Por Arnau Martín
Anora: reivindicar la condición mutable de las películas
La sección oficial del festival de Cannes de 2024 sufrió una agraciada sacudida en su séptima jornada. El cineasta Sean Baker, conocido por trabajos como The Florida Project o Tangerine, declaró en la rueda de prensa que le desagrada pensar en sus personajes de acuerdo con las gradaciones de ganadores y perdedores, y que prefiere referirse a ellos como individuos que proyectan sus sueños, independientemente de su carácter y posición. Entre muchas cosas, eso es Anora: el intento desenfrenado de una joven que sobrepasa la veintena para abandonar el triste lugar donde se encuentra.
La película posee alma de drama social, cuerpo de thriller y aliño de comedia. El cineasta, en un ejercicio de bricolaje de géneros y de pensamiento atento acerca de las jerarquías del poder, no deja respirar al espectador, pues su control del tono y del ritmo es muy exhaustivo. No resulta disparatado anunciar que Anora es una Reservoir Dogs reajustada según las dificultades generacionales que atañen a la falta de acompañamiento de la juventud. Conforme avanza, el filme gana en complejidad y en empatía, y de ahí su inusual logro, que reside en abrazar distintos factores al mismo tiempo sin que la fuerza de uno carcoma la presencia sutil del otro. El elenco está completamente entregado a cada giro de guión, y la gran secuencia central de la película, rodada en un salón, es una poderosa exhibición de energía cinematográfica y de tensión sostenida. El aliento tarantiniano invade la película a través del retrato de la torpeza de los personajes, en especial el de un trío de asesores que serán muy recordados por la cinefilia.
Anora (Mikey Madison) trabaja en un club de striptease al que llega Ivan, un joven de su edad e hijo de dos millonarios rusos. Anora e Ivan establecen un lazo que les comporta serios problemas, pues los padres de éste se han quedado en su país y han confiado su supervisión en dichos asesores, que resultan ser unos incompetentes. Tras una primera parte celebratoria y que representa de distintos modos la felicidad temporal de ambos jóvenes, Anora toma un rumbo que haría las delicias de los hermanos Safdie, entre el caos de los cuerpos que se esparcen en la pantalla y el control del cineasta y de su equipo para orquestarlo. Después de todo su recorrido, Anora se vierte en una última escena inspirada en su ambigüedad y que pone el broche de oro a una obra osada y talentosa.
Otra cuestión relevante que Baker ha puesto sobre la mesa en su intervención con los periodistas es la diferencia entre tomas de sexo y escenas de sexo, así como la diferencia que trata de transmitir en el filme entre el cuerpo erótico que se expone como una máquina y el cuerpo que se desnuda en busca del placer. En ese sentido, la cantidad de matices que aporta Mikey Madison, así como el contagio de una pena reprimida que asola a su personaje, hacen de su comparecencia ante la cámara una interpretación reveladora. El cineasta, quien demuestra una madurez extraordinaria a la hora de no sobreexplicar ni de insistir en las procedencias de las figuras que tiene delante de la pantalla, despliega su última película como un acto de fe en el arte de domesticar la ficción.
Competencia oficial
Anora
Dirección: Sean Baker
Fotografía: Drew Daniels
Guion: Sean Baker
Productores: Sean Baker, Samantha Quan, Alex Coco
Protagonistas: Mikey Madison, Mark Eidelstein, Yuriy Borisov, Karren Karagulian Vache Tovmasyan, Ivy Wolk, Alena Gurevich
EE.UU., 2024, 139 min