Por Mónica Delgado
Estamos nuevamente ante un film de la marca Malick. Cámaras atmosféricas siempre inquietas, melancólicas voces en off derramando reflexiones pseudoexistenciales, y una banda sonora que completa la elevación espiritual de los personajes. En el cine de Terrence Malick, hasta una cadena oxidada, una escoba vieja en un rincón o un gusano peludo sobre una carta lucen trascendentales. Así es, A hidden life es más de lo mismo.
Con la típica “Basada en hechos reales”, y que hemos visto más de una vez al inicio de alguna película en esta edición canina, Malick se detiene por casi tres horas para adentrarse en todo el periodo de la segunda guerra mundial, pero a través de un campesino austriaco que se negó a jurarle lealtad a Hitler, y que es tomado prisionero por traición, dejando en casa a su esposa y tres hijas pequeñas.
Para Malick, el personaje de Franz Jägerstätter es carne de cañón para su idea de martirologio. En su visión, un hombre que se empecina por años en vivir miserias en cárceles abusivas, mientras su esposa ara la tierra, arrastra bueyes, siembra papa, lava ropa y cría tres hijas, solo puede ser la hazaña de un mártir. Es decir, para Malick el contraste del sufrimiento del personaje a costa de su terquedad o militancia no es la guerra misma y sus horrores, el fascismo o brutalidad nazi, sino el lado excesivamente noble y entregado de una mujer que se queda en el campo sacando adelante a un hogar. El hombre es capaz de morir por sus convicciones, mientras ella queda como símbolo de la comprensión.
Pese a estos maniqueísmos, de un mundo bello, bucólico, pastoral ante la irrupción nazi de prisiones y patios grises, A hidden life resulta un poco más soportable que los films anteriores de Malick, pero ni siquiera es un desagravio. Quizás porque apenas hay una lectura histórica para el cuestionamiento y porque su asignación de roles es profundamente conservadora, aunque permite poner atención a la propuesta visualmente refinada y a su puesta en escena. No hay un solo plano mal fotografiado, pese a todo.
Malick es un cineasta de vieja escuela, y eso queda claro en las torpezas del idioma, por ejemplo, de dos personajes haciendo de austriacos que hablan en inglés, mientras los demás personajes lo hacen en su idioma nativo. Lo que genera un entrevero idiomático, que resulta anecdótico, pero que afirma una vez más el tipo de cine que propone Malick, a estas alturas.
Competencia oficial
Dirección y guion: Terrence Malick
Fotografía: Jörg Widmer
Reparto: August Diehl, Matthias Schoenaerts, Valerie Pachner, Michael Nyqvist, Jürgen Prochnow, Bruno Ganz, Martin Wuttke, Karl Markovics, Franz Rogowski, Tobias Moretti, Florian Schwienbacher
Productora: Studio Babelsberg / Medienboard Berlin-Brandenburg
Estados Unidos-Alemania; 180 minutos, 2019