Por Mónica Delgado
Ya casi llegando a las últimas jornadas en el festival de Cannes, llegó esta mañana Dogman del italiano Matteo Garrone, que retoma algunos elementos de Gomorra, pero alejándose de la Camorra y demás mafias para centrarse en un personaje corriente inmiscuido en el mundo delincuencial de poca monta. Si bien el arranque sirve para presentar a Marcello, un peluquero de perros quien también, pese a la amabilidad y bondad con que Garrone lo dibuja, es un microcomercializador de droga, que se desvive por abastecer de estupefacientes a su amigo de barrio, Simone, quien se vuelve en su cruz y mayor tormento.
Lo mejor de Dogman, que compite por la Palma de Oro, está en el escenario que Garrone elige para su historia. La periferia italiana con sus zonas desgastadas y apenas habitadas, entre ciudad decadente y balneario miserable. Propicia la construcción de un lugar seco, aburrido, encerrado, que cobija a esta personaje atípico en su carisma y bondad. Sin embargo esta atmósfera de thriller o de cine de mafias, poco a poco se va derrumabdo para dar la talla con la analogía que el cineasta toma desde el inicio de su film. Ya que el personaje tiene un pequeño negocio de cuidado de perros, y para fines de la cuota de metáfora que Garrone desea insuflar a su film, se presta para la analogía perruna ideal, pulsional y violenta (la primera toma del film muestra cómo Marcello baña a un dogo sumamente hostil), y que poco a poco se materializará en la relación tosca entre Marcello y su amigo, el patán Simone.
Y lo menos logrado de Dogman aparece cuando inexplicablemente Marcello se vuelve un mártir, en un ser que decide proteger al ser más despreciable del barrio. Pero de pronto, el cineasta escoge la posibilidad de convertir a su personaje en un ser aún peor, en un vecino que desea recuperar el honor a punta de sangre y palizas. De esta manera, Marcello se coloca el traje que contiene todos los condimentos de la naturaleza humana, bondad y animalidad, pasividad y violencia, alegría y dolor. Todo por el precio de uno.
BlacKkKlansman de Spike Lee es una comedia de momentos muy hilarantes, y que logra su meta política desde la sátira, recogiendo algunos sucesos reales de la lucha contra el Ku Klux Klan para incorporarlos con ingenio en una pesquisa policial en los EE.UU. de los setenta. Pero Lee no solo se queda en la pura ironía, sino que la trama le sirve para establecer un paralelo con la actualidad, apunte que queda mucho más evidente en el epílogo del film. Un detective negro (John David Washington) logra sumergirse como infiltrado en el mundo de este movimiento racista y nacionalista, con la ayuda de su colega blanco Flip Zimmerman (Adam Driver), quien se vuelve el cuerpo ideal para dar con el modus operandi de este grupo que cree en la supremacía blanca. Este juego de apariencias y donde el cineasta a apela inevitablemente al guiño y al disparate para graficar la ideología de los ultraderechistas, plantea también la exaltación de los Black Panthers desde sus activistas mujeres, y de su rol para desestigmatizar y liberar la América negra.
Con aires de blaxploitation (con citas directas a films a través de los personajes), el policial y la buddy movie, BlacKkKlansman abre con una toma extraida de Lo que el viento se llevó, para luego también citar a El Nacimiento de una Nación, como parte de ese gran sentido común sobre los afroamericanos que sigue reinando en el cine estadounidense, y que Lee coloca como magma ideológico a neutralizar. Si bien el aire fresco de comedia que Lee provee a su film permite quedarse en la carcajada, oferta también otras capas, que van más allá de las dos significativas escenas de las conferencias de líderes y activistas de la causa negra, que se vuelven en el estamento político del film. Más bien BlacKkKlansman pierde lo logrado con un final impostado, que incluye escenas documentales o reporteriles de los incidentes en Charlottesville, afirmando así que no se trata solo de una simple comedia, sino que aborda un tema “necesario” y “urgente”en la era Trump, y por ende, premiable.
In my Room de Ulrich Köhler, presentada en la sección Un certain regard, es el retrato en dos tiempos, de un treintañero solitario y soltero, cuya aburrida vida se transforma con la desaparición de la humanidad entera. Quizás lo mejor de In my room esté en su inicio, en el testimonio de la incapacidad del protagonista para asumir tareas laborales, y que el cineasta muestra a partir de un ingenioso recurso visual. Sin embargo, crear un forzado Edén para el protagonista que se encuentra a su suerte en un mundo sin humanos se vuelve una opción demasiado cómoda, ya que parece hecha para probar que el personaje puede sobrevivir solo, en contraste a la inutilidad y sus fracasadas relaciones familiares y amicales al inicio del film. Luego el cineasta incluye en su fábula de la soledad a un nuevo personaje, una extranjera, que confronta al protagonista, pero que podría tener dos lecturas: nuevamente la imposibilidad del personaje de relacionarse con las mujeres de su entorno, o que la agencia femenina también se luce hasta en el fin de los tiempos. Una opción feminista ante el único hombre de la tierra.