Por Mónica Delgado
Otros de los tópicos que atravesó la programación de la quinta edición del festival Cámara Lúcida fue el de la exploración y materialización de los paisajes y territorios desde los soportes digitales o analógicos, pero también desde los discursos y representaciones dentro de la decolonialidad, la ciencia ficción o desde el testimonio o la epístola: una eclosión de sentidos.
En Color-blind, Ben Russell propone, desde el título, un acercamiento sobre la percepción. Partiendo de algunos fragmentos de cuadros de Paul Gauguin, el corto apela en su desarrollo a la comprensión del daltonismo (que se dice que padecía el famoso pintor) como forma y estructura para percibir y traducir el mundo. A lo largo de media hora, Russell, con su ya usual mirada etnográfica, se ubica en Tahití, en la Polinesia Francesa, para registrar bailes, reuniones, testimonios y paisajes, con el fin de reconstruir algunos elementos que podrían haber provocado estos estallidos de color desde lo sinestésico (y que arranca con Gauguin), pero también de la mano de las impresiones de las personas que habitan la isla y en relación a los territorios aledaños en la actualidad. Pero el interés de Russell no es un documental con fines sociológicos, sino el de proponer una poética desde esta necesidad de renombrar colores y sus sentidos como opciones daltónicas.
Lo más interesante de Color-blind, es que el daltonismo se convierte en motivo para eludir algunos símbolos (y colores) coloniales. Aquello que remita a los colores de las banderas de Gran Bretaña o Francia será resignificado, y de este manera ya no estaríamos hablando de una deficiencia en la percepción de los colores, sino de una resistencia política, que aparece deliberadamente en diversas expresiones culturales de la isla. Test, playas de ensueño, música tecno, reminiscencias a programas televisivos mainstream y pruebas nucleares (como las del Atolón de Mururoa) como chispazos de intervención que cohabitan a la fuerza o desde lo sublime en diversos espacios e identidades.
A Hidra do Iguaçu (2020), de la artista y cineasta brasileña Cristiana Miranda, es otro trabajo donde el territorio y su origen es indispensable para repensar cómo se ha construido la historia. La cineasta registra desde el 16mm pueblos o comunidades en el norte de Angola, pero para buscar respuestas sobre ausencias en las narrativas nacionales en Brasil. ¿Qué había antes de lo colonial? Si bien las tierras amazónicas lucen como comunidades fundacionales en esta parte de América Latina, Miranda hurga en el pasado de los esclavos en África, de su existencia previa a ese periodo nefasto de desarraigo, trabajo forzado y deshumanización. Por ello, su ruta de introspección está marcada por esta búsqueda de la raíz, en los primeros asentamientos coloniales en el siglo XVII en Luanda, la capital angoleña.
Miranda propone como método o estrategia la exploración de las comunidades en relación a la memoria y el trauma, desde la arquitectura y sus ruinas como archivo vivo, y que en Angola o Luanda apenas se preservan. Así, Miranda busca en este viaje o bitácora, información histórica que el paradigma colonial intenta borrar, y que se afirma ella en esta necesidad de contraponer la memoria como antónimo de la historia. La memoria como categoría viva y la historia como una narrativa que interpreta (y oscurece) el pasado. En este sentido, A Hidra do Iguaçu es el estudio de un lugar de memoria iluminado y registrable.
Locus Suspectus (2019) del estadounidense J.M Martinez es, antes que un disfrute de las formas de los paisajes, una aproximación a las categorías de este acercamiento: cómo profundizar más los relieves, cómo explotar las formas de la erosión, cómo usar los travellings laterales para dar la idea de que estamos sobre un lento aeroplano mirando la inmensidad, o cómo lograr paneos que parecen arrojarnos a una dimensión extraterrestre. Hay un extrañamiento y necesidad de fantasear con todas estas posibilidades de la luz sobre rocas, para provocar texturas que parecen imposibles. Las superficies lucen extrañas, pero no solo como producto de la corrosión o el desgaste del tiempo, sino porque Martinez logra abstraerlas y asignarles un nuevo territorio, desde la mediación de la cámara y el dispositivo empleado.
Por otro lado, The initiation well (2020), del canadiense Chris Kennedy, propone un acercamiento al espacio de modo distinto. Aquí logra crear un registro circular, siguiendo las formas arquitectónicas de una zona de rituales de la Quinta da Regaleira en Sintra, Portugal, espacio masónico hecho a inicios del siglo XX y que mantiene un aura gótico. La música de Samuel La France aporta a lograr un clima de descenso, con reminiscencias dantescas, en este reordenamiento del espacio, que va desde la superficie hacia el fondo, como si nos fuéramos sumergiendo en un pozo, entregados a esta iniciación en blanco y negro y texturas del analógico.
La construcción, que es del siglo XX, parece a través del ojo de Kennedy alcanzar por fin el pasado al que remite o redime, con ecos masónicos o medievales. La textura, el blanco y negro saturado, la ruta de registro en círculos de un paseo turístico permite un absoluto viaje en el tiempo.
So many ideas impossible to do all (2019) de Mark Street muestra los apuntes que provocan unas cartas que enviara la recientemente cineasta fallecida Barbara Hammer a Jane Brakhage, entre 1973 y 1985. Las opciones que tiene Street son extrañas, porque las cartas se muestran a modo de textos sobre imágenes del espacio (playas, campos, desiertos) que habitaba Barbara dentro de su vida campestre y de eremita. Y no aparecen las respuestas de esas cartas desde Jane, la famosa esposa de Stan Brakhage. En este sentido, el tono del film se vuelve un soliloquio de alguna manera conmovedor y sentido, no solo porque las cartas se responden con escenas de un documental que hizo Hammmer sobre Jane, sino porque de esta manera Mark Street genera el diálogo poético e imaginario entre ambas.
Epístolas en correspondencia con las tomas de Jane tomando un cucharón y hablando de que se siente algo sola en ese universo creativo que lleva por vida. Pero lo más importante de esta reanimación de Street es la recuperación de un elemento que estaba en los trabajos de Hammer, en el documental sobre Jane y en las cartas, que es la relación del feminismo como sujeto activo en espacio personal y político determinado, y en este caso con coherencia entre el pensamiento feminista y el pensamiento de índole ambiental.
Toda la meditación que Street propone desde estos vestigios es la confirmación de que si conocemos a Hammer tal y como la recordamos es porque tuvo que ceder, dejar su espacio de afirmación (mostrado a lo largo del corto) y ubicarse en un espacio ajeno (la ciudad y su bullicio). Algunas concesiones que deben hacer las mujeres para poder dejarse escuchar y existir.