Por Mónica Delgado
La cámara (o el hombre cámara) está dentro de un vagón del metro observando a los pasajeros que esperan en el andén, afuera. De pronto comienza el viaje y la cámara que mira hacia el exterior capta, en medio de la leve velocidad, a una joven que se acerca a su pareja y le da un sorpresivo beso. El instante queda registrado en el movimiento, irrepetible y espontáneo. En esa captura hay algo de una humanidad que persiste en esos detalles fortuitos, en la delicadeza de la inmediatez, en el ojo ante un ventanal que aún tiene la capacidad de extrañarse ante algo tan cotidiano y súbito. De momentos así de imprevistos o cotidianos está hecho Un monde flottant, reciente obra del cineasta experimental francés Jean-Claude Rousseau y que se pudo ver en el marco del Cinéma du Réel, en la sección de films hechos en Francia.
Con más de una veintena de trabajos, tanto en súper-8 como en video digital, Rousseau entrega aquí una continuidad con dos trabajos anteriores Arrière-saison (2016) y Si loin, si proche (2016), ya que son realizados en alta definición, en formato 16/9, y registrados en algunas ciudades de Japón, bajo el influjo de Ozu. A través de 56 minutos, el cineasta propone diversas viñetas que podrían ser tildadas de observaciones de determinados paisajes, acciones cotidianas o algunas inserciones “poéticas” de ficción, sin embargo el uso de las transciones, de fundidos en negro o ligeros “pestañeos” van estructurando el film en una galería de presencias, de momentos de aparente autonomía, donde hay personajes que responden a una determinada lógica, que asoma por momentos como fantástica o irreal.
A partir de estos “átomos” o partes, Rousseau va componiendo una lectura en coherencia con sus obras previsa, en sus ritmos y concatenaciones, en su disfrute tranquilo de este entorno, también de la mano de algunos personajes como el del crítico de cine y docente Daisuke Akasaka. Estos “Sketches and Drawings” (como indica el subtítulo del film) van montando una pieza sobre la contemplación de lo mundano, de paisajes icónicos, pero que tienen aún la capacidad de asombrar o atraer, como el famoso monte Fuji o los típicos jardines plenos de turistas.
Este mundo flotante atravesado por la percepción de aquel que mira y que comparte su lugar como observador, mientras surgen detalles ante una boda, un paseo en tren, o ante el reflejo fantasmal en una ventana. Como en sus trabajos en super-8, donde la unidad de tiempo y espacio se somete a la duración de la bobina, aquí los insertos en negro entre planos van evocando esa finitud. El mundo flotante que despierta y muere en cada escena, liberados en cada visión o encuentro.
En VENICE BEACH, CA., segundo largometraje de la documentalista francesa Marion Naccache, un lugar icónico es también observado desde el asombro o la expectación del detalle dentro de una normalidad. Aquí una famosa playa luce marcada por el otoño, por una intención de auscultarla en otra faceta distinta a la magia veraniega de California. En sus 79 minutos, este film recurre a una fórmula conocida, por momentos muy a déjà vu: planos fijos de un determinado espacio confrontados con voces en off que generan nuevos fuera de campo. Sin embargo, Naccache emplea una “metodología” a partir de esa premisa básica, planos amplios del bulevar o malecón, con gran angular o desde una esquina (en perspectiva oblicua o diagonal) mientras voces en off, de testimonios de una galería de personajes anónimos, hombres y mujeres sin techo, van dando cuenta del estado de la cuestión. Venice ya no como espacio de veraneo o solaz sino como extensión del desempleo, el clasismo o la violencia estructural que incrementa más homeless, la fisonomía que va cobrando más visibilidad cuando hablamos de Los Ángeles o de EE.UU. a secas. Para Naccache, Venice está atravesada por estos nuevos tiempos de marca Trump, de inequidades y contradicciones.
Las diversas voces que hablan de política, colonialismo, racismo, ecología y demás pueblan las imágenes de deportistas, vendedores, turistas y transeúntes locales, y muestran sensibilidades y percepciones marcando a este paisaje costero y su historia. Si bien vemos Venice, las voces construyen un fuera de campo propio de su invisibilización. Es probable que sean voces de los personajes que vemos en escena, de los vendedores ambulantes, de los artistas callejeros, de los skaters o de aquellos que increpan a la polícia. Y con esta elección, de alguna manera Naccache materializa una realidad, en la que los homeless también son desclasados y omitidos dentro de esta arquitectura urbana que hay que ocultar (y que el cine de alguna manera sigue perpetuando). Estas narraciones de seres incorporéos, que aparecen en escena a través de sus voces y sentidos permiten romper con la opacidad de las imágenes, exploran una cotidianidad puntual, desde la resistencia, a través de amaneceres y mañanas, donde la policía con sus paseos y vigilancias se convierte en un ordenador del mundo.
Con dos trabajos previos similares, es decir, ambientados en entornos costeros como CONEY ISLAND, (last summer) o el video ensayo Arpoador, VENICE BEACH, CA. visto también en la seccción de films franceses del Cinéma du Réel, plantea un acercamiento a una problemática social desde estos lugares emblemáticos, libres del ánimo del “springbreak”, sin embargo percibo que son necesarios esos rostros, los gestos en la expresión del hartazgos, de la furia, de la ilusión o esperanza. Imágenes al margen del film y que Venice como espacio no llega a suplir.