Por Mónica Delgado
Este no ha sido un buen año para el cine peruano debido a la pandemia de la COVID-19, ¿pero ha existido un buen año en esta década que se va? ¿Cuándo lo fue? ¿Cuándo Asu Mare llevó tres millones de personas a las salas?, ¿cuando se aprobó el decreto supremo del ex ministro Petrozzi?, ¿o cuando La teta asustada ganó el Oso de Oro y se nominó al Oscar en 2009? ¿Ya once años desde este hecho significativo? Si hacemos una radiografía del cine peruano de estos últimos años podríamos señalar que vive enfrascado aún en fórmulas tanto comerciales como festivaleras, donde las voces y estilos propios escasean, en un cine que teme al tropiezo y al balbuceo, que es medido, calculado, sin mostrar libertad, y donde se ha dado prioridad al cine como objeto de un mercado y no como un derecho cultural. Si hay más recursos para la promoción, más concursos, más gente interesada en hacer cine, entonces, ¿qué es lo que está pasando?
Por otro lado, el distanciamiento social y el aislamiento permitió una ola de difusión valiosa, promovida por festivales o muestras online, cine clubes y cinéfilos, y que significó acercar películas peruanas de todos los tiempos a los espectadores (cibernautas) que dejaban de ir a las salas donde no encontraban con regularidad este tipo cine peruano: películas de Fico García, Nora de Izcue, Gianfranco Annichini, el grupo Chaski, María Barea, entre otros, llegaban por primera vez a nuevas generaciones (algunas restauradas y otras en condiciones lamentables ante la falta de material). Espectadores que se refugiaban más que nunca en la señal abierta, el cable, las plataformas de VOD o en Youtube, buscando alternativas más allá de lo usualmente ofertado.
Así, la pandemia propone, incluso para los próximos años, una vía de exhibición más cercana a nuestra realidad: el cine peruano que es maltratado en los multicines puede llegar de otras maneras, vía streaming y otras canales online, además con conversatorios y reflexiones de los públicos. Definitivamente si una película en las salas de cine ha podido lograr cien espectadores en la única semana que le permitió la administración del multicine, podrá tener otro tipo de acercamiento en la virtualidad, más aún cuando ese estreno ya viene subvencionado por el estado peruano. Un gasto más coherente con la naturaleza del fondo público. La experiencia de distribución del film Hugo Blanco, Río Profundo de Malena Martínez, muy focalizada y en redes (llegando en una transmisión en vivo en junio, organizada por Wayka a cinco mil usuarios, más un conversatorio que tuvo 38 mil reproducciones), puede ser replicable. Así como el relanzamiento en Vimeo de La revolución y la tierra a cambio de un pago mínimo.
Algunas películas: las más destacadas
Los estrenos presenciales solo se dieron hasta la quincena de marzo, con un traslado a la virtualidad de un poco más de una veintena de obras en festivales o plataformas de streaming. Ha sido un terreno variado, incluso variopinto, sin embargo, son pocos los films que han logrado mostrar a cineastas con imaginarios particulares y apuestas expresivas llamativas, a tal punto que un film de 2018, estrenado en febrero de este año en cartelera comercial, Todos somos marineros, de Miguel Angel Moulet, está a la cabeza de las películas más interesantes que haya podido llegar al espectador peruano (de multicines). Sobre este debut de Moulet ya escribimos en Desistfilm, cuando se estrenó en el festival de Rotterdam el año pasado, y donde destacamos sobre todo su gran inicio, de ambiente pesadillesco y de clima de puerto.
Otro film notable es el cortometraje de Paola Vela, Fragmentos potenciales de obras a desplegar fractal y cíclicamente, estrenado el año pasado en Transcinema y que pude ver este año en la competencia experimental del festival Al Este. Aquí la artista y cineasta explora en un apreciable blanco y negro en video, el proceso creativo a partir de un personaje en relación a sus objetos de trabajo. Es el retrato de la artista Ana Guedes, pero también la auscultación a un entorno de creación y trabajo, el registro del espacio, como taller y como cobijo, y la puesta de una mirada (la de Vela) entregada a los detalles, a extrapolar imágenes de una artista “entomóloga” y cruzarlas, como dice su ficha técnica, con pensamientos del escritor Georges Perec u otras concepciones desde la antropología visual. Si bien los intertítulos o textos forman una capa nueva, que aporta reflexiones sobre la experiencia o la sensibilidad dentro de la creación, las imágenes de Ana aliada a objetos usados para darles una nueva vida ya de por sí transmiten desde la observación, la capacidad de la reanimación desde el trabajo manual.
