
Por José Sarmiento Hinojosa
Et le film dans tour ça, virtuel comme le reste – près de s’effacer dans l’orage magnétique qui survient… pour en finir avec le jugement de Dieu, tu parles! C’est trop tard… Là où ça sent la merde, ça sent l’être!
F.J Ossang (1)
Into the eternal darkness, into fire and into ice.
Dante Alighieri –Divine Comedy
El dicho manda “no hay hombre que sea una isla”, pero F.J. Ossang podría fácilmente ser un archipiélago él solo: poeta, músico, cineasta y actor. Su capacidad expresiva ha trascendido las líneas difusas del género y la disciplina, logrando una articulación magnífica que proyecta la identidad de su arte: un universo noir, punk post apocalíptico. Una clasificación que paradójicamente, se resiste a ser clasificada. La subversión del film noir como concepto en su obra es tan revolucionaria como la cadencia recitativa de las letras de Messageros Killer Boys (su banda) y la prosa/diario/manifesto de su poesía. La sinergia de interacción entre la música, poesía y cine es indivisible aquí. Todo pertenece al otro, todo se une y dialoga: parte diálogo, parte manifiesto, un trabajo de rebeldía y curiosidad.
ZONA INQUINATA: UN UNIVERSO POLUTO
El primer filme de Ossang como estudiante, La Dernière Énigme (1982) -proyectado en esta edición de Curtocircuíto- estuvo basado en un manifiesto político acerca del terrorismo de estado inspirado en la obra de Gianfranco Sanguinetti: “Nosotros los subversivos, que apoyamos la lucha de los obreros y no al Estado, probaremos que somos tal, encima y en toda ocasión, desenmascarando todos los actos de terrorismo perpetrados por los servicios secretos del Estado, a quién le dejamos el monopolio del terror, así como también hacer pública la infamia del estado más infame, publicándola: la publicidad que merece”.
Este ensayo rápidamente se convirtió en piedra angular, un tema que Ossang revisitaría constantemente, una manifestación del movimiento punk que es también un motor para sus primeras experiencias en filme: aprehender el concepto de tiranía, la revuelta o escape contra los poderes represivos, terrorismo de estado, teoría de conspiración, el gran hermano, el ojo que todo lo ve. Ettore, Ponthians, Angstel, Stan van der Decken, son todos personajes rebeldes, traídos del cine noir con un equipaje de demonios, imperfecciones, obsesiones, violencia y ansiedad. Desde visitar un territorio radioactivo para conseguir una nueva fuente de poder, hasta involucrarse en una red de falsificación de arte, crimen, el apocalipsis, el fin del mundo, la venganza de la tierra en sus habitantes. Una implosión y explosión de géneros, chocando en un agujero negro masivo, un universo en sí mismo.
Filmada usando solo dos latas de filme Kodak XX de 16mm, La Dernière Énigme tiene el espíritu de un filme de estudiante, cargando un gran compromiso en él, y el potencial de una carrera futura que daría lugar a obras maestras como Le Trésor Des Îles Chiennes. Una aparición de protesta pública en la forma de manifiestos políticos también se abre paso, un elemento que reaparecerá en L’affaire Des Divisions Morituri, con los monólogos extenso de Ettore, el protagonista principal. Este reino de recitación, de discurso público, de declaración universal es un elemento del punk que Ossang lleva a la perfección en los monólogos de Morituri y Dernière Énigme. Es una llamada a la anarquía, una posición política, un grito anti-establishment, una búsqueda del yo. En sus filmes siguientes este tipo de discurso habría de encontrar un rumbo narrativo propio, como lo muestra los incansables intercambios de diálogo en Docteur Chance.

