Por Mónica Delgado
La edición 75º del Festival de Cine de Cannes apenas incluyó una película latinoamericana en su competencia oficial. Se trató de la costarricense Domingo y la niebla, de Ariel Escalante Meza, ópera prima y también primer film de ese país en ser parte de una selección de este tipo. Esta vez formó parte de Un certain regard, usual espacio para primeras y segundas obras. Y otras tres obras, las colombianas Un varón de Fabián Hernández, en Quincena de Realizadores, y La Jauría de Andrés Ramírez Pulido, en Semana de la crítica, donde obtuvo el premio principal, así como la chilena 1976 de Manuela Martelli (que no pude ver) formaron parte de estas dos secciones paralelas.
Las tres obras seleccionadas para este texto ofrecen panoramas o puntos de vista de territorios masculinos. Tanto en Domingo y la niebla, al ser un relato sobre un adulto mayor que no renuncia a su territorio en una zona rural pese a extorsiones y amenazas de muerte, como en Un varón o Jauría, que exploran mundos de violencia institucionalizada, desde la urbe y el campo. Y las tres ofrecen una versión de los efectos de la violencia, ya como desnaturalización del sentido de lo propio, como forma del desarraigo y como mecanismo de masculinidades lesivas.
Un varón tiene todos los elementos de exotización de la violencia y el mundo del narcotráfico o de la marginalidad que suelen componer los climas y territorios del cine latinoamericano en festivales internacionales, sobre todo europeos. Es decir, aparecen los personajes marginales en espacios también periféricos, sumidos en condiciones perversas, donde seguir la línea de la desigualdad es la única forma de sobrevivir. La ciudad deviene en un margen, sobre todo fuera de la ley, donde la vida suele ser un acto de heroicidad. Sin embargo, pese a estos elementos que podrían desencadenar un recetario de la pornomiseria (que ya hemos visto en películas de Ciro Durán o Víctor Gaviria, o incluso en aquellas ambientadas en Colombia como La virgen de los sicarios, de Barbet Schroeder, por ejemplo), el cineasta Fabián Hernández, escapa a ese tipo de formas. Hernández no agarra pueblo. Lo que percibimos es la interioridad en una psique que lidia contra patrones masculinos.
Un varón es la historia de Carlos, un joven que vive en un centro juvenil en el barrio bogotano de los Mártires, y que se dedica a la microcomercializacion de drogas, a estar de ocio con algunos amigos, y a visitar de vez en cuando a una hermana trabajadora sexual. El modo en que el cineasta va describiendo este contexto, grabado en las zonas bogotanas de San Bernardo, Santa Fe, El Voto Nacional, La Estanzuela y Las Cruces, va de la mano con la premisa general del film, elaborar una cartografía de las masculinidades que priman en estos espacios, donde los débiles, delicados o sensibles no tienen lugar. Y Carlos es constantemente autorreprimido por temor a no encajar en este entorno de machos violentos y que todo el tiempo necesitan probar su hombría. Aprender a manejar armas, visitar prostíbulos o convertirse en sicarios.
Más allá de estos rituales de masculinidad constante al cual el personaje es sometido, lo que interesa son las vías que el mismo personaje se impone para agradar. Por ello, el film va de la dureza a la debilidad, de la máscara al desvelamiento, del ritual a la renuncia. A Carlos le importa cómo luce, por eso los detalles en sus cortes de cabello, en la ropa que viste, en sus acciones con otros hombres del grupo, van a ir mostrando una idea de él, distinta a la construcción de sí mismo que el personaje ve como problemática.
En este mundo masculino, las presencias femeninas también pertenecen al cliché del arrabal: la prostituta y la madre ausente (o en su ideal sacrificado), sin embargo, pese al estereotipo aportan a ir armando este retrato desde la complicidad, la idea de un hogar deseado o como contraposición al mundo de hombres que prima como mirada.
Durante la proyección se hizo extrañar la presencia del protagonista, que no estuvo durante el estreno ni durante el Q & A. También se percibió problemas en el diseño sonoro o en la edición de sonido, a tal punto que no se escuchaba bien lo que decían los personajes (más aún desde las jergas bogotanas), sin embargo, considero que se debe a un trabajo sonoro que hace primar el sonido de la calle, del espacio donde transita Carlos. Un tipo de sonido “limpio” podría haber jugado en contra para esta búsqueda sensible y lograda del personaje en relación a este entorno.
En La jauría, de Andrés Ramírez Pulido, el relato también apunta a describir un universo masculino, pero esta vez marcado por una situación de corrupción institucional y desde la lucha en torno a la figura simbólica del padre. Todo en el film apunta a cuestionar la figura paterna como nociva y a la cultura del narcotráfico como parte ineludible del componente social.
