Por Mónica Delgado
La Caméra de Claire fue el antisímbolo de Cannes. Es decir, refleja todo lo que Cannes no es. Austeridad, sencillez, ingenio, y una mirada particular sobre ese microcosmos inofensivo pero inteligente que ronda y se nutre del espíritu del festival más importante del mundo. En el reverso del film de Hong Sangsoo está Cannes, el verdadero, el del lujo excesivo, aquel de las fórmulas vendedoras, que va sublimando alegorías sociales desde la truculencia, la sangre o espejos rotos que avientan esquirlas a los ojos de los espectadores. Los aplausos a L’Amant Double de Francois Ozon reflejan muy bien esta paradoja, de la celebración del disparate asumido como gran suceso artístico o de irreverencia estética: una mala broma que tenemos que asumir por educación como buena.
Cada año el Festival de Cannes ofrece un panorama sobre tendencias del cine desde el posicionamiento de la distribución y su lado más mercantil: los films que vemos han tenido ya una lucha interna pero no por su calidad en sí, sino por compromisos y partidas ya ganadas por las mismas empresas distribuidoras, aquellas que son aplaudidas cuando sus logos aparecen al inicio de los créditos de cada película. Por otro lado, más allá del negocio, Cannes va marcando la pauta de lo que contendrán las listas de lo mejor del año. Si hay una certeza es esa: pese a sus tropiezos y una filia por el cine de temática escabrosa y por un obsoleto sentido de lo “qualité”, por lo menos cinco de lo 45 films vistos en diversas secciones estarán en nuestra lista personal de lo mejor de este 2017, que en esta 70 edición canina lució algo opaco.
La portuguesa A Fábrica de Nada de Pedro Pinho devino en la única gran película del festival, sobre todo porque toca un tema convulso de la actual crisis económica europea desde la mistura de géneros, desde la reflexión misma sobre la imposibilidad del cambio o de la revolución, y desde una crítica certera sobre los viejos ideales de Izquierda. Sabemos que hubo estupendos Garrel, Denis o Varda, pero el valor del film de Pinho está precisamente en su eclecticismo, frescura, su lado crítico implacable, de sutilezas y señalamientos para dar cuenta de aquello de lo que los otros films de la competencia oficial insinuaban desde la pose o la dicotomía pobre/rico, bueno/malo. La crudeza de A Fábrica de Nada no estaba en buscar culpables en las más altas clases sociales que aparecen en los films de Óstlund, Lanthimos o Haneke, sino en su percepción de la caducidad de los sistemas económicos que han gobernado el mundo por décadas. Todo se debe ir al infierno.
La selección oficial ha debido ser la más floja de los últimos cinco años. Tuvo como directores de los films a personalidades favoritas de este tipo de eventos, como Michael Haneke (a quien vimos en el ocaso con Happy End), Todd Haynes (ignorado hace dos años con la gran Carol) o Naomi Kawase (quien viene repitiendo su misma receta desde hace buen tiempo), que solo fueron a confirmar la posición poco arriesgada y cómoda del festival. La fe se concentró en aquellos cineastas que pisaban por primera vez Cannes: Grisebach, Pinho, Restrepo, Rondón Córdova por ejemplo.
Hay una sensación de que la celebración de los 70 años del festival estuvo marcada por ausencias. El año pasado, por ejemplo, por lo menos al inicio del festival ya teníamos a un par de obras estupendas (Sieranevada y Toni Erdmann), y en esta edición los films más llamativos estuvieron fuera de la selección oficial, teniendo a Western de Waleska Grisebach como el único film notable pero en la sección Un Certain Regard. Lo que sí quedó claro es la sostenibilidad de un gusto por la problemática de la migración, utilizando los films como espacios para el mea culpa, para proponer un espejo de la podredumbre social de las políticas ultraderechistas y aquí cuestionadas como si fueran parte de un tema de sociedades y sus dicotomías sociales, mas no económicas (como en la ganadora de la Palma de Oro, The Square).
Una edición controvertida por muchos sucesos: los abucheos a Netflix, los prejuicios por los films VOD que competían por parte del presidente del jurado Pedro Almódovar, las amenazas de bomba, el ocaso de Haneke, la presencia de films inexplicables en la competencia oficial. Sin embargo, esta edición ha quedado en la memoria como un espacio donde al crítico no le quedaba más que seguir hurgando, hasta el última día, sin perder la esperanza de poder hallar esa gran película que hace que el viaje y la estadía valgan la pena. Nos quedamos aún con esas ganas, frustrados tras una competencia oficial alicaída, y donde la Palma de Oro por lo menos no se convirtió en un fiasco, como pasó el año pasado con el telefilme de Ken Loach.
Dejamos por aquí nuestras favoritas:
En orden de preferencia
1. A fábrica de nada de Pedro Pinho
2. Western de Valeska Grisebach
3. Jeannette l’enfance de Jeanne d’Arc de Bruno Dumont
4. The day after de Hong Sangsoo
5. Un beau soleil intërieur de Claire Denis
6. L’amant de’un jour de Philippe Garrel
7. La Bouche de Camilo Restrepo
8. Good Time de Benny & Josh Safdie
9. Visages Villages de Agnés Varda y JR
10. Directions de Stephan Komandarev