Por Mónica Delgado
En El hombre que siempre hizo su parte no solo hay un retrato de Carlos Rota, un intelectual en sus cuarteles de invierno, sino también una mirada sobre el lugar del cineasta en el mismo acto del registro documental. Mientras vemos a Rota periodista y escritor recorrer su oficina, que parece haber sido víctima de un torbellino o catástrofe, por la cantidad de revistas y papelería que funge de alfombra, escuchamos el llanto de la pequeña hija de los cineastas, a quien apenas vemos en algunas escenas, como aquella donde se refleja en un espejo sostenida por el canguro que lleva su madre mientras ella graba al protagonista del film.
Los balbuceos de la pequeña hija se van colando en las entrevistas, en los pasadizos del departamento de Rota, mientras la cámara lo sigue entre el tumulto de libros, recortes de diarios y algunos vinilos. Esta sensación del registro doméstico, de que los cineastas tienen que calcular su tiempo de filmación versus la espera de la llamada que anunciará que deben regresar a casa y cuidar a la bebé, va configurando un entorno donde filmar no es solo el único acto en exclusividad. Pero esta dificultad en las condiciones de trabajo, no solo aparece en la necesidad de alternar el cuidado de una bebé con los tiempos del rodaje, sino también en ajustar este proceso a los estados de ánimo y sensibilidad de Rota, que por momentos se muestra indeciso durante las entrevistas sobre la agenda de filmación.
La vastedad de la memoria de Rota, en su erudición y sapiencia, se materializa en el aspecto físico de este departamento enrejado, lleno de cosas, donde el horror vacui va a describir también esa capacidad del protagonista por atiborrar de mil cosas su tiempo. Llamadas telefónicas a colegas, investigaciones, propuestas de negocios, reuniones en el restaurante de la esquina, son acciones que hacen de Rota a sus ochenta años un hombre vital, eufórico por momentos, y cabizbajo en otros, sobre todo cuando toma conciencia de que no le puede caer bien a medio mundo.
El hombre que siempre hizo su parte, vista en el marco de la tercera edición de Cámara Lúcida en Cuenca, Ecuador,plantea una mirada que se basta con todo lo que pueda ofrecer el personaje, sin requerir elementos externos, permitiendo conocerlo desde la interacción con los cineastas, quienes también se vuelven una parte importante, dentro de los parámetros de un documental de corte intimista y donde la voz del cineasta es importante, en la vena de Johan van de Keuken y la presencia corporal de los directores en la imagen, con sus preguntas, sus llamadas y la pequeña hija recorriendo la escena. Un tipo de filmación plena de imperfecciones, pero no porque esté afectada por un problema de carencias, sino porque la decisión de ser parte de ese mundo mostrado de esta manera (cámara en mano, sonido ambiental, seguimientos al personaje con recursos mínimos) es esencial, lo que da la sensación de que el film se hace mientras lo vemos, y porque comparte la fascinación por este personaje barroco, pocas veces inmóvil, en constante movimiento, y que parece escabullirse, en alguna parte residencial de Quito. Los cineastas escapando de un rol meramente observacional, y siendo puente de la experiencia misma de conocer a Rota desde los recovecos de su oficina, un micromundo donde el acceso parece un premio.
Este documental de Orisel Castro y York Neudel, donde la presencia de Rota es gravitacional, no permite el olvido total de este personaje, y deja documento de sus últimos años, y donde se refleja una situación muy común de la intelectualidad latinoamericana, que lidia con la imposibilidad de pasar a la posteridad con reconocimiento a la obra así se trate de un viejo Quijote enloquecido en busca de su Dulcinea.
Dirección: Orisel Castro, York Neudel
Edición: Juan Soto, Orisel Castro
Producción: Orisel Castro, York Neudel
Sonido: Raymi Morales
Fotografía: York Neudel
Ecuador, Cuba, 2017, 82 minutos