Por Mónica Delgado
Arabian Nights de Miguel Gomes tiene toda la afrenta que implica narrar una epopeya, pero sin héroe. Interpretación de la historia de Portugal a través del ludismo, el carnaval y el anacronismo, ya que este asunto de ensayar una tesis sobre el sentimiento generacional hacia todo un país, en sus paradojas, afirmaciones y arbitrariedades, con ribetes políticos, sociales y hasta emocionales, también funciona como motor endemoniado del acto mismo de filmar. Si Las Mil y Una Noches árabe, que inspira a Gomes, es fuente inagotable sobre la narración al interior, de relato sobre relato, su film mastodóntico en tres partes también lo es, pero desde la experimentación del dispositivo cinematográfico como vehículo fantástico y libre.
¿Cómo filmar a un país? Para Gomes, Portugal puede ser descrita solamente desde el fragmento endiablado, y desde la visión de Scherezade, una narradora “descontextualizada” y trasladada a Europa, y que logra mediante el acto de narrar vez tras vez, una máquina fantástica para detener la determinación o el tiempo, y desde una puesta en escena misma que toma el sentido de lo oral, diluye cualquier atisbo realista en este viaje de aura mítica y épica. Como Sherezade, que cuenta relatos durante mil y una noches, que en acumulación impiden la consumación de la muerte o barbarie, Gomes emprende un viaje de tres partes al interior de Portugal, con una finitud establecida y marcada por un ritmo en descenso, que va virando en clave baja o “desolada” hacia el final.
Como en la exhuberante A Idade da Terra de Glauber Rocha (que reconstruye el mito de Cristo desde varios tipos de personajes), Arabian Nights tiene el afán de la puesta en escena carnavalesca, teatral y grotesca para ahondar en la sensibilidad de toda una nación, de cuerpo a todas luces indescriptible o inabarcable. Queda por ello el desborde, la ensoñación, la cuota “real maravillosa”, el desparpajo, y la cadencia.
Este filme en tres partes es la empresa más quijotesca que ha dado el cine independiente reciente, no tanto por su extensión, citas, reminiscencias o apropiaciones, sino porque el narrador se inspira en la estructura en espiral, de relatos dentro de relatos, de narradores omniscientes que asumen la materialidad del intertítulo, de la picaresca posmoderna simbolizada en viagra en spry o de juicios anodinos entre sordomudos y élite asiática, de gallos oradores y de perros que juegan con su fantasma, para dar cuenta de un trasfondo político que ha envilecido, alienado y fragmentado, a todos.
También tengo una tesis sobre el modo en que está organizada Arabian Nights, ya que me interesa mirarla no desde una linealidad episódica, sino como capas que apuntan al todo de la primera parte, como prólogo y epílogo supremo de lo que vendrá. Aquello narrativamente compuesto con un inicio, desarrollo y final está en Volume 1, O Inquieto. Mientras que Volume 2, O Desolado y Volume 3, O encantado las coloco como respuestas a algunos planteamientos que quedan pendientes o como sublecturas de la primera parte: el sentido de lo justo como valor ambivalente, la llegada misma de Sherezade como ordenadora del cosmos narrativo, o los entrenadores de canarios como resucitadores de algo que ya vimos perdido en el inicio y segunda parte.
Miguel Gomes logró con esta película enorme una mirada afectiva y dura sobre esa Portugal entera y del mundo, que mantiene sus ganas de deleite, de felicidad y festejo, a pesar de la depredación de su valor histórico, a manos de los más satirizados en las tres partes, los políticos. Arabian Nights es cumbre del cine portugués y mundial reciente y una experiencia irrepetible, única en la historia de Cannes.