Por José Sarmiento Hinojosa
En mi primera lectura de las cartas Kiarostami-Erice, pude encontrar un propósito primario acerca de lo que significa la actividad de crítica de cine, labor que venía realizando apenas hace dos años en aquella época. Hasta ese momento, aquello que aún denominaba “escribir sobre cine” consistía en realizar juicios de valor acerca de obras que me gustaban/no me gustaban, ejercer un dictamen lapidario sobre las obras que, a mi parecer, no cumplían con las exigencias que el cine contemporáneo dictaba, a la vez de alabar las obras que -a mi parecer- eran justificadamente dignas de ser apoyadas. Desde luego, cuando empecé a ver cine no sabía de lo que estaba hablando, “comentar” sobre películas era un modo de expandir mi ego como un juez del gusto popular, un juez sin tribuna que miraba a los lados sin tener referentes, sin haber leído un solo texto sobre cine, creyendo que las películas debían hablar por sí mismas y yo debía darles la voz, mi voz (era medio idiota, pues). Calificar un filme como “malo”, “huachafo”, “un desastre” y elaborar complejos postulados con cierto ingenio juvenil, automáticamente me daba licencia para ser el verdugo cultural que siempre había querido ser.
Leer a Kiarostami-Erice fue el equivalente a recibir una bofetada y baldazo de agua fría. No solo fue mi primera lectura formal acerca de la crítica de cine, fue un texto que me devolvió una humildad perdida (no quiero afirmar que soy un paradigma de humildad, pero mis visiones acerca de lo que debe hacer la crítica de cine ciertamente han cambiado). Erice y Kiarostami coincidían: la crítica de cine debía ser un formato que permitiera expandir la obra de arte, permitir una serie de diálogos que permitan pensar el film más allá de las intenciones del autor. Los mejores textos sobre cine son, en sí, ya obras de arte con nombre propio, ya que no solo llevan el sello personal del autor, sino que son complejos mecanismos de entendimiento que, a partir de una mirada al cine, logran una nueva creación, una pieza de la cual también se debe hablar, y sobre la cual también se debe generar nuevos diálogos. Los críticos de Cahiers ya habían hablado de esto hacía años, pero para mí era una revelación que luego se convertiría en un objetivo. A partir de entonces, luego de varias películas y libros después, mis objetivos como crítico de cine siguen siendo los mismos: expandir el filme, generar diálogos, pero sobre todo, aprender. En este sentido, haber creado y codirigido Desistfilm ha sido un paso gigante, algo que me ha permitido el acercamiento no solo a nuevas formas de cine, sino a nuevas latitudes, y al universo personal de distintos cineastas.
Llevo más de diez años escribiendo sobre cine, no solo ya como cinéfilo, sino como crítico. Comparto mi experiencia personal no como un modo de presentarme como una autoridad para el tema que me convoca a esta bitácora (cómo apelar a semejante tarea), pero sí como una forma de realizar un paralelo entre mi experiencia particular y otras realidades en este vasto campo de la crítica cinematográfica en nuestro país, un campo que salvo honrosas excepciones, es digno de presentar bajo el nombre de “mecanismos de la precariedad”. Desde ya, voy a evitar referirme a programas de espectáculos de televisión abierta, que si bien pueden referirse al cine, son acríticos o simplemente no intervienen en el debate o intercambio de ideas sobre el cine, así como de sus equivalentes en prensa escrita o digital. Ya la situación es lo suficientemente penosa para echar más leña al fuego.
LAS ESCUELAS MÁS COMUNES EN EL ÁMBITO DE LA CRÍTICA CINEMATOGRÁFICA PERUANA: LA EVIDENCIA DE LO PRECARIO
El estado de la crítica cinematográfica nacional es lamentable, salvo honrosas excepciones. Hacer crítica de cine en el Perú parece una tarea inherentemente inútil, dado el escaso nivel de preparación que existe en el ambiente. Esta situación requiere con urgencia una evaluación de cuáles son los alcances que el ejercicio de la crítica en el país tiene, si se está desarrollando realmente un trabajo que contribuya a ensamblar un diálogo y una construcción de un aparato de conocimiento que pueda aportar en otras dimensiones de apreciación cultural/educación en el país. El estado de la crítica actual es bastante chato, se utiliza el ejercicio crítico como comentario, como reseña, no se involucra al público lector en el debate, en el intercambio, tras el visionado de un cine distinto. Y el resto parece rebotar en una gran cámara de eco, en donde colegas/amigos de los redactores son los únicos que participan de la conversación.
