Por Wilder Zumarán
La danza, como el teatro, es un arte de la presencia. El cuerpo, el ritmo, el movimiento, la dotan de su potencia estética. Extrapolando lo que pensaba Bresson sobre el cine de actores como teatro filmado, se podría pensar que filmar un baile es despojarlo de gran parte de su riqueza, de su particularidad esencial, y estar en lo cierto en gran medida. Bastaría con acercarse a Pina (2011) de Wim Wenders, por ejemplo, para intuirlo. No obstante, es verdad también que existen acercamientos de otro tipo que pueden sugerir una fuerte sensación de presencia, partiendo de un proceso de construcción espacio-temporal en que la fuerza de los cuerpos y la particularidad del registro cinematográfico convergen para encontrar esa presencia a partir de la colisión. Filmar el baile es, por tanto, algo, cuanto menos, complejo.
La más reciente película del joven director y bailarín francés Damien Manivel se presenta en la muestra de películas internacionales del Copenhaguen Dox 2020. Estrenada internacionalmente en el Festival de Locarno, donde Manivel fue reconocido con el premio a mejor director, Isadora’s Children es una película que toma como punto de partida a la figura de la mítica bailarina Isadora Duncan, considerada la madre de la danza moderna. La película consta de tres partes, en las que se retrata a cuatro mujeres relacionadas con la figura-mito de Isadora y en específico con “Mother”, obra que parte de la dolorosa experiencia de la pérdida de sus dos hijos en un accidente.
Cada uno de los tres relatos que propone Manivel es un retrato sensible, un intento de acercarse al sentimiento de inmersión en un proceso interno. En el primero, la protagonista es una joven bailarina (Agathe Bonitzer), a la que vemos leer de manera casi obsesiva “Ma vie”, la autobiografía de Isadora, apropiándosela. En el segundo, Manon Carpentier (bailarina con síndrome de down) y Marika Rizzi (coreógrafa) preparan llevar a escena “Mother”, proceso en el cual se da un diálogo en torno a la interpretación en una obra. Finalmente, la tercera parte de la película empieza cuando, al finalizar la presentación, vemos a una mujer mayor (Elsa Wolliaston, pionera de la danza africana contemporánea[1]) tocada profundamente por la experiencia, sensación que se mantendrá hasta llegar a su casa.
De las cuatro protagonistas de Isadora’s children no sabemos casi nada, pero se nos muestran bajo un particular prisma sensible por el que atraviesa lo cotidiano, inmersas en la presencia de Isadora Duncan. El acercamiento que propone Manivel para acercarse a ellas puede considerarse de cierta rigidez formal, tanto en la puesta en escena como a nivel de estructura. Sin embargo, la mesura que prodiga convierte el acercamiento en un juego de sutilezas que da lugar a una gran sensación de presente, de presencia todo el tiempo.
A Isadora Duncan, se dice, se la podía encontrar durante horas viendo las figuras humanas que aparecen en los jarrones griegos del Museo Británico. En su mirada, cierto éxtasis, cierto desborde, la aísthesis. Esa es la sensación que Manivel busca retratar, un pico de excitación emocional en la que Agathe, Manon, Marika y Elsa llegan a estar en algún momento. Esbozadas sus vidas, sus dolores encuentran forma. Para el final de la película, en silencio, se nos presenta la danza, una danza sutil entre el cine y el cuerpo, escondida en un aparente formalismo seco. El abrazo de una madre a un hijo muerto.
[1] Quien ya había trabajado con Manivel en su corto La dame au chien el 2010.
Dirección: Damien Manivel
Guion: Damien Manivel, Julien Dieudonné
Fotografía: Noé Bach
Reparto: Agathe Bonitzer, Manon Carpentier, Marika Rizzi, Elsa Wolliaston
Productora: MLD Films
Francia, Corea del Sur
2019