CANNES 2019: DOLAN, DESPLECHIN, DARDENNE

CANNES 2019: DOLAN, DESPLECHIN, DARDENNE

Por Mónica Delgado

Nuevamente un film de Xavier Dolan en competencia oficial que confirma la vigencia del lado inexplicable de Cannes. Rodada en 35 mm, Matthias et Maxime es ejemplo de un cine sin rumbo, pese a los acostumbrados motivos de la marca Dolan y que le siguen dando fama, pese a su edad, de enfant terrible: histeria de la intimidad familiar, mujeres en constante ebullición, o historias románticas de homosexualidad. Una historia de amor gay edulcorada e insufrible.

El gran problema de Matthias et Maxime es su puesta en escena,  dispersa, ecléctica, donde el cineasta opta por el cliché de la relación amorosa gay, de tiras y aflojas, y a la necesidad de apelar a un sentido del humor trillado, y donde quizás el mismo Dolan entregue la peor actuación de su carrera. El film busca ser sensible, romántico, dramático pero solo logra ejercicios, pruebas de cómo deben ser las escenas o secuencias. Por ejemplo, hay una escena inverosímil donde unos juergueros en una fiesta salen corriendo a sacar la ropa del cordel en el patio para que no se moje ante una llivia inesperada, mientras en una habitación contigua (gracias, claro, a un travelling lateral) vemos cómo los nuevos novios unen las palmas de sus manos en la ventana sudosa.

Pero más allá de la intención de este film de Dolan (tiene películas mucho más soportables, incluso Mommy fue una buena experiencia en sala aquí en Cannes, el mismo año que compartió el premio con Godard), no queda claro por qué Cannes sigue apostando por este tipo de películas, que bajan el nivel de la competencia, que tiene obras importantes de Bellocchio, Tarantino, Mati Diop, Céline Sciamma o Bong Joon-ho. Ojalá sea la última.

 

Con Le Jeune Ahmed, de los belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne regresamos al universo del realismo social, con el cual ganaron dos Palmas de Oro. Sin embargo, el film no llega estar a la altura de sus principales obras, y es más, ofrece un panorama polémico sobre ser musulmán en la Europa actual. Un adolescente francés, hijo de migrante árabe, es atraído por los preceptos yihadistas y adoctrinado en el Corán. Pero los cineastas proponen esta afición o religiosidad del joven como un problema. Si en Rosetta o El niño, para mencionar solo un par de films, los personajes están sometidos a un destino implacable, ya sea por su condición de marginales o por vivir de acuerdo a su libre albedrío, en Le Jeune Ahmed parece que el problema estuviera en la pasión del mismo muchacho por ser un musulmán con todas sus letras. Cada rezo, ritual de aseo, o lectura del Corán es mostrado como parte de un proceso enfermizo. Y esta mirada por encima del hombro del personaje es lo que más hace perder a la película. Unos Dardenne que desconocemos.

Ahmed quiere matar a su profesora porque según el Corán las mujeres son la encarnación del mal. Motivado por el influjo de un líder yihadista, el joven parece convertirse, más que en un musulmán correcto o fiel, en un futuro terrorista, y estos indicios de fundamentalismo hacen que el espectador se aleje del personaje. No podemos lograr una empatía como sí pasa con la galería de personajes del mundo dardenniano. ¿O quizás se viene una nueva etapa de esta pareja de hermanos, con personajes a quiénes humillar? Uno de los puntos más bajos de su carrera.

 

En Oh, Mercy (Roubaix, une lumière), Arnaud Desplechin también tropieza. El film comienza como una crónica policial de varios disturbios, crímenes y testimonios desde la mirada de un policía (Roschdy Zem) en un barrio popular de Lille, en la noche de Navidad. Pronto aparecen en escena, las usualmente formidables Lea Seydoux y Sara Forestier para entrar en un juego de sospechas, tras ser detectadas como autoras de un asesinato. Y este proceso de entrevistas, de pistas, de reconstrucción de los hechos, del cine negro menos atractivo, es lo que el cineasta francés pone en escena.

Sorprende que el experimentado Arnaud Desplechin, autor de Un conte de Noël o  Trois souvenirs de ma jeunesse, se entregue a una fórmula detectivesca o del thriller policial a través de un guion con baches, y un final deplorable, teniendo como telón de fondo a su ciudad natal. Punto aparte es la visión que se tiene de las mujeres en el film, y que se refleja en diálogos inverosímiles de Roschdy Zem en busca de la verdad con las dos detenidas, que se suponen son muy marginales y de clase baja.

Sin querer los cinéfilos tuvismo el ataque de esta triple D de la condescendencia, de fórmulas festivaleras agotadas, y que ejemplifican esta permisividad que resulta demasiado “democrática”.