Un año después, un segundo cortometraje surgió cual resurrección. Zona Inquinata (1983) mostraba desde ya el recurso de intertítulos del cine mudo, que se usaba aquí no solo como un simple recurso, pero como una afirmación poética de lo proyectado en la pantalla. Desde luego, el expresionismo fílmico toma raíz aquí, y es fundamental. Como una influencia del noir, y como una influencia espiritual en los filmes de Ossang, que también alimenta y descuartiza el noir, convirtiéndolo en una criatura mítica.
Antes que nada, L’Affaire des Divisions Morituri (1985) es una consolidación de lo que estuvo siendo trabajado en los primeros cortos de Ossang: una historia acerca de gladiadores punk guiados por Ettore, una figura mesiánica que amenaza la estabilidad de un estado represivo, utilizando métodos de “privación de sentidos”. Morituri es también el nombre del último álbum del M.K.B. Fraction Provisoire (antes de convertiré en Messageros Killer Boys), y encaja perfectamente con el film. En realidad, Morituri comparte con Îles Chienes dos de las más fantásticas bandas sonoras jamás grabadas para filme. Fue Messageros Killer Boys quienes hicieron la fantástica experiencia sonora (muy cercana a una experiencia en drogas). Aquí, escuchamos a Throbbing Gristle y Cabaret Voltaire, entre otros, sentando una base alucinógena para el metraje. No hay un arquetipo sonoro aquí: se trata de una masa fluorescente de sonidos industriales puros que rebotan ante la antesala del Armagedón.
Un tributo al cine silente (el expresionismo alemán) se encuentra en el cierre del iris de la cámara de Ossang, no solo como un tributo romántico, pero como una forma de reinventar el género. Ossang usa el iris sin discreción, como un elemento plástico, como un énfasis de la emoción, pero sobre todo, como una extensión del ojo que se centra en lo elemental. La cámara como el ojo humano, la extensión del cuerpo.

ROAD MOVIES LISÉRGICAS: EL POLVO SE ACUMULA EN EL PARABRISAS
Le Trésor Des Îles Chiennes (1990) es la obra maestra de Ossang. Un filme acerca de drogas, acerca de la representación de lo femenino como un objeto de deseo, una pesadilla catastrófica post apocalipsis, un viaje a las vísceras del submundo, de una isla que significa el final, la perra, la mujer, la perdición del hombre. Un film de intrigas y traición, de desolación y desesperación, cargada con energía estática en todo movimiento, un viaje delirante hacia el olvido, de cinco hombres guiados por un Ulises contemporáneo, llevados por una ambición ciega hacia una isla que está destinada al catástrofe. Un film sci-fi en ácidos.
Hay un sabor metálico en la lengua al ver a estas “islas perras”, la misma sensación que produce el lamer una moneda vieja, algo sucio y desagradable, ajeno al gusto. La puesta en escena de Ossang es tan poderosa que el filme se convierte en un viaje sinestético: uno puede oler y sentir la textura de su imagen, sentir el polvo acumularse en la garganta y volverse parte de esta experiencia en drogas que es el viaje de sus aventureros. Este descenso en el infierno derriba a los jugadores de este juego de ajedrez que es el film. El jaque mate final viene cuando el rey y reina desaparecen en entre las rocas del lugar. La tierra los devora, toma lo que es suyo y termina el ciclo. La estrategia fue fútil, pues Las Perras clamaron por sus víctimas tal como el Cancerbero lo hizo en las puertas del infierno.

Siete años después, Ossang regresa con Docteur Chance (1997), donde vuelve al color. Este hecho es una bendición oculta, ya que el revelado del celuloide nos entrega una gama de colores que cualquier filme negro envidiaría. Este espectro cromático le da una expresividad única al filme, algo que el blanco y negro no podría haber logrado. El color en Docteur Chance le permite ser de una naturaleza expresionista (los datos son claros: uno de los personajes tiene por nombre George Trakl, así estemos en las calles de Portugal o el desierto de Chile, un yermo miserable, o un territorio de condena. Docteur Chance es también un film ouroboros, donde la cola y la cabeza se devoran en una narrativa cíclica que comienza y termina en un viaje entre amantes, Ancetta, la prostituta y Angstel, el corredor de falsificaciones de arte, quien es forzado a dejar el país y embarcarse en una jornada donde el film noir se transforma en road movie, para finalmente encontrar a Vince Taylor (Joe Strummer), en su búnker privado.
Este filme es también un viaje órfico, manifestación de un romanticismo oscuro, y Ossang es un romántico punk, un romántico decadente que se une con las sombras. Aquí, la naturaleza conflictiva de la relación entre sus protagonistas juega con una danza con la muerte, una reconfiguración de los códigos narrativos en diálogo e intención. Esta abstracción del camino en el road movie se vuelve un paralelo del viaje interno de sus personajes. Por ello el desierto, que juega una asociación analógica de la desolación psicológica, la desesperación del viaje. Ambos amantes escapan, se vuelve adictos, son perseguidos y desaparecen en el ambiente, devorados esta vez, por el cielo.

