CANNES 2016: MA LOUTE DE BRUNO DUMONT

CANNES 2016: MA LOUTE DE BRUNO DUMONT

Por Anne Wakefield Hoyt

El absurdo comienza desde su titulo, Ma Louteel ridículo e inexplicable apelativo de uno de los protagonistas. A partir de ahí, nada en el universo creado por el director y guionista Bruno Dumont se puede explicar fuera del lenguaje—nada que quepa dentro de lo “razonable”. Las palabras dictan la forma y son la razón de ser de los personajes. Ma Loute es el hijo mayor de la familia Brufort, que, como su nombre lo indica, son brutos y fuertes. Al igual que al principio de su mini-serie de televisión P’tit Quinquin, donde Dumont alude directamente a la “Bestia Humana”, hay mucho de Émile Zola en el retrato de los Brufort.

Los Brufort viven en un pequeño pueblo de la costa gris y lluviosa del norte de Francia. La acción  se ubica en el verano de 1910. La fecha no puede ser casual; la carnicería de la primera Guerra Mundial que vendría tan solo cuatro años después, se presagia en diferentes formas. Los Brufort apenas sobreviven utilizando la fuerza bruta; recogiendo mejillones y cargando en brazos a los adinerados turistas que quieren cruzar de un lado al otro un río que es más bien un lodazal.  Hay una barca en la que podrían hacerlo, pero esta yace inutilizada a un lado: la inteligencia no les da para usarla.

Del otro lado del “río” vivencial están los Van Peteghems, una decadente familia burguesa que visita el pueblo cada verano. Todo en los Van Peteghem es pedante y exagerado; son el contraste entre la naturaleza indómita del lugar y el artificio de quienes no se relacionan con ella más que a través de un lenguaje pedante e insincero. La familia llega como una ráfaga en automóvil y alaba el paisaje, sin realmente verlo. Los Van Peteghem exclaman epítetos cada vez más exagerados acerca de la belleza del paisaje y los “pintorescos” nativos. La realidad no los “toca”; sus manierismos solo destacan su aislamiento de todo lo natural.

Hay un par de personajes que simbólicamente cruzan también el rio; dos ineptos detectives cuya torpeza es reminiscente del inspector Closeau. Los agentes investigan la extraña desaparición de turistas adinerados.

Dumont “separa” en los estilos de actuación los universos de cada grupo. Siguiendo a Zola, el de los Brufort es naturalista. El de los policías es farsesco, bufonesco y su humor, de “pastelazo”. El gag recurrente del obeso (literalmente esférico) inspector en jefe cayéndose, es lo menos logrado de la cinta. El estilo de actuación de los Van Peteghem es carnavalesco; ellos son las caricaturas mejor logradas de Ma Loute.  En los Van Peteghemn vemos la visión mas extrema del absurdo. Mientras lee un libro en el jardín, completamente ajeno a su entorno, André (un extraordinario Fabrice Luchini), grita: “¡Es que esto no se puede creer, es absolutamente fascinante, increíble!” (o algo similar). Cuando llega a visitar la hermana de André, Aude (Juliette Binoche), dictamina en su vestuario y peinado pesado, y en tono histriónico que “¡Jamás, jamás!” se podrá acostumbrar a la belleza del paisaje. Los van Peteghem solo “tocan” la naturaleza con sus petulantes expresiones. André llama a su esposa (Valeria Bruni Tedeschi) para compartirle un “extraordinario hallazgo”: «¡Isabelle, Isabelle: las glicinas…  las glicinas: mira como han crecido!”. A lo que Isabelle contesta lacónica: “Las cosas crecen, André, las cosas crecen”.  Las plantas trepadoras podrían verse como otro augurio de un porvenir que se está “colando” subrepticiamente en sus vidas.

Desde su delirante mansión estilo egipcio, todo apunta a que los Van Peteghem están momificados, petrificados en una forma de vida que está a punto de desaparecer y a la que se aferran con el lenguaje. En su  improbable mansión, un horror de concreto que el patriarca no solo explica al policía es de estilo egipcio, sino que puntualiza: “…corresponde específicamente a la dinastía Ptolemeica”, como si éste tuviera la menor idea de a que se refiere. Lo que el inspector si entiende es el absurdo de que la casa esté hecha de mármol y haya sido recubierta de concreto. Y hay otras cosas que los agentes sí alcanzan a entender. ¿Por qué Isabelle y André están casados si son primos? André le explica impasible que es una costumbre entre las familias industriales del Norte para aglutinar fortunas. Tal vez eso explique las taras congénitas que los Van Peteghem parecen cargar, empezando con André, quien porta una joroba detrás de su aristocrática fachada.  Billie (Raff), la hija o hijo de Aude, un adolescente de sexo indeterminado, es producto también  de las relaciones incestuosas entre familias. El improbable romance entre Ma Loute (Brandon Lavieville) y Billie es otra de las formas en que Dumont “cruza el río” que separa a las clases.

A pesar de que la desaparición de turistas esta al centro de la historia, el misterio no es la ruta que le interesa a Dumont. Casi al principio vemos que los cuerpos de los adinerados fuereños van a dar al caldero de los Brufort. En una secuencia, la numerosa prole de los Brufort come con las manos pedazos de orejas y narices ensangrentadas, mientras que la rotunda matriarca levanta en el aire un pie insistiendo en que se animen a comer también un poco de “pata.” La escena no parece tan descabellada si pensamos que cuatro años después, el paisaje estará efectivamente salpicado de cuerpos desmembrados.

Ma Loute predice la carnicería que se avecina en 1914 y la cual será el principio del fin de familias como los Van Peteghem. Aunque en apariencia las circunstancias y el tono absurdo son creadas al azar (como las peores películas de Wes Anderson), todo en Ma Loute tiene un referente específico e intenta realmente decirnos algo.  La historia nos muestra los últimos estertores de una clase y un estilo de vida a punto de perecer con la primera Guerra Mundial.