La capacidad expansiva de la apreciación cinematográfica en el país es nula. El nivel de investigación, casi nulo (salvo los importantes aportes del fondo editorial de la Universidad de Lima). Estamos inmersos, y mucho más cercanos al periodismo de entretenimiento que a la academia.
Debo confesar que antes de someterme al trabajo que involucra realizar un post de esta dimensión, he realizado una recopilación de muestras, que van desde lo verdaderamente indignante hasta lo intrínsecamente cómico. Al lector: por una muestra de delicadeza, y porque ya se me ha acusado en piezas anteriores de escribir debido a que tengo “rencillas personales” (lo cual es argumento gratuito ante las evidencias), no voy a vincular a ninguno de los ejemplos aquí citados (tampoco serán citas verdaderas, más inspiradas en la realidad), ni mencionar nombres ni medios. Invoco a su inteligencia para ubicar y descubrir a los involucrados, si así lo desean. No es mi intención señalar nombres, sino realizar una panorama amplio de lo que sucede en este país. Y para ello, me voy a servir de doce tipos de formas de escribir cine en el país, o “escuelas” de acuerdo a los críticos que las realizan. Deseo usar este espacio como un ejercicio de humor, ya que en palabras del director rumano Cristi Puiu, y en el espíritu de Beckett, la comedia muchas veces es la única forma de manejar el terror interno.
A continuación una exploración sobre los pasajes pantanosos del ejercicio de la crítica cinematográfica nacional. Las doce escuelas:
La escuela acrítica/romántica:
Dícese de la escuela de comentaristas cinematográficos que circulan en los medios como críticos de cine cuyos textos no involucran ninguna actividad crítica dentro de las observaciones que realizan. Una característica notable de la escuela acrítica es involucrarse emocionalmente en situaciones in extremis del filme, redactando oraciones a lo Corín Tellado, como por ejemplo:
“Son amores comprometidos por el destino, que gracias al abandono de sus almas, pudieron finalmente encontrarse”.
“Ellos deberán encontrar lugares comunes, para poder desarrollar una relación que los llevará a lugares insospechados”.
La escuela acrítica menciona lugares comunes para llenar párrafos. Se les suele encontrar con mucha frecuencia en portales de crítica cinematográfica local y blogs, compartiendo sus vivencias emocionales como tratados de fotonovela.
Nivel de aporte: 0
La escuela reaccionaria
Un “Todo tiempo pasado fue mejor” que articulan críticos cinematográficos cuya mirada les ha hecho estancarse en la época de oro del cine, para reaccionar ante el fenómeno del cine contemporáneo y las nuevas formas de la imagen en movimiento con desdén y, a veces, con el ojo crítico enfermo de cataratas, ojo que se enceguece ante las nuevas propuestas y las declara “caprichosas”, “sin sentido”, “disforzadas”. Su Partenón está encabezado por John Ford y termina en Scorsese.
“Es claro que no existe ni un rezago de cine en esta broma de personajes incoherentes y desdibujados”.
“Sufre de la misma enfermedad de muchas de las cintas del llamado cine contemporáneo”.
Los miembros de la escuela reaccionaria tienden a ejercer el sofismo, e insisten en hablar del cine contemporáneo cuando no terminan de entender el fenómeno social/cultural que lo configura.
Su nivel de aporte: 5, si consideras que “el cine está muerto”.
La escuela de la historia sin fin
Los “historiadores sin fin” están reunidos en un formato que dedica las 500 o más palabras de su redacción crítica a describir cada detalle de la trama de un film, sin enfocarse en una apreciación o comentario del mismo.
“De algún modo la película, es un road movie donde Catalina, hija de ambiciosos vendedores extranjeros, se mezcla en una serie de conflictos románticos con el personaje de Miguel, ex prófugo de la justicia y hoy sentenciado a 2 años de servicios comunitarios.
