Por Mónica Delgado
No es casual que los tres films en los cuales me detengo en este artículo tengan como mayor atracción la actuación de actores de trayectoria, en retos histriónicos importantes, más allá de las propuestas argumentales o estilísticas que proponen los directores a los que entregan su experiencia. Frankie de Ira Sachs, Dolor y Gloria de Pedro Almodóvar o la vibrante Il Traditore de Marco Bellocchio sostienen gran parte de su valor en las actuaciones notables de sus protagonistas, pero que decaen debido algunos otros elementos.
De Dolor y Gloria se ha dicho bastante, no solo por su paso por el Festival de Cannes y por ser considerada la gran favorita de esta edición, sino porque también tuvo un estreno anterior en España, lo que ha permitido que los comentarios sobre que es “la mejor película de Almodóvar” tengan más eco, alimentando la expectativa. Pero más allá de la anécdota, Dolor y Gloria es un film para el lucimiento de Antonio Banderas, que aquí encarna a un cineasta heroinómano y entregado al pesimismo, y los diversos motivos que lo relacionan como un alter ego del cineasta manchego, logra un efecto entrañable, más que la historia o su puesta en escena en sí. Quizás el problema más grande este film sean esos flashbacks, que nos trasladan a su infancia sublimada en Paterna, pese a la pobreza, que buscan justificar cada acción o cada motivación del protagonista, y donde no podía dejarse de lado a Penélope Cruz haciendo de ama de casa sacrificada.
En el film hay mucha sensación de déja vu, mucha impresión de que materia de los otros films del manchego rondan como fantasmas, lo que no es un defecto, pero una summa siempre tendrá las de ganar, y quizás sea esa sensación que logra que conectemos más con la idea de que Banderas es netamente Almodóvar, en una autobiografía que lo desnuda. Me quedo con la actuación de Banderas, en su mejor trabajo, como un cineasta sometido al dolor, físico y amoroso, que como en la escena inicial, vive conteniendo la respiración.
En Frankie, Ira Sachs, de la competencia oficial, propone un relato coral para un encuentro multinacional entre más de una decena de personajes, en torno al viaje de la protagonista, la siempre impecable Isabelle Huppert, a Sintra, en Portugal. Frankie es una actriz francesa que reúne a ex y actuales, hijos y amigos, en Sintra, para tener un encuentro amical, pero de todas formas se irán develando algunos secretos y el lugar se volverá fundamental para la definición de sentimientos y repelencias. Aquí Ira Sachs abandona su usual Nueva York (la de sus films), y se traslada a Europa, para armar esta historia de conversaciones con espíritu muy rohmeriano. Sin embargo, hay poca consistencia y Sintra termina ganando como presencia, como entorno fundamental (la film commission portuguesa debe estar saltando en un pie). El final es de lo mejor del film, e Isabelle Huppert se anota un punto más en su carrera, ya que su personaje resulta ambivalente y ofrece matices más allá del carisma.
Il Traditore de Marco Bellocchio, que estuvo en la competencia oficial, es una visión poco romántica del mundo de las mafias y la Cosa Nostra. El cineasta toma a un personaje para seguirlo por más de veinte años, pasando por traiciones y juicios, de Palermo a Río de Janeiro, de Sicilia a Miami, y para hacer de la figura del “padrino” un proceso de desmitificación.
Lo mejor de este film del veterano Bellocchio es su protagonista, Pierfrancesco Favino, quien encarna a Tomasso Buscetta, uno de los primeros arrepentidos o “traidores”, y que inició la caída de la Cosa Nostra en los años ochenta. Este personaje de la vida real, y que Bellocchio recupera con precisión, propicia el llamado Maxiproceso de Palermo, en el cual se imputaron a más de 1400 procesados y que obtuvo la atención de la prensa y la sociedad italiana por años. Hay una intención del cineasta por ser fiel a los testimonios y cómo se llevó a cabo el proceso, y quizás esto sea lo más logrado del film, que tiene todos los visos de gran superproducción, locaciones en diversos países y un reparto enorme.
Bellocchio concentra su film en dos grandes partes, en la venganza de los clanes mafiosos y luego en los juicios, que toman gran parte del metraje. Todo el proceso, que Bellocchio registra añorando los viejos films de mafias, de disparos que parecen sorpresivos y celadas calculadas, se enfocan en Buscetta y su familia, su extradición desde Brasil y su confrontación con todos los imputados. El valor de la familia sobresale como lógica sentimental ante todas las cosas, y también la figura de Buscetta sometida a este elemento, añorando a los hijos muertos y develando que su entrega a la justicia tiene que ver con esta defensa cerrada de su hogar y allegados.
Si bien el tratamiento busca dar otra visión del mundo de la mafia siciliana, Bellocchio igual obtiene su “padrino”, pero desde otro ángulo quizás, donde es imposible colaborar con la justicia y dejar de ser un mafioso innato.