Otra película de interés es Laguna negra, de Felipe Esparza, sobre todo por sus minutos iniciales, y por una escena frente a un endiablado lago. El joven cineasta explora un lenguaje en relación al entorno (andino) y a esos personajes que parecen estar en otra dimensión. Hay un lado mítico que trata de traducir desde la opacidad, desde aquello es difícilmente captado a simple vista, de tiempos cíclicos, de seres fantásticos que pueblan ritos, paisajes y ríos. Hay una materialidad de estos Andes que escapa al lugar común que vemos en otros films ambientados en estos escenarios y que lucen funcionales: personajes que están allí transmitiendo esta capa ancestral, como puente entre mundo de vivos y muertos. Si bien no se puede evitar el folclorismo, sobre todo en la parte literal de las fiestas del pueblo, o algunos estereotipos mostrados en la relación del abuelo curandera y la nieta, en Laguna negra hay fibra, un trabajo especial del discurso cinematográfico, una reflexión de cómo plasmar este mundo, de las decisiones en la puesta, en mostrar esta sierra desde los personajes adheridos (sin conflictos poseros) a su entorno.
Samichay, en busca de la felicidad de Mauricio Franco Tosso también es un film resaltante en este 2020 y que debió tener mejor fortuna, quizás debido a una débil estrategia de distribución en tiempos virtuales. Es un film que definitivamente necesita de la presencialidad para ser valorado mejor, ya que como en Laguna negra, el cineasta Franco Tosso pule un blanco y negro cuidado que busca escapar de la exotización de los paisajes andinos y apuesta por el uso de panorámicos y de diversos movimientos de cámara para atmósferas que en la pantalla de una laptop o televisor puede verse disminuido. Ya escribimos sobre el film en desistfilm, pero agregaría que se trata de una experiencia donde se percibe una búsqueda por representar este mundo lejos de algunos clichés del llamado cine andino, como la relación de los personajes femeninos y masculinos, la simbiosis humano-animal, y la idea del tiempo circular. Es un alivio que no hayan ritos prefabricados o colorismo folclórico exotizante.
El tiempo y el silencio, de Alonso Izaguirre, fue otro estreno cultural importante, y de la cual escribimos en dos oportunidades en desistfilm (sobre su trabajo técnico tras su pase en Frontera Sur de Chile y en el marco de su estreno en la primera edición de Lima Alterna). Es una obra muy independiente, hecha entre amigos, con un presupuesto mínimo y que refleja cuidado técnico y la posibilidad de extender esta vía para un cine peruano con ideas, creativo, cinéfilo, con referentes y de bajo costo. Una fórmula para la experimentación de jóvenes cineastas.
Otro trabajo que llamó mi atención durante este año es el cortometraje de Claudia Vanesa Figueroa Muro, BB, yo también soy bulímica, que pude ver dentro de la programación del festival de no ficción Corriente de Arequipa. Más allá del tema, que podría ser fácilmente atraído por los influjos onegeístas, lo que logra la realizadora es jugar con el formato tiktokero, para transformarlo y llevarlo a un clímax expresivo, con espíritu activista y feminista. ¿Cómo romper esta verticalidad? Romper el estereotipo es romper la forma que lo cobija, por un lado la apropiación de la herramienta TikTok como agora abierta, y por otro, el licuado de imágenes que imitan el trauma vomitivo. La traducción de este dolor, pero también su activación lúdica, para la subversión.
