Por Mónica Delgado
Luego de Pina, Wim Wenders regresa al documental en clave de homenaje, para hacer un retrato del famoso fotógrafo brasileño Sebastiao Salgado, pero lo hace de la mano de uno de los hijos del protagonista, Juliano Ribeiro Salgado. Al alimón: un cineasta que filma al padre en sus viajes, y el otro director centrado más en un proceso de edición y concepto del documental en sí. En The Salt of the Earth, ambos cineastas se acogen a la fórmula del documental de estilo convencional, que se muestra incluso a modo de cronología, pero cuya diferencia radica en la sutileza con la que perciben esa evolución del fotógrafo artista en su concepción de lo humano y la naturaleza, a lo largo de sus exposiciones y viajes desde la década del ochenta hasta la actualidad.
La película abre de modo ejemplar con una serie de descripciones de fotografías que parecen fuera de tiempo, con la voz en off del mismo Sebastiao Salgado, de unos cinco mil trabajadores semidesnudos y explotados en una mina de oro en Brasil, lo que pone en contexto la intención del trabajo de este artista, sobre todo marcada por el usual uso del blanco y negro (como muchas de las escenas mostradas también) y el interés por tópicos como el trabajo, las guerras, o la violencia. No se trata solo de mostrar en este documental el afán estético de Salgado, sino de hurgar en los motores de la naturaleza humana como tal, en su crudeza, diversidad y muerte que gobiernan sus fotos, pero que no evita caer en la llamada «pornomiseria», que aquí es doble, tanto la que nace de la misma obra de Salgado al detenerse en escenas de Etiopía, Ruanda, o Tanzania, de masacres políticas o muertos por hambruna, como en la reproducción enfática que hace Wenders y Ribeiro de este trabajo.
Para Sebastiao Salgado, quien ha sido fotógrafo de viajes, guerras o incendios en los momentos más críticos de la historia africana, europea y latinoamericana de los últimos años, hay una fuerza esencial que lo motiva y que tiene que ver con «la espectacularidad» de eso que separa de lo real, que extrae con fijación perturbadora. Y se percibe esa búsqueda extraña en cada foto mostrada, en los ángulos, en la composición, en los detalles y colores. Wenders y Ribeiro tienen claro que se trata de mostrar la fascinación con la que el fotógrafo realiza su trabajo, en cómo se ha ido orientando por determinados temas a lo largo de su trayectoria, y lo hacen con afinidad y admiración. No se cuestiona el hecho de que el fotógrafo mantenga una mirada colonial hacia la «otredad», ya que existe una distancia marcada y «exotizante» al visitar tribus de Brasil o en Papúa Nueva Guinea, o al registrar a bebés africanos muertos por la hambruna y la pobreza extrema. En algún pasaje señala incluso Salgado que «se puede pensar que la muerte y violencia provienen de gente extraña, pero que en Europa también hay terror y masacres, y que por eso el interés en registrar el conflicto de Serbia y Bosnia» (no es literal pero se resume la idea), olvidando que uno de los mayores terrores que haya propiciado el ser humano vino de las dos guerra mundiales europeas, y que quizás esa pobreza tercermundista», que es explotada en cada click o zoom, queda difuminada por ese orden perverso de la historia y la clase dirigente del poder sembrada desde aquellos años y pos guerra fría.
Sin embargo, el documental, pese a ser una suerte de tributo a las fotografías logradas de este personaje, va decayendo hasta terminar con un alegato ambientalista propio de una organización no intergubernamental, fuera del contexto de gran parte de metraje, aunque grafica de modo algo abrupto la nueva orientación de las fotos de Salgado, quien de registrar guerras, muertos, asesinados, pasa a fotografiar animales, desencantado totalmente de los seres humanos y sus miserias.
Un Certain Regard
Dirección: Wim Wenders y Juliano Ribeiro Salgado
País: Brasil / Francia
Duración: 100 minutos
Género: documental