Por Mónica Delgado
Shoplifters tiene en tono menor, es decir, menos escandaloso y miserabilista, algunos componentes que suelen gustar a jurados, afanosos por la corrección política y atentos a que el cine refleje un poco la podredumbre moral y económica que vive la humanidad. Sabemos que en diversos certámenes de cine se suelen premiar los temas antes que a propuestas estéticas o formales del cine. Una película sumamente virtuosa, creativa, original, o simplemente que se hace preguntas sobre el lenguaje cinematográfico, podría quedar fuera de juicios de valor simplemente porque no habla de refugiados, feminicidios, trata de personas o guerras fraticidas. Así, se termina premiando a la urgencia o a películas necesarias, que llegan justo en el momento indicado para suavizar conciencias o poner en agenda temáticas noticiarias asumidas en puestas en escena que apelan al falso “art house”. Y si bien, Hirokazu Kore-eda no recurre al miserabilismo y demás, sí aborda un tema “urgente” de marginales sociales como crítica a una situación bucrocrática en la actual Japón, narrando las vivencias de un clan de estafadores que recoge y cuida a niños de la calle, en la periferia de un país que oprime y separa. El tema necesario asoma y también la posibilidad del consenso, en un film sencillo y de buenas intenciones, y que hiciera que Kore-eda reciba su primera Palma de Oro.
Shoplifters trata un sentido común usual, sobre si “madre es la cría o la que pare”, o sobre si las “familias existen y se sostienen más allá de los puros lazos de sangre”. Desde esta premisa, Kore-eda nos adentra en la cotidianidad de lo que podría ser un padre y su pequeño hijo ladrones en rutina de robar pequeñas cosas en supermercados. Un par de tenderos de poca monta, que son el punto de despegue en una historia que se desarrolla a partir de actos que dibujan a una familia “bonita” donde prima el afecto y el respeto. Luego, la llegada de una vecina, una niña de cuatro años, a quien sus padres tienen en estado de abandono, graficará la naturaleza filial de este entorno, a punta de cenas y visitas a la playa. Pero poco a poco, Kore-eda irá revelando la gran injusticia estatal que pone en tela de juicio qué es o no una familia.
Como en Nadie Sabe (2004), Kore-eda vuelve a narrar, desde las claves del melodrama, sobre algunos actos de supervivencia de los desclasados. Pone esta vez el ojo en esta familia de estafadores y la coloca como modelo de lo que podría ser una verdadera relación de amor entre padres e hijos, y entre hermanos, donde los vínculos filiales reales no existen. Kore-eda apuesta por mostrar que en la actual Japón, el estado y su burocracia sería el gran obstáculo para la conformación de familias atípicas y de la afirmación de su amor.
En Shoplifters nada es lo que parece ser, y Kore-eda elige una puesta en escena de interiores, donde la calidez de esta familia prima, sin apelar a excesivos dramatismos. Si bien la descripción de esta familia, con abuela, esposos e hijos, es mostrada con un ojo que la admira y eleva, mientras que en la parte de tesis, que aparece con la inclusión del rol del estado, es donde Kore-eda apela al drama barato y predecible.
De todas formas, el film de Kore-eda resultó ser una elección benigna, ante la posibilidad de que el miserabilismo o la corrección política (sino recordar el desastre de I, Daniel Blake…) pudieran alcanzar la ansiada Palma de Oro.
Competencia oficial – Palma de Oro 2018
Director y guionista: Hirokazu Kore-eda
Productores: Matsuzaki Kaoru, Yose Akihiko, Taguchi Hijiri
Reparto: Lily Franky, Sakura Ando, Mayu Matsuoka, Miyu Sasaki, Kirin Kiki
Música: Haruomi Hosono
Fotografía: Kondo Ryuto
Edición: Hirokazu Kore-eda
Productora: Aoi Pro, Inc.
Japón, 2018, 121 minutos