La jauría parte el relato desde la mirada de Eliú (Jhojan Jiménez), a quien desde el inicio vemos apresado y siendo trasladado con un grupo de adolescentes a un centro experimental de menores en medio de una hacienda abandonada en la selva. Poco a poco sabemos que esta mansión en medio de la nada, a medio construir, perteneció a un mafioso de la zona, y que tras unos tratos con el centro juvenil, se consigue esta mano de obra explotada para mejorarla. Sin embargo, este inicio deriva en otra vía narrativa, que tiene que ver con el crimen que cometió Eliú, junto a su amigo El Mono, quien se une a este grupo después y se vuelve un ente desestabilizador. La relación entre Eliú y El Mono se desvela con la reconstrucción de unos hechos, ya que son llevados a una inspección con un fiscal: la recreación del crimen de un hombre y que según confiesan los jóvenes fue debido a una confusión. Eliú quería matar a su padre. Estos dos elementos, la explotación o trabajo forzoso dentro de un centro juvenil donde se practican métodos alternativos de “reeducación” y la relación imaginaria de este personaje con un pasado de violencia y opresor desde El Mono, son los que van delimitando el tono del film hacia una posible liberación.
Ramírez Pulido utiliza planos fijos para transmitir a sus personajes como arquetipos, de carácter desangelado, casi ánimas que apenas tienen tiempo para algunos momentos de ocio. Y también es inevitable a la alusión de un universo social viciado a lo expuesto en Monos, el filme del colombiano Alejandro Landes, donde la selva también se vuelve cobijo o paraguas de la violencia, ya como arcadia de encierro o paraíso negado.
Ganadora de Semana de la Crítica, La jauría es una película de afectaciones, de salidas rebuscadas y que evoca condimentos expresivos usuales para las metáforas de la violencia a ritmo de una canción de Leonardo Favio, aunque lo más interesante está en la descripción de los métodos poco ortodoxos para la reconversión social.
Lamentablemente Domingo y la niebla es la cinta menos atractiva entre los largos latinoamericanos presentados en Cannes 2022. Y es una pena, ya que se trató de este primer estreno costarricense en esta sección oficial. En este film también se apela a una historia conocida, la de la resistencia a perder un terreno, pero ya no aquí como acto ecologista sino como un acto (pretencioso) de amor y a una narración marcada por un simbolismo y un toque fantasioso que no termina de cuajar.
Un grupo de mafiosos amenaza al anciano Domingo (Carlos Ureña), quien no quiere vender su casa, a que la abandone, sin embargo la resistencia proviene de la devoción hacia la esposa muerta, quien es evocada como un espíritu inmerso en una niebla recurrente en la zona. Este tono fantástico es desperdiciado, no solo por la densidad de la niebla que parece humo, sino porque vuelve a esta figura poética en la materialización de una voz en off femenina reflexiva y de tono filosófico, que luce afectado.
El film se plantea desde el inicio como una construcción atmosférica antes que narrativa, es la sombra del deseo o nostalgia lo que se trata de plasmar en torno al personaje, en relación a una esposa muerta y en conflicto con lo que el espacio representa de ese pasado. Y bajo este punto de partida en una puesta en escena llena de detalles oníricos, el arranque del film se hace lento, y es hacia el final, en la última media hora que el relato adquiere más firmeza, y al menos el espectador se queda con la sensación de que pudo asir algo en medio de esta niebla enceguecedora.
Quincena de realizadores
Un varón
Dirección: Fabián Hernández Alvarado
Guion: Fabián Hernández Alvarado
Fotografía: Sofía Oggioni
Reparto: Dilan Felipe Ramirez Espitia
Colombia, 2022, 90 min
Semana de la crítica
Jauría
Dirección y guion: Andrés Ramírez Pulido
Música: Pierre Desprats
Fotografía: Balthazar Lab
Reparto: Jhojan Estiven Jimenez, Maicol Andrés Jimenez, Miguel Viera, Diego Rincon, Carlos Steven Blanco, Ricardo Alberto Parra, Marleyda Soto, Jhoani Barreto, Wismer Vasquez
Productora: Alta Rocca Films, Valiente Gracia
Colombia, Francia, 86 min, 2022
Un certain regard
Domingo y la niebla
Dirección y guion: Ariel Escalante
Música: Alberto Torres
Fotografía: Nicolas Wong
Reparto: Carlos Ureña, Sylvia Sossa, Aris Vindas, Esteban Brenes Serrano
Costa Rica, 92 min, 2022