dadora de vida, en una dimensión sensorial y también física. Encontramos la huella de trabajos de Azucena Losana, como Pantano (2019) pero también ecos a los Pulsos Subterráneos (2019) de Elena Pardo por ejemplo. Aunque aquí se produce un imaginario de la naturaleza total, sin intención etnográfica, documentaria o de arqueología de archivos.

Nanacatepec significa en náhuatl “cerro de los hongos”, y esta presencia de hongos psilocibios, llamados hongos mágicos, por sus componentes que producen alucinaciones, gobierna el espíritu de la sesión. No solo este nuevo trabajo de cine expandido permite una conexión fácil entre los hongos y la forma de representar estos viajes interiores, que sería una práctica manida, tan recurrente en un tipo de experimental de ideas limitadas, sino que las cineastas proponen un trayecto mítico, a modo de relato fundacional sobre el origen, supervivencia y convivencia de los hongos en una duermevela que el cine extiende. Los hongos como vehículos de saber y de conexión con la tierra.

La sesión que se realizó casi al inicio del festival, el pasado 16 de febrero, en las nuevas instalaciones de la sala Kino del Silent Green, donde también se presentaron dos instalaciones de Forum Expanded, fue la única en su tipo dentro del programa. Las cineastas, quienes llegaron vestidas con mamelucos, a modo de trabajadoras u obreras, dieron así inicio a una de las tres partes que conforman la experiencia: la primera, con una caja de luces que proyectaba desde la zona de adelante de la sala, a modo de sombras chinescas, diversas formas de plantas y flores. Luego, el uso de tres proyectores de 16mm, en la parte trasera del auditorio, para generar imágenes superpuestas con registros sobre el cerro, su flora y fauna, y finalmente, volver a una intervención del proyector con hongos psilocibios, que daban cuenta de la extensión de la memoria de esta planta fuera de los márgenes del celuloide. Y, la film performance terminó con una suerte de epílogo, que sella de manera irreverente la figura del hongo en su plena materia física, con imágenes en blanco y negro de un hongo siendo intervenido con una aguja.

Con composiciones sonoras y ambientaciones del músico chileno Tomás Novoa, Nanacatepec es un viaje en todo sentido. Emula evidentemente la forma de la alucinación, sin embargo, hay una intención por establecer esa conexión entre la realidad del film, y la materia que brota fuera de ella como memoria de los ancestros. Hay una construcción formal a lo largo de la proyección, un tipo de narrativa que va desde las afueras del cerro, donde la piedra se vuelve también tierra madre que permite humedad, vibraciones, y rezagos de memoria, hacia las cuevas y profundidades como alegorías porosas, microscópicas, y latentes donde se forja esta semilla de la liberación del inconsciente. Y por otro lado, las cineastas asocian la existencia misma de los hongos y su magia a una parte inherente de la constitución misma de la tierra y de sus habitantes, como una fuerza que vibra y que estalla, como una herencia de lo trascendental.

Y el final de Nanacatepec es todo un statement en torno a la relación de los humanos y esta naturaleza, que tomamos y compartimos, y que hacemos explotar, entre dos, toda su dimensión catártica.

Foto: Azucena Losana