Ellos se encontrarán en un cruce de semáforo e intercambiarán teléfonos, y dos días después se reunirán en una cafetería cercana para acordar algo: que intentarán asaltar el banco de la ciudad juntos luego de tres días”
Divididos entre la escuela radical (o del spoiler) y la escuela conservadora, su nivel de historicismo circula entre el 70% y el 99% de sus piezas, dependiendo de su afán de querer contar las historias hasta el hartazgo.
Su nivel de aporte: 1, más spoilers.
La escuela críptica
Divididos entre los “poéticos” y los “poscríticos”, la escuela críptica es una de las vertientes más entretenidas del panorama local (luego de pegarse de cabezazos varias veces contra la pared). Discípulos férreos de Derrida, han deconstruído el lenguaje narrativo para no solo inventar neologismos y constructos literarios que escapan al entendimiento de lectores menos afortunados, sino también nuevos géneros cinematográficos que existen solo en la dimensión de sus textos.
“Esta obra pertenece al ya conocido género de la dramedy existencial frustrada”.
“Decantamientos ontológicos que se crean insertos en encuentros post-estructurales, movimientos excequios del séptimo arte, la semiosis invertida dentro de los ángulos del ojo. De eso trata el cine de Kapulowski”.
No puedo medir el nivel de aporte de la escuela críptica, pues aún no he terminado de descifrar los algoritmos narrativos de sus piezas.
Nivel humorístico: 10
La escuela del decálogo
Una de las más masivas del medio, la escuela del decálogo incide sobre las 10 características que toda buena película “debe” tener de manera que pueda ser considerada como tal: Buena fotografía, un guion bien construido, diálogos intensos, un clímax, una buena edición, un sonido decente, etc. El cine como una construcción de calidad técnica.
“La película es especialmente notable por su gran manejo de la fotografía y la magnífica banda sonora de Wahsington Soapbox, la que convierte al filme en una experiencia extraordinaria”.
Los decaloguistas suelen ser también profesionales del medio, cuya apreciación no diferencia calidad técnica de mérito artístico. No voy a decir que muchos de ellos vienen del mundo del audiovisual.
Nivel de aporte: 3, si sus diálogos atrapan.
La escuela erudita
Los “eruditos” suelen mencionar a Bazin, Deleuze, Debord y Zizek al estilo namedropping propio de una canción de Kanye West. Nueve de diez, sus citas carecen de sentido.
Nivel de aporte: 2, en la dimensión imagen-tiempo.
La escuela de la inmanencia
Una de las escuelas más concurridas. Bajo el pretexto del “cine habla por sí mismo”, los miembros de la escuela de la inmanencia no han cogido un libro de teoría o filosofía del cine en toda su carrera como críticos cinematográficos, razón por la cual sus textos están extremadamente limitados a su apreciación personal de las cosas, su criterio omnipotente, la experiencia que ver otras películas le han dado, como si el cine fuese un lenguaje que se agota en sí mismo.
Suelen usar adjetivos como “chato”, “triste”, y descalifican películas con autoridad.
Mi escuela de juventud. Pero no hagan roche.
Su aporte: 0-4, dependiendo del criterio.
La escuela astronómica
Amantes de las estrellitas o el sistema de calificación cuantitativa. No conciben calificar una película fuera de su sistema, ya sea estrellas, porcentajes, números, letras, o emojis.
Asiduos a Rottentomatoes. Suelen aparecer en Somos y en CinePapaya.
Su aporte: 1 estrella y media.
La escuela eclética
Escriben con igual proficiencia sobre el cine de vanguardia, el experimental, el cine arthouse, Bollywood, Hollywood, el cine clásico, occidental, oriental, videoarte, cartelera comercial, Pinku Eiga, Cine de la Transgresión, Slow Cinema, Found Footage, Glitch Cinema, cine silente, cine nigeriano, Zoopraxografía, Breaking Bad, Pokemón y Digimón.
Especialistas de casi nada. Suelen andar con los reaccionarios.
Su aporte: 3, tu número de la suerte, 5, tu color, el morado.
