Por Mónica Delgado
Câini, ópera prima de Bogdan Mirica, tiene todos los elementos del western, pero aquí acordes con un territorio de fango y desierto, de estepa árida y fronteriza, desde la Rumania rural olvidada y casi al márgen de todo. Tras el hallazgo de un pie cercenado en una laguna, el policía del pueblo inicia un proceso austero de investigación, sin recursos y aliados, mientras llega a la zona el nieto de un exparcelero fallecido, que tiene en mente vender todas esas hectáreas que recién acaba de heredar. Los dos hechos despiertan a los hombres del lugar, tipos ásperos y ambigüos, quienes como animales marcan territorio y ponen diversas trabas para evitar la venta.
En este mundo de Câini (Dogs, 2016) casi no hay mujeres. Todo está ordenado de tal manera, que el territorio está formado por una precaria estación policial, algunos almacenes y la casa recién heredada, donde la perra llamada “Policía», es el único ser alerta en medio de la oscuridad. Y cuando aparece la única mujer en escena, es para transmitir peligro ante el gobierno de la fuerza y el crimen en este terreno de lo masculino.
Como en los viejos westerns, el policía, que trabaja con un ayudante, casi no tiene autoridad y se comporta y es tratado como un amigo más, por ello, la investigación del crimen adquiere una dimensión doméstica, donde apenas es necesario seguir pistas.
Más allá de lo argumental, Mirica logra desde panorámicos y travellings hacia adelante de movimientos lentos, transmitir este paso sigiloso de los acontecimientos, mostrando un territorio de hombres que parecen ir reflexionando desde este espacio de pasto seco, y machos cazadores que defienden lo suyo. Así, con este tipo de puesta en escena cauta, y con un tema que configura esta arcadia de hombres, Mirica brinda otro tipo de experiencia dentro del cine rumano y se propone como un director a tener en cuenta. Hasta ahora la más sobresaliente de Un Certain Regard.