Por Mónica Delgado
En estos dos días de festival, el nivel de las películas ha estado sin sorprender; es decir, por lo menos ya sabemos con qué elementos construye un filme Naomi Kawase, de qué manías malsanas puede tratar la nueva de Yorgos Lanthimos o bajo qué nuevo influjo devela las relaciones amorosas un Arnaud Desplechin. Y el caso del rumano Radu Muntean también se inscribe en el estilo de su anterior película y dentro de una ola de cine reconocida en ese país: “Si es un filme rumano y está en un festival, es bueno”, decían. La presentaciones de ayer y hoy han tenido un cauce natural, donde el prestigio de los cineastas ha permitido ganar puntos ante filmes entre regulares y notables. Veamos.
A pesar del tufillo cursi y de una tónica melodramática recargada, Naomi Kawase explora visualmente en An (o Sweet Red Bean Paste al inglés), un estilo que ya viene patentando a lo largo de toda su carrera, de planos de la naturaleza y personajes a contraluz, como símil de la mirada hacia aquello que todo lo ilumina. Como sucede en casi todas sus películas y en las recientes Chiri o en Still The Water, Kawase esta atenta a presentar a sus protagonistas desde esta conexión con el mundo y los antepasados o recuerdos.
An tiene una historia sencilla, de una anciana enferma y solitaria que ve en su jefe a un posible hijo, y de este adulto dueño de un pequeño restaurante que ve en la mujer a la madre ausente. Esta correspondencia entre dos personas dolidas, y sin ningún parentesco que llegan a apreciarse y sentirse, es lo que viene a completar el imaginario Kawase de perdidas y encuentros familiares, pero aquí desde personas sin vínculo sanguíneo alguno, como buscando afirmar otro tipo de genealogía del sentimiento.
Por otro lado, One Floor Below (Un Etaj Mai Jos) del rumano Radu Muntean plantea una puesta en escena que tiene como motivación la sospecha del protagonista llamado Sandru Patrascu hacia su vecino del piso de abajo, tras la muerte de una mujer en su edificio. Esto desencadena una serie de reacciones tímidas, que van construyendo poco a poco la confrontación con su certeza. Muntean se detiene en describir el perfil psicológico de su personaje a través de una serie de acciones cotidianas, en relación con su esposa, su hijo, su madre, o con el entorno laboral, dejando entrever que la sospecha también responde a otros actos relacionados con la normalidad de su vida íntima y casi perfecta. Si bien Muntean va desagregando con cada escena al verdadero Patrascu, no existe otra pretensión que desnudar su duda, de un modo claro, sin ambages, y a través de una radiografía familiar, para romper un aburrimiento alienante.
The Lobster de Yorgos Lanthimos es una película casi coreográfica, en la medida que todo se muestra controlado para mostrar un entorno distópico donde los hombres y mujeres solteros, ya que debido a una ley, deben encontrar a una pareja dentro de 45 días, o serán convertidos en animales y lanzados al bosque. Con un estilo que recuerda a las comedias absurdas de personajes fantasmales de Serge Bozon, Lanthimos recrea al milímetro este futuro aséptico, donde más que una búsqueda del amor, plantea una metáfora sobre el totalitarismo en contra del individuo como tal, puesto que hay que desaparecer toda práctica solitaria, incluyendo el onanismo y el ocio.
Con menos necesidad de lo grotesco o de la crueldad de sus filmes anteriores, Lanthimos apuesta aquí por la elipsis, pero no por ello menos dura o decadente, y en su mismo afán de reiterar la original idea de este futuro distópico y penitente para los solitarios, termina enfatizando los motivos de su proyecto creativo, alargando su concepción del amor como miedo a la libertad.
Y en un polo distinto, aparece el cine celebratorio de Arnaud Desplechin, en la medida que una vez más se enfoca en recrear con una puesta en escena que oscila entre el corte epistolar y la narración omnisciente, los recuerdos de un filósofo cuarentón (Mathieu Almaric, su actor fetiche), desde el arrebato adolescente en el contexto de los años ochenta, sublimados e inspirados en momentos de Francois Truffaut, Maurice Pialat y una pizca de Jean Eustache.
Trois souvenirs de ma Jeunesse plantea la recuperación de los recuerdos y de la frustración por las decisiones pasadas como detonantes de acciones del presente, y Desplechin lo logra a partir de una comedia agridulce redonda, plagada de situaciones que buscan darle otra dimensión a este viaje en busca del tiempo y del amor perdido.