Por Mónica Delgado
Hay un momento que resulta un buen ejemplo para resaltar el espíritu que domina Cannes: los aplausos al inicio de cada función cuando aparecen los logos de las productoras y distribuidoras de las películas que se presentan. Si sale una película coreana se aplaudirá a Showbox Mediaplex. Si se trata de un filme latinoamericano a Haddock Films o a Mantarraya. Si la cinta es francesa a Le Pacté o a Arte France. No hay aplausos en este momento de los créditos de inicio para cineastas, ni para actores ni actrices, ni para el nombre del filme. Cannes es el festival de las productoras, sí o sí.
El Festival de Cannes confirma ser el evento más importante de la comunidad cinematográfica, sobre todo de industrias ya establecidas, y menos para aquellas en grado de emergentes (aunque sí para cineastas jóvenes avalados por estas grandes o medianas empresas productoras). Por ello, el espíritu de Cannes es el de la transacción, que permite la compra y distribución de las películas que forman parte de las diversas secciones, como también de aquellas que participan a través de diversas representaciones en el Marché du Film o en el Village Internacional (donde aparecen una suerte de embajadas del cine de cada país interesado en colocar un stand). Incluso es el espacio perfecto para aquellas películas que aún no existen, pues en los diversos espacios para las productoras que ofrece el festival, se negocia posibilidades de sueños y realidades. Hay decenas de filmes que se han hecho factibles desde Cannes y hay otras que ven cómo se alejan las expectativas ante el gusto moldeado por el canon festivalero.
En Cannes hay poco espacio para el ocio. Entre películas, cuya proyección comienza a las 8:30 am, y algunas que terminan presentadas pasada la medianoche, programadores, críticos de cine, reporteros, distribuidores, publicistas, están entrando y saliendo de las más de siete salas dispuestas para exhibiciones paralelas, excluyendo las salas ubicadas solo para los acreditados al Marché du Film. Sin embargo, bajo este espíritu de la mercancía, también queda espacio para la cinefilia, en la medida que fuera del veto del ocio, está el permanente diálogo entre colegas, y la rápida interacción en redes sociales, sobre todo Twitter, que se convirtió en esos días, en una extensión superhumana del yo cinéfilo.
La Competencia Oficial
Este año las películas de la competencia oficial mostraron un nivel desigual, donde a leguas resaltaban tres o cuatro películas de las más de quince en la selección. No existió un motivo común entre ellas, sin embargo sí hubo presencias inexplicables como la impresentable The Captive (¿solo porque se trató de Atom Egoyan?) o la manipuladora The Search de Michel Hazanavicius. Hubo también de todo entre la competencia, y quizás la aparición de un filme como Relatos Salvajes de Damián Szifrón demostró un poco de apertura a un cine menos solemne y atávico.
Hace varios años que Nuri Bilge Ceylan rondaba a la Palma de Oro. La ovación intensa recibida en la presentación de Winter Sleep confirmó que se trataba de una figura apreciada, y alguien muy popular y querido entre críticos y productores. Su cine, lejos de cualquier fórmula o estímulo qualité, presenta motivaciones en torno a determinados personajes selectos que reflejan una Turquía oculta, que antes que “exotizar” (como puede suceder con el cine llamado “periférico”) comparten un deseo de intención autoral. Paisajes que atrapan y atosigan a los personajes (un escritor aislado en su propio hotel en el corazón de Anatolia), amores frustrados, y seres en plenitud agobiados por lo existencial o lo elemental, dentro de un microcosmos que pone en evidencia esa Turquía moderna y de élite pero aún atorada en prejuicios y solemnidades ancestrales. Desde su primera proyección se estableció entre las favoritas, junto a la italiana Le Meraviglie de Alice Rorhwacher, una de nuestras favoritas, así que su denominación como mejor película de Cannes no fue una sorpresa sino una confirmación. Significativo también que Bilge Ceylan dijera en su agradecimiento tras recibir la Palma, que justo le llegaba el premio cuando en su país celebraban cien años de la llegada del cine.
Otras de nuestras favoritas del festival vinieron de Rusia y Ucrania. Leviathan de Andrei Zvyagintsev y Maidan de Sergei Loznitsa, que no estuvo en competencia pero si en una proyección especial. Leviathan ataca a un Rusia rural desde la cita bíblica, donde el sistema de poder corrupto entre el Estado y las instituciones de la religión apabullan y aplastan a los habitantes de un poblado costeño e invernal. Mientras que en Maidan, Loznitsa hace un registro meticuloso desde el panorámico de los incidentes recientes en Kiev con ojo desde el lado de las protestas y la causa popular. De lejos, este documental se ubica entre las mejores películas vistas en este 2014.
Hubo filmes que sorprendieron por su nivel de riesgo y que invitaron a pensar por algunos momentos en Cannes como una sección del festival de Sitges. Una de esas películas fue la argentina Relatos Salvajes de Damián Szifrón, sobre todo porque se trata de una película de episodios con gran toque serie B y en onda pulp, con actores argentinos emblemáticos como Ricardo Darín o Darío Grandinetti en actuaciones breves o diferentes, y con un guión de diálogos sabrosos y secuencias logradas en ese sentido del humor negro muy propio de la irreverencia sudamericana.
