Por Aldo Padilla
Un lugar común a la hora de enunciar datos sobre vejez en el mundo, es resaltar la altísima esperanza de vida en las islas japonesas y aunque dicho dato es muy común en países de alta calidad de vida, no deja de llamar la atención que este número va aumentando año tras año y que deriva en la siempre incomoda discusión que se genera a partir de los problemas económicos asociados a la baja tasa de natalidad y la creciente población anciana. La gran cantidad de ancianos también está reflejada en el cine japonés, los cuales casi siempre son vistos como figuras de autoridad respetadas, cuyos conflictos suelen estar asociados a una lucha interna y externa por mantener sus tradiciones frente a la tecnología que inunda el país. A pesar de estar presentes en gran cantidad de films, es poco común encontrarlos como protagonistas y su figura se limita a un rol secundario, frente a historias de adolescentes que son los reyes del cine nipón.
La extensa vejez nos lleva a la pregunta sobre el día a día de esta gran población en Japón. Kazuhiro Soda se detiene en esa premisa, buscando algún espacio donde los ancianos no se vean tan influenciados por las masas de millones de personas que se mueven automatamente en las grandes ciudades japonesas. Las zonas rurales del país están distribuidas entre innumerables islas en el borde costero, las cuales muestran una vida que parece haberse detenido en el tiempo, entre una ausencia notoria de niños y adolescentes. La envejecida población se mueve y trabaja de forma más calmada, lo cual es captado por el director japonés en forma de observación, aunque con pequeñas intervenciones de diálogos con los ancianos de la pequeña isla protagonista de Inland sea. Soda describe el pequeño pueblo con todo detalle desde la pesca de peces pequeños apenas visibles por la cámara o el mercado que es un arquetipo japonés, que cualquier persona puede imaginar con pescados expuestos en forma simétrica y ordenados por tamaños y colores casi de forma artística y que reconcilia al director con su país en forma de redescubrimiento, ya que vive desde el año 93 en Estados Unidos.
La interacción entre los dos protagonistas del film deja clara la anatomía de Ushimado que es el pueblo filmado. Por un lado, Wan-chai un pescador cercano a los 90 años y la señora Kosa que pasa los días entre compras y alimentando a algunos gatos que se pasean por la ciudad. La filmación del proceso de pesca van en la línea de muchos films que en los últimos años han proliferado, ya sea a una escala industrial como Leviathan de Paravel y Castaing Taylor o en pequeños barcos más cercanos a la pesca artesanal en el film mexicano Ruinas tu reino de Pablo Escoto. El film de Soda maneja un código menos sangriento y visceral que las películas anteriormente nombradas y se limita visualmente al contraste entre los peces un tanto brillantes y la intensa madrugada que se extiende a través del mar, que se acentúa a través de la fotografía en blanco y negro.
El proceso meticuloso de liberación de los peces agonizantes de las amorfas redes, mantiene la calma en medio de una película alejada de los sobresaltos y que se limita a la observación de los hechos con toda paciencia, el peso del tiempo que se acumula en los protagonistas se refleja también en la manera de filmar, gente preparando y vendiendo pescado, las bromas de los ancianos entre recuerdos del pasado y un presente difuso o las largas ceremonias y bailes que muestran la arraigada tradición de un país, cuya atomización entre la isla grande y sus pequeños satélites hace que cada parte de Japón sea un pequeño submundo.
El recorrido de la anciana Kumiko Soda es, sin duda, el más enérgico. Pequeñas charlas que dan a entender su naturaleza intensa y curiosa, que a la vez funciona como una gran guía turística del pequeño pueblo, que dimensiona no solo a las 7 mil personas que de a poco van despoblando las periferias de un país cuyas ciudades van alimentándose de esta población. El director filma a la ciudad y a sus dos protagonistas con mucho amor, para resaltar la vida simple que parece estar en vías de extinción, donde el ritmo pausado y sin ajetreo mayor se entiende como parte de la fórmula para la larga esperanza de vida japonesa.
Competencia internacional
Dirección: Kazuhiro Soda
Productora: Production Kiyoko Kashiwagi, Kazuhiro Soda, Laboratory X, Inc.
Blanco y negro, Japón, 2018, 122 minutos