La escuela publicista
Discípulos de los televangelistas, los miembros de la escuela publicista son maestros del publicherry. También divididos en los “caletas” y los “explícitos”, los publicistas son amigos de las majors y de algunas productoras peruanas, contratados por las mismas o simplemente quieren quedar bien para no pasar problemas en los brunchs que las productoras ofrecen en las funciones de prensa.
Suelen presentarse como agentes del buen gusto. Gustan de la palabra “el público común” o “el espectador común y corriente”. Abusan de las redes sociales.
Su aporte: -5
La escuela turística/decantadora
Una de las escuelas que más daño le hace/ha hecho a la crítica de cine nacional son los turistas/decantadores, individuos que escriben infrecuentemente, a ritmo de un artículo por semestre, y que por coincidencia actualizan contenidos cada vez que un festival de cine está cerca, para poder viajar y acreditarse. El turismo cinematográfico los ha unido en ciertas oscuras organizaciones, donde se destacan por dejar en ruinas la imagen del Perú como un país con algún rezago de interés académico/crítico en el extranjero.
Tienen blog para pasar piola.
Su aporte: -100
La escuela nacionalista/paternalista
Bajan la valla cuando hay que hablar de cine nacional.
“No le podemos pedir a esta película la misma factura que las súper producciones hollywoodenses”.
“El Perú no es Francia, aquí no hay una cultura de cine, por lo tanto no podemos pretender que nuestras películas alcancen tal nivel”.
Su aporte: -200
LOS ÚLTIMOS DOS CÍRCULOS DEL INFIERNO Y SE DA POR CONCLUÍDA LA NOTA
Entrad, pero os advierto que vuelve afuera aquel que atrás mirase.
Dante
Hay dos especies en particular que no he querido mencionar anteriormente pero que me causan un malestar en particular. Si les queda paciencia, los invito a visitar los últimos dos círculos del infierno.
La escuela del “Ampay me salvo”
No hay nada peor en mi opinión, que la gente que expele juicios a diestra y siniestra, asisten y dictan seminarios y conversatorios, asisten a festivales de cine, escriben en plataformas web y escritas, y antes de ser confrontados por sus colegas en cualquier tema cinematográfico, tienen la desfachatez de emitir las frases:
No soy crítico, soy cinéfilo.
No soy crítico, escribo sobre cine.
Utilizándolas automáticamente como un pulso electromagnético que desactiva de inmediato cualquier objeción, comentario u observación, reduciendo sus opiniones a una “simple observación de un amante del cine”.
Su aporte: Varía, pero como sacan el cuerpo, equivale a 0.
La escuela del plagio
Ejercen la crítica, dan premios en festivales de cine, participan como jurados en el estado, enseñan en academias de cine, han publicado en web e impreso, opinan en redes sociales, con gran frescura. Su forma de “hacer crítica” implica robar las ideas de otros, y esto los descalifica. Son encubiertos, y sus actividades minimizadas. Deben abandonar el título de críticos cinematográficos. Esta es una categoría que nos devolverá a un siguiente (e indignado) post.
Su aporte: -500.
Epílogo
No pretendo pararme en una plataforma para hablar del estado de las cosas. Si he querido darle un tono algo desenfadado a este texto es justamente por no caer en las argucias narrativas de alguien que busca ser entendido solo por un grupo de personas. Busco escapar de esta cámara de eco e intentar generar un diálogo con todos los que aman y aprecian el cine, y buscan que la conversación alcance otros niveles, latitudes, dimensiones. El ambiente es algo desolador, con algunas y notorias excepciones: aún hay mucho por hacer.
No basta pedir un mejor cine, necesitamos involucrarnos en el diálogo. También debemos exigir que las conversaciones sobre el cine vayan más allá, que toquen dimensiones no superficiales, una crítica de cine transgresora, distinta, con voces propias. Con varios representantes dignos. Y con un enfoque que mire más allá del círculo, que se oriente a la gente interesada en aprender de cine.
Dicen que tenemos la cartelera que merecemos. ¿Tenemos también los críticos que merecemos?Yo creo que podemos apuntar a más.