Por Mónica Delgado
La jornada que comenzó con la película de Park Chan – wook, The Handmaiden, y que terminó con American Honey de Andrea Arnold, no fue del todo positiva. Más bien pareciera que el Cannes de antaño, con sus descuidos y absurdos de programación, estuviera esperando un regreso así disimulado, ante tan buenos film de días anteriores (Ade, Guiraudie, Puiu, Bellocchio). Una revancha que suena a mala broma.
Las xilografías de Katsushika Hokusai inspiran parte del mundo decadente y de perversiones que muestra Park Chan – wook para contextualizar una historia de amor entre mujeres en la época en que Corea era colonia japonesa. Este entorno de doncellas, damas de nobleza y escribanos en una mansión donde se vive sexo y sadismo, y que se ve perturbado por una vuelta de tuerca de aparente carácter psicológico, o dentro de ese engaño, que recuerda al cine de terror coreano que buscaba hacerle frente al J-Horror (recuerdo por ejemplo Una historia de dos hermanas de Kim Jee-woon).
El efectismo de Park Chan- wook y la recurrencia de temas sensacionalistas como el incesto, torturas o crímenes de diversa índole, se mantienen sin mucha creatividad, es decir mas bien viéndose como repetitivas o parte de ese universo de un gótico estilizado que ha venido prefiriendo (como en Stoker). Sin embargo, pese a este regodeo temático de la crueldad, la puesta en escena sí persigue una intención de dar un paso más allá, a diferencia de sus anteriores films. Planos fijos y distanciados, grandes planos generales, para expresar sin mucha explicación más que la estética de postal, la relación entre una dama y su criada en tiempos de liberación colonial. De todos modos, sin ser decepcionante, resulta una película menor, y que se salva porque cuenta con escenas logradas de sexualidad lésbica.
Por otro lado, la sección Un Certain Regard solo ha presentando películas muy irregulares hasta el momento, y que no están a la altura de la competencia oficial, lo que es extraño, ya que el año pasado encontrabas films como Cemetery of Splendour, One Floor Below o The Other Side. Esperemos.
Es en esta sección que hallamos películas «inesperadas»- si recordamos el año pasado Madonna de Shin Su-won, un film hosco y cruel con su personaje, a quien la directora parecía odiar infinitamente-, sobre todo porque se tratan de obras que son valorados por sus temas de decadencia y miseria moral, y dentro de contextos de sufrimiento o crisis, en este caso, dentro de un EEUU amoral y racista: Transfiguration.
Si se trata de adolescentes y vampiros, en la sueca Let the Right One In los personajes están condenados a vivir bajo el influjo de las mordidas y la sangre, combatiendo un dilema existencial permanente, mientras que en Transfiguration del estadounidense Michael O’Shea, un muchacho negro se convierte en asesino serial a punta de cortes en las yugulares y con el único fin de absorber sangre a borbotones y así lograr transformarse en un vampiro de verdad. Menciono aquí a la sueca porque las semejanzas son inevitables, pero claro, aquí se trata de un adolescente pobre con problemas de conducta que desea la naturaleza del vampiro a como dé lugar, sobre todo robando y matando «blancos», y para eso el cineasta recurre a la visceralidad de las imágenes y a apelar a un romance con ribetes insanos. La película termina con menciones a Crepúsculoy con unas escenas en la morgue que ratifican la necesidad de incluir imágenes gratuitas para lograr el efecto deseado de «transgresión» y libertad, pero flojo y engañoso al final de cuentas.
Fuera de competencia se presentó Train to Busan de Yeong Sang-ho, film de zombis narrado con buen pulso, logrando tensión desde un único espacio, aprovechando la estructura de los trenes y vagones para travellings que exacerban los ataques de los infectados. Si bien posee escenas sensibleras, como suele pasar en el cine coreano mainstream, y la necesidad de llegar al espectador con un mensaje concreto sobre el amor filial y la confirmación de un mundo maniqueo, Train to Busan logra en sus dos horas mantener los códigos del subgénero y sacarle provecho precisamente a esos motivos ya refritos: la unidad del equipo, el débil que se hace héroe, la ferocidad de los infectados, y el inevitable contagio de seres queridos. Un atractivo tour de force.