Por Mónica Delgado
Esta edición del festival incluyó un grupo de films latinoamericanos, que no necesariamente reflejaron algún tipo de tendencia sobre el cine de la región, sino que más bien han afirmado algunas sensibilidades y gustos, tanto de los programadores como de las mismas productoras que siguen apostando por un cine de fórmulas, ante que uno creativo o más libre. Quizás la venezolana La Familia, por tratarse de un film pequeño, cuya única ambición es encontrar los recursos más efectivos para graficar la relación entre un padre e hijo extraños en una Caracas desestabilizada social y económicamente. Si bien lo que cuenta Gustavo Rondón Córdoba podría inscribirse en el usual cine social, de pobres en situaciones que los trata de volver más pobres y miserables, el cineasta logra un film sobre la intimidad familiar en situaciones de crisis, y que marca distancia clara con las demás películas latinas proyectadas en Cannes.
La Cordillera de Santiago Mitre es una gran superproducción que reúne un reparto internacional y locaciones espectaculares de los Andes, como metáfora física de la elevación y secretismo del mundo viciado de la política latinoamericana, diversa, folclórica y anodina. La cita es una cumbre regional entre los presidentes de Argentina, Chile, Perú, Paraguay, México, Venezuela, y Brasil, para decidir un tratado petrolero, donde al margen se resuelve un lobby para considerar el ingreso de empresas privadas estadounidenses bajo el estilo de coimas y cuentas en Gran Caimán.
Si bien La Cordillera, presentada en Un Certain Regard, peca de ser un tratado político para dummies, dentro de los códigos del thriller y la comedia negra, al mostrar los típicos entretelones de las estrategias políticas del poder como sucesos extraordinarios. Mitre enfatiza la ambivalencia de los líderes políticos, permeables de vendettas, lo que no es un defecto, ya que lo hace con interés, en una narración trepidante, y con subtramas, y plena de alusiones a los casos más sonados de corrupción trasnacionales, como los juicios actuales de Lava Jato u Odebrecht, que han remecido y cambiado el imaginario de la política en América Latina. Esta metatextualidad (Paulina García que remite a Bachelet por ejemplo, y Ricardo Darín que crea lazos con el populismo kirchnerista o al típico outsider de las democracias endebles) va enriqueciendo el film a pesar de su fachada de teleserie de HBO.
Por otro lado, La Novia del Desierto de Cecilia Atán y Valeria Pivato es un tipo de film que responde ya a un gusto festivalero y por un tipo de personajes femeninos que reflejan una apuesta por la efectividad y lo ya conocido. Nuevamente Paulina García encarnando a una mujer madura que va tener un cambio significativo en su vida (pero aquí como reverso social y cultural de la chilena Gloria), pero esta vez como una empleada doméstica que al quedarse atrapada en una provincia, se encuentra con el amor y la libertad. El problema con este film argentino chileno, también presentado en Un Certain Regard, está en los artilugios del guión demasiado evidentes y en la actuación inverosímil de García como una eterna empleada doméstica y migrante desclasada.
Los Perros de Marcela Said afirma otro tipo de gusto en Cannes. Ya antes la Semana de la Crítica había mostrado simpatía por un tipo de historias dentro de un universo conservador, como fue el caso de Paulina (o La Patota) de Santiago Mitre, films que sueñan con modelar el mundo bajo premisas ideológicas claras. Algo de eso hay en Los Perros, que narra la historia de un militar juzgado por crímenes de lesa humanidad y que se enamora de su alumna de equitación. El punto de vista del film se concentra en la mirada de esta estudiante, una mujer millonaria que no ve como traba el pasado de este personaje de la dictadura. Más bien la película se regodea en fortalecer algunos imaginarios de las clases altas en torno a la responsabilidad y culpa, amparados en el derecho al olvido y al borrón y cuenta nueva. Éticamente impensable y visualmente mediana, a ritmo de Camilo Sesto. Ni la metáfora que da título al film funciona o queda cerrada por completo.
La única comedia latinoamericana de las vistas tanto en Un Certain Regard, Semana de la Crítica o Quincena de Realizadores fue la colombiana La Defensa del Dragón de Natalia Santa, ópera prima que basa su estilo en una evocación clara a las películas de Aki Kaurismaki, en la frialdad tierna de los personajes y en los diálogos que se asumen como actos de concisión y síntesis.
La Defensa del Dragón es el retrato de un ajedrecista veterano que se gana la vida enseñando matemática a escolares por las tardes y que vive visitando a dos viejos amigos, con los cuales pasan las horas sin más ni más. La puesta en escena, basada en reiteraciones, en locaciones definidas que van construyendo un micromundo en torno a la jugada de ajedrez que da título al film, van dotando a la película de una personalidad peculiar, sin embargo pareciera que hay algunos trotes en el guión o un final que desarticula con consideración todo lo expuesto a lo largo de su hora y veinte de duración.
Pese a sus errores en la construcción de los personajes y en los pequeñas licencias de la narración, se trata de una comedida blanca que busca tener su sello propio dentro del panorama regional, igual este primer paso de Natalia Santa deja abierta alguna posibilidad de atención para lo que haga en el futuro.