CANNES 2016: PARK CHAN- WOOK, O’SHEA, YEON SANG-HO

CANNES 2016: PARK CHAN- WOOK, O’SHEA, YEON SANG-HO

Por Mónica Delgado

La jornada que comenzó con la película de Park Chan – wook, The Handmaiden, y que terminó con American Honey de Andrea Arnold, no fue del todo positiva. Más bien pareciera que el Cannes de antaño, con sus descuidos y absurdos de programación, estuviera esperando un regreso así disimulado, ante tan buenos film de días anteriores (Ade, Guiraudie, Puiu, Bellocchio). Una revancha que suena a mala broma.

Las xilografías de Katsushika Hokusai inspiran parte del mundo decadente y de perversiones que muestra Park Chan – wook para contextualizar una historia de amor entre mujeres en la época en que Corea era colonia japonesa. Este entorno de doncellas, damas de nobleza y escribanos en una mansión donde se vive sexo y sadismo, y que se ve perturbado por una vuelta de tuerca de aparente carácter psicológico, o dentro de ese engaño, que recuerda al cine de terror coreano que buscaba hacerle frente al J-Horror (recuerdo por ejemplo Una historia de dos hermanas de Kim Jee-woon).

El efectismo de Park Chan- wook y la recurrencia de temas sensacionalistas como el incesto, torturas o crímenes de diversa índole, se mantienen sin mucha creatividad, es decir mas bien viéndose como repetitivas o parte de ese universo de un gótico estilizado que ha venido prefiriendo (como en Stoker). Sin embargo, pese a este regodeo temático de la crueldad, la puesta en escena sí persigue una intención de dar un paso más allá, a diferencia de sus anteriores films. Planos fijos y distanciados, grandes planos generales, para expresar sin mucha explicación más que la estética de postal, la relación entre una dama y su criada en tiempos de liberación colonial. De todos modos, sin ser decepcionante, resulta una película menor, y que se salva porque cuenta con escenas logradas de sexualidad lésbica.

Por otro lado, la sección Un Certain Regard solo ha presentando películas muy irregulares hasta el momento, y que no están a la altura de la competencia oficial, lo que es extraño, ya que el año pasado encontrabas films como Cemetery of SplendourOne Floor Below The Other Side. Esperemos.

Es en esta sección que hallamos películas «inesperadas»- si recordamos el año pasado Madonna de Shin Su-won, un film hosco y cruel con su personaje, a quien la directora parecía odiar infinitamente-, sobre todo porque se tratan de obras que son valorados por sus temas de decadencia y miseria moral, y dentro de contextos de sufrimiento o crisis, en este caso, dentro de un EEUU amoral y racista: Transfiguration.

Si se trata de adolescentes y vampiros, en la sueca Let the Right One In los personajes están condenados a vivir bajo el influjo de las mordidas y la sangre, combatiendo un dilema existencial permanente, mientras que en Transfiguration del estadounidense Michael O’Shea, un muchacho negro se convierte en asesino serial a punta de cortes en las yugulares y con el único fin de absorber sangre a borbotones y así lograr transformarse en un vampiro de verdad. Menciono aquí a la sueca porque las semejanzas son inevitables, pero claro, aquí se trata de un adolescente pobre con problemas de conducta que desea la naturaleza del vampiro a como dé lugar, sobre todo robando y matando «blancos», y para eso el cineasta recurre a la visceralidad de las imágenes y a apelar a un romance con ribetes insanos. La película termina con menciones a Crepúsculoy con unas escenas en la morgue que ratifican la necesidad de incluir imágenes gratuitas para lograr el efecto deseado de «transgresión» y libertad, pero flojo y engañoso al final de cuentas.

Fuera de competencia se presentó Train to Busan de Yeong Sang-ho, film de zombis narrado con buen pulso, logrando tensión desde un único espacio, aprovechando la estructura de los trenes y vagones para travellings que exacerban los ataques de los infectados. Si bien posee escenas sensibleras, como suele pasar en el cine coreano mainstream, y la necesidad de llegar al espectador con un mensaje concreto sobre el amor filial y la confirmación de un mundo maniqueo, Train to Busan logra en sus dos horas mantener los códigos del subgénero y sacarle provecho precisamente a esos motivos ya refritos: la unidad del equipo, el débil que se hace héroe, la ferocidad de los infectados, y el inevitable contagio de seres queridos. Un atractivo tour de force.