LA TRILOGÍA DEL PAISAJE: SILENCIO, VLADIVOSTOK Y SKY’S BLACK OUT!
“The Landscape Trilogy”, o trilogía del paisaje, como la llama Ossang, es una serie de cortometrajes que fueron filmados entre Docteur Chance y Dharma Guns, y que señalaban una nueva fase en la obra del cineasta. Esta trilogía comienza con Silencio (2007), musicalizado por Throbbing Gristle, un corto experimental y apocalipsis nuclear, un corto de monolitos, un viaje por un paisaje vasto, una especie de filme de viaje. Silencio es la meditación de Ossang sobre el apocalipsis. El autor ya no lo anuncia, lo contempla, mira el resultado de todo como un hombre sabio que lo predijo. Vladivostok! (2008), un filme comisionado por el festival de cine del mismo nombre, debe mucho de su pulso al cine mudo expresionista (mucho más que cualquiera de sus filmes). Un viaje, una muerte, una contemplación de fragmentos rotos. Vladivostok! es el regalo de Ossang a Rusia, un film poético maravillosamente fotografiado, una manifestación de su amor por el cine. Ciel Éteint! (2008), una carta de amor para amantes separados, es una sonata trabajada en un paisaje de pena, un filme acerca de vagar por las profundidades de la distancia. La tierra está congelada, los corazones también están, y de nuevo, el ambiente es una analogía de la emoción humana.

VIDA Y MUERTE COMO DIMENSIONES PARALELAS
Dharma Guns (La succession Starkov) (2010) es un descenso dantesco al inframundo. Las preguntas sobre que significa la muerte más allá de la consciencia se unen. ¿Qué es realidad y qué no? Una toma magnífica de apertura cambia el color al blanco y negro y traza la línea entre dos universos abiertos.
Stan van der Decken (Guy McKnight), un heredero del professor Starkov, es un escritor de guiones atrapado en algo que no puede comprender: parte experimento de clonación, lázaro resurrecto, poeta tortuoso y rata de laboratorio. Délie, su pareja, aparece desde los muertos para regresar a la vida de van der Decken. ¿Es ella también un clon del cruel experimento de Starkov? Las claves se encuentran en el espectro cromático: flashbacks de vidas pasadas y una odisea en blanco y negro hacia el infierno, secuencias oníricas de un sueño febril. Un film de ciencia ficción conspiracional con capas órficas, Dharma Guns es la contraparte febril de Docteur Chance, una alucinación reflejada en la toma de escaleras del hotel Splendor, la portada dantesca al infierno de Dante.
Los personajes de Ossang están siempre al borde de la locura: sus impulsos primaries los arrastran por la historia como consecuencia de una voluntad más alta. En esa forma, todos son víctimas del destino, héroes sin territorio, seres míticos cuyo destino está fijado, quienes se rebelan contra lo inevitable. Dharma Guns es otra obra maestra porque lleva este nivel de insania en su propia construcción narrativa: realidad/no realidad chocan con otra furiosamente, el sepia con el blanco y negro, y este con el color. Flashbacks, consciencia y abismo, el todo: es una experiencia desorientadora de tránsito de la vida a la muerte, la experiencia inversa de salir de un coma.

LOS 9 DÍGITOS, O EL DESCENSO AL SÉPTIMO CÍRCULO DEL INFIERNO
En 9 Doigts (2017), la jornada de Ossang hacia los últimos círculos del infierno continúa. El capitán de la nave es el barquero del Hades en este Narrenschiff, prisión náutica que lleva a una banda de malditos, personajes baudelerianos, prisioneros de su propio nihilismo, ambiciones, obsesiones, habiendo realizado un golpe fallido y escapando a la tierra de nadie (Nowhereland), un lugar hecho de desechos, una isla móvil, cargando con ellos el precio de sus fallos, un malestar tóxico que permea a todo el barco: un terminal tóxico, penetrando las aguas del Pacífico, en medio de una enfermedad que los consume a todos, el descenso a la locura, el tormento negro, el castigo eterno. El olor a traición, la presencia fantasma del suicidio, la tentación de la carne encarnada en el cuerpo de Drella, se manifiestan en el Síndrome de Estocolmo de Magloire, fantasmas que lo empujan a unirse a la banda, convirtiéndose en verdugo y cómplice.
Uno puede oír los ecos de las paredes metálicas desmoronándose contra el ritmo de los mares, las vibraciones pulsantes que se unen a la catástrofe, las palabras de Ferrante, quien emula a Lautréamont actuando como una lanza contra el barco, como si la poesía misma pudiese encallar a la nave con la prestidigitación de la presencia de la muerte, hecha cuerpo en el personaje del Doctor, una figura órfica que hará realidad la premonición: Todos los cínicos, todas la femme fatale deben desaparecer.
Ossang ha perfeccionado su fórmula a una perfección formal que es increíblemente notable: Cine noir, expresionista, post-apocalíptico, o quizá, en las palabras de Nicole Brenez: El Gran Estilo Insurrecto, un capítulo notable de la historia del cine que se sigue escribiendo.