Y por último, los registros de los días de las protestas en contra del gobierno de facto de Manuel Merino fueron el testimonio de una vivencia muy poderosa en todo el país. Camarógrafos o realizadores que ponían alma y el cuerpo en medio de la represión, desde perspectivas muy cercanas e inéditas en este tipo de coberturas de hechos similares. Este registro de la inmediatez, que circuló en redes no solo como memoria viva, fue la oportunidad de aportar a un imaginario de la resistencia, escaso en el audiovisual peruano. Aquí un valioso registro de impacto. Ojalá veamos algo más consistente con estas imágenes en 2021.
Coda
La pandemia de la COVID-19 ha marcado claramente la diferencia entre el negocio del cine y la producción y exhibición del cine peruano como prácticas disociadas de sí. Con la publicación de los decretos supremos de la fase 4 y los protocolos de bioseguridad ha quedado claro que quien regula y promueve este ámbito es el Ministerio de la Producción, y en este sentido, el cine es normado no como un derecho cultural, sino como un bien de consumo. Y desde esta perspectiva, el rol del Ministerio de Cultura en este periodo no ha estado enfocado para dar salidas a la crisis del sector, ya que las ayudas han sido limitadas y solo se garantizó la ejecución del presupuesto de este año para los concursos de estímulos.
Hemos dejado de ir al cine, al multicine para ser exactos, pero esto ha afectado las arcas de grandes empresarios, al cronograma de las distribuidoras dependientes de los flujos transnacionales (y sus blockbusters), y películas peruanas de perfil muy comercial. Ante una oferta muy reducida de espacios de exhibición alternativa y con una oferta cultural sin riesgos ni novedades (solo salvada por algunos films programados en festivales) como parte de nuestra normalidad antes de la pandemia, estamos ante un contexto de reto, para encontrar una vía más aprovechable para acercar el cine a los peruanos y peruanas, por que esa es una de las metas ¿no?
Siendo sincera, con pandemia o sin pandemia, los films más emblemáticos de este 2020 no iban a llegar al Perú, porque esos no se pasan en Netflix ni en Disney plus. La oportunidad de que festivales locales con emisiones online pudieran traer los mejores trabajos del año ya ni digo europeos, norteamericanos, asiáticos, sino latinoamericanos, fue muy escasa, y más bien se apeló a traer films de muy perfil bajo, salvo la estupenda Blanco en blanco (2019) de Theo Court o Las mil y una de Clarisa Navas en el Festival de la PUCP; o Chaco de Diego Mondaca en la Semana del Cine. La excepción fue la programación de Lima Alterna, festival que tuvo su primera edición y una edición bien cuidada, salvo las secciones peruanas, que como suele pasar en eventos similares, muestran altibajos o demasiado permisividad.
Ojalá que en este 2021 se pueda emprender la ruta para mejorar al cine peruano, no retomarla ni darle continuidad, sino hacer un alto y repensar, desde una apuesta por su diversidad, que no significa seguir apostando por darle prioridad a películas por sus temas de ONG o sus buenas intenciones, sino de dar condiciones para influjos creativos, sin temores ni corsés propios de esto tiempos.
Algunos deseos para este 2021, a pesar de la crisis actual:
-Consolidar la demanda ciudadana por la creación de una cinemateca peruana (descentralizada y plural).
-El fortalecimiento de la difusión del cine peruano por streaming o plataformas online.
-Si hay vuelta a la presencialidad, que la virtualidad sirva para seguir descentrando la discusión y exhibición del cine peruano.
-La apuesta por una política nacional del cine y audiovisual: que el sistema local del cine no siga dependiendo de puros concursos y que ayude a reactivar el sector post crisis.
-Más organizaciones en el sector: siempre es saludable el surgimiento de más gremios para el diálogo y puesta en agenda sobre problemáticas vigentes.
-Primeros pasos para la aparición de escuelas públicas del cine y audiovisual: democratización de la formación.
-Más mujeres liderando en el sector: también en la crítica de cine.
-El surgimiento de películas feministas coherentes con el modo de producción, las remuneraciones, las cuotas, la paridad, las representaciones de las mujeres y disidencias.
-Acusados de acoso sexual y laboral en el audiovisual con sanciones y sentencias.
-Erradicación del cine patriarcal, el centralismo y el amiguismo.