Si bien no está entre las mejores obras de Naomi Kawase, Still the Water brindó una de las escenas más brillantes y conmovedor de todo el festival, porque precisamente aborda en otro tono y sentido el motivo esencial del cine de esta cineasta japonesa, el de la filiación y la llegada de la muerte o la desaparición. Timbuktu de Abderrahmane Sissako también fue otra de las favoritas entre la crítica, pero su estreno en el primer día de la jornada festivalera hizo que conforme pasaran los días se difuminaran sus logros.
Una de nuestras favoritas, Maps to the Stars es una crítica cruda y pesimista sobre ese entorno frívolo de productores, actores y negocios y que de alguna manera fue proyectada en medio del corazón de la víctima que David Cronenberg destroza. Es probable que en el mismo Cannes haya estado el paralelo del personaje que encarna Julianne Moore, pero eso queda para la imaginación extracinematográfica y posfestivalera. Popular entre los amantes del cine del director canadiense, pero nada agradable para el sector que se vio reflejado allí de modo estrafalario y chirriante.
Adieu au Langage afirmó la vena satírica y ensayística de Jean-Luc Godard de los últimos años, pero su premiación ex aequo junto a Mommy de Xavier Dolan solo reflejó una intención consoladora del jurado. Quizás el premio debió ser solo para Dolan y dejar a Godard en el mismo estado en el que permanecen los grandes genios del cine: fuera del sistema de premios y de festivales.
Saint Laurent de Bertrand Bonello fue otra de las películas mejor votadas por la crítica, sobre todo por la factura visual y el estilo del director, sin embargo luego de su proyección quedó difuminada por las siguientes presentaciones de las demás películas de la competencia.
Sobre los otros ganadores del Palmarés: la actuación de Timothy Spall en Mr. Turner quedó como la favorita del jurado, aunque refleja cierto manierismo del personaje, que vira conforme avanza el metraje hacia el pastiche, lo que deja la duda de si era la intención de Mike Leigh, ya que hay como mulatillas propias de un histrionismo de escuela, trabajado, refinado que lo hacen plástico y banal (y por ende, risible). Una actuación en este Cannes y que me llevo conmigo, si se trata de exageración y algo de grandilocuencia expresiva: J.K. Simmons como el profesor castrador y malcriado de Wiplash de Damien Chazelle, y que fue presentada dentro de la selección de la Quincena de Realizadores.
En cuanto a actuación femenina, muy acertado el premio para Julianne Moore, ya que su rol como una estrella de cine madura, histérica, y al borde de la caducidad en Maps to the Stars de David Cronenberg, está llena de matices de la frivolidad y la locura.
Un Certain Regard/Quincena de Realizadores/Semana de la Crítica
Hay un dicho entre los críticos que señala que las mejores películas de Cannes nunca están en la competencia oficial, y es cierto. Jauja, la reciente película de Lisandro Alonso, es simplemente extraordinaria, con una fotografía impecable y con una historia que alude al gran mito del país perdido y lleno de oro desde una óptica minimal y exacta. La Chambre Bleue de Mathieu Amalric también presenta con creces la faceta de cineasta de este actor reconocido, a través de un film noir estilizado, de cromatismo azul y tramado racional. Ambas se vieron en Un Certain Regard, donde obtuvo el premio del jurado a mejor película la húngara White God, sobrevalorada y que causó malestar entre la crítica, puesto que se trata de una película algo singular (llena de humor involuntario) y que también era digna de Sitges.
Entre las proyecciones especiales se presentó Les ponts de Sarajevo, irregular filme de episodios de varios directores, y entre los cuales sobresale el dirigido por el rumano Cristi Puiu: Reveillon, brillante corto de diez minutos sobre una pareja que divaga en una cama sobre el ser europeo de hoy, en un tono muy hilarante que sorprende, sobre todo si se tiene en cuenta el cine reciente de Puiu.
La serie P’tit Quinquin de Bruno Dumont fue presentada en la Quincena de Realizadores en una función especial y mostró una nueva faceta del director francés, llena de humor negro y con un espíritu de la comedia clásica y absurda. No hubo muchas sorpresas en general en Cannes desde Asia, sin embargo, la comedia policíaca A hard day de Seong-hoon Kim, mantuvo la certeza de que en Corea del Sur se siguen haciendo películas muy interesantes, con creatividad y basadas en vueltas de tuerca extravagantes pero que encajan perfectamente en la propuesta. The Kindergarten Teacher de Nadav Lapid, también en función especial, fue también una película a destacar, y que confirma el talento del director de la lograda Policeman. Por otro lado National Gallery de Frederick Wiseman reitera el estilo de siempre al filmar instituciones, y la visita al museo emblemático de Londres resulta una experiencia entre didáctica y abrumadora, pese al estilo simple del veterano cineasta.
En suma, parece que Cannes está intentando mejorar el nivel total de la selección, pero es poco posible escapar al nonsense de la programación, sobre todo si se tiene en cuenta los altibajos y a algunos exabruptos de los jurados (lo de White God y el premio ex aequo a Godard me siguen sabiendo a papelones). Igual, ya se marcó la pauta del canon festivalero para el resto del año y se afianzó con esta Palma de Oro a Bilge Ceylan, un autor de calidad y talento indiscutible.